viernes, 23 de septiembre de 2011

FIDELIDAD

Ha habido una pérdida en el sentido de las palabras que usamos. Ha sido un fenómeno común, que quizás buscaba crear una sensación de ingenua libertad y optimismo. Las palabras se han trasformado más en sonidos que en significados, y sin significado las palabras no indican nada y menos comprometen.
Pero tal camino socaba las bases de la convivencia, de las relaciones… y también las bases de las personas.
Así ha ocurrido con la palabra “fidelidad”. No solo ha perdido fuerza sino ha adquirido un aspecto simpático y extrovertido: la fidelidad se considera como  algo que ocurre entre dos personas. Se maneja la fidelidad en asuntos de amistad o en relaciones sentimentales. Pero también puede que se espera fidelidad de los subalternos, hacia la organización política o empresa.
Este proceso de degradación ha terminado, en el desespero de profundidad, por indicar relaciones de obligación sin preguntas ni cuestionamientos. La fidelidad puede sobreponerse a la complicidad y a la conspiración. Fidelidad para esconder las faltas, vicios o delitos. Como si tuviera que callar y aceptar con resignación la realidad de trampa, alcohol, droga... del amigo, de la pareja. Extraña fidelidad que lleva a la renuncia de uno mismo. Que termina por desconocernos a nosotros mismos.
Solo que una fidelidad así tomada es una fidelidad sin “código de honor”, externa y extrovertida… por no decir superficial. En muchos casos se entiende como un “tú y yo juntos hasta la muerte”, atada de manos, sin que importe lo que hagas tú o haga yo; sin importar si ese estar juntos daña al otro o a sí mismo o a quien se lleva por delante.
Resulta curioso que esta palabra se derive del latín “fidelitas”, que se refiere a la relación de un devoto con su dios. Y ésta está emparentada con “fidelis”, que es fidedigno o digno de fe y, finalmente, con “fides”, es decir, fe en el sentido de lo que es verdadero. De acuerdo a todo esto, una relación superficial, incongruente, confabuladora y conspiradora entre dos personas no puede clasificarse sin más  de “fidelitas”.
Así que para que haya fidelidad tiene que existir fe, en el sentido amplio y no solo religioso de la palabra. Puesto que implica y, por lo tanto, debe resaltar la conciencia. La fe es un asunto de conciencia como también la fidelidad. Y nada hay que sea más personal que la fe, como tampoco nada hay que sea tan profundo como ella.
La fe que está a la base de la fidelidad es fe en un conjunto de valores, creencias, formación, educación, principios… que únicamente pueden existir en nosotros mismos, que los asumimos como ciertos y no solo como convenientes, y que precede cualquier otra relación, y al mismo tiempo la  presupone. La fidelidad de otro hacia mí se deriva de la fe que el otro tiene en lo que hay de verdadero, genuino y auténtico en uno mismo.
No se puede comprender una relación, por ejemplo, de pareja, en la que uno pida, en nombre de un falso amor, el que el otro renuncie a la fidelidad a sí mismo. Cuando se dice que la amistad incluye el respeto, se refiere a esto. Lo que hemos dicho, por ejemplo, en el artículo “límites”, también se aplica cuando hay genuino amor entre dos personas: dejar que el otro pueda ser lo que es… y que el otro deje que yo sea lo que soy. Sin egoísmos, claro.
La fe en lo que creemos supone su fidelidad. De lo contrario nos estaríamos desmintiendo, estaríamos afirmando hipocresía, vaciedad, acomodación, conveniencias, relativismo o un desencanto que produce apariencias, pero nunca convicciones.
Si fuera el caso de alguien que tiene claridad sobre un conjunto de valores, convicciones, principios, creencias… pero en el plano práctico y cotidiano le fuera amargamente infiel, su conciencia no le dejaría dormir en paz.
Puede que haya personas que estén afectadas por algún problema neurológico que las haga en extremo violentas, por ejemplo, pero eso no produce tranquilidad de conciencia. Todo lo contrario. Se retuercen en el remordimiento de ver lo que hacen y lo que quisieran hacer.
Pero hay otros, quizás la mayoría, que considera como propio de los tiempos modernos el que todo sea relativo, con tal de sentirse querido, aceptado o controlar o salirme con la mía.
Y en esta situación que hay que recordar que, incluso para crecer como personas, lo primero que debe hacerse es ser fiel con uno mismo. Lo primero que debes hacer es mirarte en el espejo de tu conciencia para saber quién eres y quién puedes ser, en fidelidad y dignidad.
Así que hay que reencontrarse con lo que se es, con la educación recibida, con lo que de verdad es valioso, con lo resulta realmente convincente para serle fiel en toda situación, con ánimo de crecer, mejorar, corregir, profundizar, comprometerse. Mirarse en la conciencia y en la propia historia de los valores recibidos.
Quien va estructurando su personalidad sobre los sólidos fundamentos de la fidelidad, va teniendo consistencia para enfrentarse con los vendavales de la vida, incidir en cambios significativos y atraer a quienes sienten la sed de relaciones auténticas.
La fidelidad no comienza con las relaciones interpersonales. La fidelidad es un asunto personal que compete a la conciencia.
Mírate en tu propio espejo y contesta la pregunta de tu destino.
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Pido disculpas a todos los seguidores de este blog por los retrasos sufridos en las últimas semanas a causa de la conexión de Internet

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