viernes, 24 de junio de 2011

¡¡DETENTE!!... ¡¡RESPIRA!!

En este mundo caracterizado por las prisas, todo se hace de manera rápida. No hay tiempo para nada. Una supuesta productividad lo absorbe todo. La eficiencia, que solo parecemos buscar en el ámbito laboral, no da lugar a cualquier otra experiencia. Nos inmolamos ante los dioses del mundo moderno. Ante el tiempo… ante el tráfico, ante los negocios.
Nos hemos hecho extraños para los demás y los demás son extraños que pueden reducirse a colegas, compañeros, conocidos que  ocasionalmente se tropiezan e intercambian alguna que otra palabra.
De la prisa por la “producción” se pasa a la prisa en la familia: algunos viven no en hogares sino residencias, como pasantes y no como familia. Personas que se consiguen y tropiezan porque comparten comedor, cocina, neveras… Así que no hay procesos de integración porque no hay encuentros. Solo contactos, casi que epidérmicos y funcionales más que afectivos. Se comparten gastos pero no el tiempo.
En el frenesí de alcanzar una meta que se desplaza permanentemente hacia el futuro, en un mañana que no se transformará nunca en presente, se nos va la vida sin vivirla. Sin procesarla. Como quien come sin masticar… o jadea sin respirar.
De esta forma entramos en desventaja ante diversas situaciones de la vida. Las situaciones hay que procesarlas. Como las dificultades en el hogar hay que procesarlas. Y esto para no ponerlo en tinta roja en el renglón de las pérdidas, sino en azul en el renglón de las ganancias.
Procesarlas es saber que hay que esperar para responder (de palabra o acción), aunque creamos que esto nos consume. Procesar lo que se está viviendo. Procesar lo inesperado. Procesar lo absurdo. Procesar todo aquello que parece ser un torbellino de cosas que irrumpen con nuestra supuesta organización, cotidianidad y, por qué no, hasta planes de vida.
Ante tales circunstancias ¿qué debo hacer?
DETENERME… RESPIRAR…
Porque generalmente las personas tienen puesta una programación que les hace obrar sin pensar, de manera refleja o visceral, cegada por las circunstancias, de manera impulsiva y sin considerar las consecuencias. Con una simplificación de la realidad en un esquema que me contrapone a los otros para simplemente reaccionar de forma defensiva o iniciar ataques.
“Respira” es que te tomes tu tiempo. Permite que tu cuerpo y mente sean oxigenadas antes de tomar cualquier decisión. Mira la realidad, tu entorno, lo que pasa alrededor, lo que te dicen, quien lo dice, lo que hace… pero también fíjate en cómo reaccionas, lo que sientes, lo que piensas, lo que entiendes. Y luego pregúntate cuánto de lo que estás interpretando es real, cuánto proviene del exterior y cuánto lo añade una equivocada percepción.
“Respira”. Y una vez que te hayas serenado, que veas con claridad lo que está pasando y lo que sientes, evalúa la realidad y toma la decisión que consideres responsablemente la correcta. Esa decisión que podrás mantener en el tiempo, que podrás mantener ante los demás o por la cual podrás asumir que lo pensaste con honestidad aunque al final te hayas equivocado.
Pero respirar es también asomarse a la vida con otra actitud. Dejarse penetrar por las situaciones con toda la carga emocional. Con toda la gama de sensaciones y emociones. Dejar que penetre por los poros…
Respira, porque la vida no es un programa de computación que corre sin mayores variaciones. La vida es precisamente saber responder ante situaciones agradables y otras no tan agradables. Algunas previsibles pero otras sorpresivas. Pero el secreto está en saber detenernos, RESPIRAR… Respirar para con ecuanimidad, con asertividad, con realismo saber responder ante estas circunstancias.
Cada semana publico un nuevo artículo en este blog. Y en muchas ocasiones me he encontrado en circunstancias que podían desviarme del objetivo del artículo o de la publicación del mismo. Pero ante tales circunstancias: RESPIRÉ. Llené mi cerebro de oxígeno. Frené mis pensamientos. Acallé mis emociones. Y, finalmente, tomé decisiones adecuadas.
Respirar es que te tomes tu tiempo. Que detengas el carro de la vida en un instante. Que aprendas a utilizar el tiempo a tu favor aunque creas que sea poco, crear herramientas que te permitan manejar situaciones a veces desconcertantes y otras veces dolorosas.
Respirar es saber que puedes detener por un instante tu mundo interior. Sintonizar la realidad interna con la realidad externa. Saber que puedes enfrentarte a situaciones y no valorarlas simplemente por los resultados sino por toda la disciplina interior que implica el respirar.
¡Detente! ¡Respira! Porque a veces la vida puede parecer un complicado rompecabezas, pero con paciencia, serenidad, esperanza y disciplina se consigue hacer encajar las piezas.
¡Detente! ¡Respira! Porque al final todo pasa. Después de la tempestad viene la calma. Y los segundos previos antes del amanecer son los momentos más oscuros de la noche.
Recuerda… Detente… Y solo respira.

viernes, 17 de junio de 2011

PAPÁS...

En este mundo marcado por el machismo, la imagen de la madre es exaltada de tal manera que su sombra cubre y recubre a la del padre. Una eclipsa la otra. Mientras que una es exaltada hasta por las bellas artes de todas las culturas, la imagen paterna no solo se ensombrece sino que pareciera invocarse como venida de las mismas tinieblas.
Esta constatación cultural no deja de ser alarmante cuando nos introducimos en la psicología de la persona humana. Más que un elemento anecdótico presente (o ausente) durante la infancia, se trata de un elemento que produce un impacto en la personalidad y su estructura por el resto de la vida.
Y es que lamentablemente, a nivel mundial la figura paterna es casi inexistente por no decir inexistente del todo. Muchos de los conflictos que se viven en esta generación son en gran parte producto de esta ausencia o en gran parte, marcada por la misma.
Se ha pensado de manera equivocada durante mucho tiempo que ser padre es ser “proveedor”, pero solo en el aspecto económico. Pensar de otra manera implicaba ir en contra de la norma. Un padre jamás debía ser cuestionado si proveía económicamente a sus hijos. Era y todavía es frecuente escuchar expresiones tales como: “trabaja como una mula para darle todo a sus hijos ¡Que buen padre es!, trabaja de sol a sol”
Pero además de los males del pasado a corregir, están los males a futuro para evitar. Más que una recopilación de la funesta historia presente y pasada de los varones que son o han sido padres, está el desafío de corregir el modelo cultural imperante, para que las próximas generaciones puedan ser realmente papás.
Entender que ser padres implica mucho más que economía, implica invertir tiempo, crear y profundizar una abierta y franca comunicación, educar en muchos aspectos de la vida, en valores, en moral, en ética…
Ser padre implica asumir la responsabilidad de ser persona y que dicha responsabilidad tiene y debe ser transmitida a los hijos.
Para ser padre, algunas cosas tendrán que ser encaminadas de manera personal, otras de manera cultural o social. Ejemplo de esto es la utilización de la “trampa” de la sobrestimación de la imagen materna como coartada para no asumir la paternidad. Incluso el adagio popular dice: “madre solamente hay una, padre se encuentra en cualquier esquina”. Si padres hay en cada esquina ¿dónde  han estado hasta ahora? Porque la imagen paterna esté desaparecida.
Este pensamiento debe ser desmontado. Pues aunque la imagen de la madre es extremadamente importante, se minimiza la imagen del padre. Por ende, se puede utilizar hasta como excusa socialmente aceptada para no ser padre.
En el desarrollo de la personalidad en el niño y de la niña, las figuras del padre y la madre son insustituibles. Podrá faltar por cualquier razón el papá o la mamá biológicos, pero alguien deberá asumir el rol de ser figura paterna o materna.
La figura paterna tiene un rol indispensable para crear un ambiente de seguridad y protección, que permita el sano crecimiento de los hijos. Dicho ambiente está creado no por cosas, sino por relaciones. Por la calidad de las relaciones. No se da porque se conviva bajo un mismo techo o se respire un mismo aire.
Se va creando en las relaciones concretas que aportan experiencias de amor. Porque cada experiencia de amor equivale para el hijo a sentirse amado, valorado, promocionado por el padre. Y de esta manera el padre va reafirmando y dando seguridad al niño, para enfrentar la vida con todo realismo.
Es una colaboración indispensable en la construcción de la autoestima y de la propia imagen. De ese sentir “yo sí puedo”, sea como adulto, sea como niño. El niño siente que él es importante, que él es importante para alguien, y que ese alguien es, para el niño, la persona más importante de este mundo.
Un padre debe ser equilibrado, no represor, neurótico y menos maltratador, sino que cuente con valores suficientes dentro de las limitaciones que existen en la vida. De esta forma será un excelente medio para que el niño asimile normas y valores en su vida.
El sano vínculo con el padre ayuda a estructurar la personalidad alrededor de orden y el reconocimiento de la autoridad. Esto, a su vez, va a hacer que el adulto del mañana vaya a ser capaz de acatar orden y autoridad.
Maneras patológicas que actúan de forma díscola y contestataria, sospechando de todo orden social, pueden tener que ver con conflictos no solucionados y relaciones disfuncionales con la figura paterna.
Hay que considerar que la auténtica y sana inserción social, sin sumisiones humillantes pero sin rebeldías absurdas, se basa en una sana relación con la figura paterna en la infancia.
La autoridad que nace del amor y admiración es distinta del autoritarismo, cuyo efecto es totalmente el contrario.
La capacidad de diálogo y respeto no impide que, en las ocasiones que sea necesario, se hagan correcciones e, inclusive, se castigue sin maltratos (“no vas al cine”, “no te compro helados”, etc.). Un padre así es valorado como comprensivo y justo. Y todas aquellas realidades que el padre induce son valoradas como buenas.
Pero, unido a esto, el padre tiene el desafío de ser sensible. Además de la ausencia física en algunos hogares, la ausencia más trágica es la  afectiva y emocional. Ocurre cuando el padre es un ser minimizado, una presencia lejana, un ser distante y fantasmal que, en ocasiones, es más temible que amable.
Este vacío paterno envía al niño el mensaje de “tú no existes”, “yo no existo para ti”. Es una orfandad afectiva, que torpedea cualquier sentido de pertenencia. De no contar con un ser protector. El varón que es padre puede equivocarse drásticamente al reducir su responsabilidad a ser un simple proveedor, el que vela por lo material por el dinero que consigue trabajando.
Pero eso no es suficiente. Distanciarse de la afectividad y sensibilidad no es sinónimo de hombría ¡Como si el ser sensible fuese algo propio únicamente de la mujer! La sensibilidad masculina diferenciada de la mujer es una riqueza que no puede perderse.
Una asertiva incidencia del padre sobre los hijos afecta de manera positiva tanto a los hijos varones como a las hijas. En el caso de los hijos varones, si hay una buena imagen paterna, que afectivamente sea importante, tal modelo servirá de referencia para la adultez. En el caso de las hijas, contar con una buena imagen paterna le permitirá apreciar una adecuada y sana relación con el varón, particularmente en lo referente a la escogencia de pareja.
La ausencia de imagen paterna o una imagen traumática es fatal: es lanzar a las personas como náufragos ante la vida.
En el fondo, evitar la paternidad esconde, a su vez, inseguridades, inclusive de infancia. Asumir la paternidad implica el pasearse por todo ese mundo tambaleante de la propia vida interior y de la historia personal. Y el miedo es el peor enemigo. Internamente se debe convencer que es posible ser padre de manera distinta a como él se sintió como hijo. Que la paternidad tiene un atractivo insospechado que él puede encarnar a favor de sus hijos.
Por otro lado, el delegar la toma de decisiones y la resolución de conflictos a la mamá, no es sino otra forma de evitar la responsabilidad de ser padre. Y evitando el roce y el contacto se pueden evitar conflictos abiertos, pero tiene el carácter de violencia pasiva. Esta aparente “normalidad” no asegura que se está siendo un buen padre.
Pero en este camino de recuperación de la paternidad, las mamás también tienen su cuota de responsabilidad: el acaparamiento emocional de los hijos y la desautorización de los papás hace que se agrave la situación.
Entonces,  una mujer contribuye para bien o para mal en esta recuperación de la paternidad cuando escoge a su pareja: no solo se trata del compañero sentimental con quien se quiere compartir el resto de la vida, se trata también del hombre que escojo como padre de mis hijos.
Igualmente podemos analizar la conducta materna que interfiere en la relación padres e hijos. Uno de los casos es cuando el papá solo sirve de chantaje para controlar a los hijos: “cuando tu papá llegue del trabajo vas a ver”, “si lo sigues haciendo se lo digo a su papá”, “cuando se entere tu papá te va a castigar”.
 Además la mujer puede influir en hacer de sus hijos que de adultos sean padres responsables. Como la mujer puede favorecer el machismo, así también puede favorecer la ausencia de la paternidad, si no se toma conciencia.
Al final de cuentas ser papá no es trabajo exclusivo del hombre, implica que sociedades y culturas rompan con estereotipos que impiden la clara realización de lo que implica ser padre.
Si se asume responsablemente la paternidad, los efectos se harán sentir en las familias, culturas, sociedades, y muchos de los problemas existentes de hoy, en consecuencia, tendremos un mejor mañana.
Es tu responsabilidad. Es mi responsabilidad.
Es responsabilidad de todos.

viernes, 10 de junio de 2011

LÍMITES...

Podemos valorar la palabra “límite” de muchas maneras: a veces la vemos como separación, como división u oposición… pero también podría valorarse como zona de encuentro, de contacto, donde termina uno y comienza otro, confluencia. Lo cierto es que para nosotros la palabra límites está identificada con limitación, con barreras, con exclusión, diferenciación.
 Generalmente asociamos límites con territorio y, territorio, con países. Los límites siempre son ocasión para conflictos de cualquier tipo y, en el caso de las guerras, el conflicto consiste en la penetración armada en el territorio ajeno. De tal manera que la palabra “límite” tiene una acepción por lo menos antipática para nosotros.
Así que, como contrapartida, suponemos que la familia, los amigos, los esposos o inclusive los hijos, por no considerar las comunidades y las sociedades, cuando son tales y realmente hay amor y unión, ese amor borra los límites. Estar unidos, se cree, es no tener rayas que delimiten y digan “hasta aquí”. Amarse es dejar que el otro circule por mi vida como quiera y, obvio, que yo circule por la vida ajena  como mejor se me ocurra.
En teoría y de manera muy idealizada, esa especie de fusión e indefinición puede ingenuamente ser muy apreciada. Más que contacto hay confusión. Una superposición que ahoga cualquier originalidad y que esconde un abismo de inmadurez.
Para representarlo gráficamente, pensemos en un círculo y un cuadrado que aproximamos. Si los colocamos uno encima del otro y borramos los límites, nos quedamos sin círculo ni cuadrado y, de dos, sale una sola figura que no es ni una cosa ni otra. Cada figura pierde sus propiedades sin ganancia alguna.
En la naturaleza a nivel de microorganismos ciertas fusiones se dan para alimentarse, no para convivir. Solo en la reproducción sexual las células se unen para perder su individualidad y dar origen a un ser distinto de los anteriores.
Pero el ideal de convivencia entre seres humanos no sería el de una fusión fantasiosa, que tendría el carácter de patología de las relaciones simbióticas, como si se anularan las diferencias y la capacidad de interrelación porque hay una exacta superposición en la total coincidencia en pensamientos, deseos, aspiraciones, vivencias, experiencias, historia personal, etc. Resultaría sospechoso que se buscase una unión no de sintonía sino de apoderamiento del otro, que significaría su anulación.
De tal manera que la aceptación de los límites es tan real como la aceptación de la piel: lo que me separa del medio ambiente es también lo que me pone en contacto. Y, unido al concepto de “límite”, se encuentra el de territorialidad, sin que sea exclusivamente, aunque lo incluya, la referencia al espacio físico.
Para hacer consideraciones más prácticas, una pareja profundamente enamorada puede hacer ciertas actividades por separado y respetándose mutuamente. Esto, si son mínimamente sanos, no se va a considerar como una pérdida del amor o de la relación. Puede que el esposo sea un lejano aprendiz en el arte de apreciar la pintura, pero eso no impide el que respete los momentos en los que la esposa, sin colisionar con cualquier obligación o actividad en común, se dedica a ejercitar el pincel.
Puede que un papá desee prestarle más atención a su hijo cercano a la adolescencia, dedicándole más tiempo sin que incluya a la mamá, y no por esto ella va a sentirse rechazada o excluida.
Es curioso que en las relaciones que implican una mayor convivencia, como en el matrimonio o en la familia nuclear (padres-hijos), la dinámica de cada día nos lo presente como algo obvio. Pero cuando se trata de relaciones entre amigos y ciertas relaciones de familia, los límites se borran con increíble facilidad.
Una hija de 28 años, casada, tiene dificultades con su esposo sin que haya agresión física o verbal. Puede ser desde cuestiones habituales hasta situaciones en las que esté en juego la continuidad de la relación: sus padres pueden considerar que tienen el derecho de intervenir para dictaminar lo que tiene o no tiene que hacer.
Una madre está responsablemente criando a sus hijos, con el acuerdo con su esposo, de manera distinta a como fueron criados, y los padres se consideran en el deber de intervenir, sea para desautorizarla en sus correcciones, sea para exigirle mayor severidad.
La ignorancia de los límites puede estar unido a la falta de identificación en cuanto a lo que soy y a la manera como debo comportarme: si una suegra reconoce que debe actuar como suegra y abuela, no se va a meter en la relación de la familia como si fuese la esposa y la madre.
Un amigo puede ayudar a otro con un trabajo o el estudio, pero no puede suplantarlo para hacerse pasar por su amigo y conseguir mejores calificaciones. Alguien puede estar pasando por un aprieto que provoca profundas angustias donde aparece el elemento religioso, pero yo como psicoterapeuta puedo ayudarle en su toma de decisiones, pero no tengo por qué corregir desde mi óptica sus creencias.
Pero también ocurre que lo equivocado se disfraza de virtud. Como cuando una madre se siente en el derecho de interferir en la vida de su hijo adolescente, simplemente para ejercer un control fiscalizador que disipe cualquier vestigio que suponga lejanamente algo de amenazante independencia. Así pues, se escrudiñan llamadas, conversaciones, información en celulares, redes sociales… buscando indicios, indicios y más indicios… sobrepasando los límites que sanamente deberían respetarse.
 No se puede conseguir con una requisa lo se podría conocer ejercitando la simple comunicación entre una madre con su hijo. Es cuestión de respeto, amor y confianza. Y si espontáneamente no se da, hay algo en la relación que se debe revisarse.
Como en otros artículos, hay dos puntos de vista a considerar: cuando yo no respeto o tomo en cuenta los límites de los demás y cuando yo no soy capaz de hacer valer mis propios límites.
No puedo encarnar el papel de víctima, pues incurriría en un infantilismo imperdonable. Soy yo el que debo hacerme respetar.
Como lo haga, eso es otro cuento.
Una madre que sea estudiante puede necesitar y pedir tiempo para ello, sin que falte con sus obligaciones. Si su hijo pequeño le está interrumpiendo sin ningún motivo de peso, solo por juego, puede explicarle amorosamente lo que está haciendo y hasta llegar a acuerdos con él (“después que estudie vamos a salir juntos” o “si esta noche me dejas estudiar, mañana voy a hacer esto que te gusta”).
A veces, por considerar que la amistad es vía franca para perder la propia intimidad, hacemos un complot del silencio con los amigos. No solo no hay que considerar el debido y deducible respeto (“a esta hora no voy a llamar por teléfono a mi amiga, porque está con su esposo que acaba de llegar del trabajo”), sino en ocasiones pedirlo.
La susceptibilidad puede jugarnos una mala pasada si consideramos ofensiva cualquier delicada insinuación que hagamos o recibamos para respetar un espacio, para no trasgredir los límites. Y ese pacto de silencio, lejos de conservar las amistades, las va erosionando y deteriorando. La confianza se ha transformado en metiche intromisión, y no se aplican los correctivos necesarios.
Al final el amor es confianza y respeto, por el otro y hacia mí. Porque me amo, pido respeto ante ciertos límites.  Porque sé que me amas, estoy segura que lo comprenderás y seguirás amándome… Y lo que es válido para mí, es válido para ti.

viernes, 3 de junio de 2011

EXPERTOS INEXPERTOS

Uno de los desafíos cuando inicio una terapia con un nuevo paciente son los “otros”. Esos otros que se cuelan y hay que neutralizar. Que entran cuando se recibe y se cierra la puerta del consultorio. Esas voces que han sonado y seguirán sonando en el proceso psicotera- péutico, dentro y fuera de la consulta, que de manera “ingenua” indican lo hay y lo que no hay, lo que se debe y lo que no se debe hacer.
Esta serie de “expertos”, producto de la divulgación de conocimientos científicos por supuestos documentales de televisión o programas de variedades, entrevistas radiales, internet, rumores, creencias, conversaciones en las esquinas, revistas de largo tiraje, lecturas de ciertos libros, cursos de autoayuda… sin la necesaria capacidad de diferenciar lo genuino de lo falso, lo factible de lo fantasioso. “Expertos” que carecen de la debida preparación académica y que de manera ciega e imprudente asumen tener el conocimiento de las distintas materias.
Ellos conforman todo un ejército que hay que esquivar como en una carrera de obstáculos. Pero esta experiencia se vive no solo en el ámbito de la psicología, sino de forma generalizada en cantidad de ámbitos, desde lo más sencillo hasta lo más complejo. Y es que la tendencia del ser humano es afirmar lo que conoce y negar lo que desconoce.
Ejemplo de esto puede ser la visita de unos padres con su niño al pediatra: el pequeño presenta fiebre, malestar y las amígdalas inflamadas. El médico diagnostica infección en la garganta, cosa que aceptan los padres por estar familiarizados con dichos casos, por otros hijos y familiares. Pero si un niño pequeño visita al pediatra por otro motivo, y el pediatra diagnostica desnutrición, los padres fácilmente rechazan dicho diagnóstico puesto que aducen que el niño está en su peso y que ellos lo alimentan bien. Obviamente para estos padres estar desnutrido es solo estar delgado. Cuando en realidad la desnutrición es la carencia nutritiva de proteínas, carbohidratos, grasas, vitaminas y minerales. Puede que el niño no esté delgado porque la ingesta de carbohidratos es alta; sin embargo, quizás no haya una suficiente ingesta de proteínas, vitaminas y minerales. Estos mismos padres que desconocen el verdadero significado del término desnutrición en base a su poco conocimiento sobre el tema, son los que rechazan el diagnóstico, y en algunas oportunidades hasta descalifican a los verdaderos profesionales diciendo que no saben nada. Por supuesto, también se da aunado a familiares y amigos que siendo también ignorantes del tema, afirman que el verdadero profesional está equivocado. Lo que resulta realmente increíble es que ni los padres, amigos y familiares  nunca han pisado la escuela de medicina. No saben de medicina, no saben de pediatría y, no obstante, dejan que su ciega ignorancia sea la que tome el control.
De nuevo, afirmamos lo que conocemos y negamos lo que desconocemos. Al final ¿qué es la ignorancia? ¡Desconocimiento!
Y en este elenco podemos participar como víctimas, pero también como “expertos victimarios”.
¿Cómo llegamos a ser “expertos victimarios”?
En primer lugar debe destacarse el carácter divulgativo de muchas fuentes de información veraz, que se consiguen su objetivo en base a la simplificación de la realidad. Se dice en unos minutos o unas breves líneas lo que toma años de formación académica y consigue formar bastas  bibliotecas. De esta forma se aseguran la audiencia. Pero también el abordaje se hace buscando captar la atención del espectador a través de narraciones ingeniosas o destacando aspectos que podrían ser secundarios, pero que resultan llamativos para el gran público.
En segundo lugar, en ocasiones el abordaje sobre algunos temas no siempre parte de intenciones científicas o humanitarias, sino a la remuneración económica. No se busca difundir información o popularizar hallazgos relevantes, sino información que la gente está interesada en comprar y que puede ofertarse. Cuando no media la instancia ética, se puede sucumbir a la tentación de sacrificar la precisión científica en temas delicados por charlatanerías de dudosa fundamentación que, sin embargo, sintoniza con los gustos del público.
Así que estos “expertos” que compiten en la ayuda a nuestros pacientes, se saltan todo lo complicado que puede resultar en la práctica llegar, por ejemplo, a un acertado diagnóstico científico. Cosa que es complicada por la obstinada mentalidad resultante del amasijo de creencias populares y la mágica charlatanería de quien trafica con la desesperación de la gente.
Cada quien puede caer en la trampa del “experto”. En principio nadie está exento. Hay cierto poder que se siente tener sobre los demás que la hace en extremo atractiva. Hay un pedazo de la vida del otro que está bajo mi control, como si se tratara de mi vida misma. Y esto es particularmente cierto cuando nos referimos a problemas de salud.
Un amigo está haciendo un determinado tratamiento, con escaso éxito hasta el momento, quizás por lo largo del proceso. La situación se vuelve irresistible para que intervengamos. Comenzamos por sembrar la duda. Ponemos el rostro de quien no come cuentos. Una vez que deja de sentir confianza en lo que está haciendo o tiene que hacer, ahí nos apoderamos, como gurúes, de su vulnerabilidad. Con dos o tres premisas mal aprendidas y sin pasearnos por la idea de otros diagnósticos posibles para los cuales no contamos con la mínima formación académica, indicamos magistralmente lo equivocado del actual procedimiento cuando todo el mundo sabe que lo que hay que hacer es…
Estrategia que sirve para que amigos y familiares sucumban bajo el peso de nuestra influencia. Las enfermedades terminan siendo todas mentales, ficciones de la fantasía. O la quimioterapia un fiasco solo apta para algunos tontos. O los medicamentos son todos de antemano tóxicos, cuando no una serie de inventos.
En el caso de la psicología, que se la confunde con la consejería, los costos son menores: un consejo lo da cualquiera con la suficiente labia y en el refranero popular se consigue de todo ¿Quien no ha escuchado ese refrán que dice “la letra por la sangre entra” o “el hombre es el que manda”? El consejo del amigo sustituye la asesoría del profesional: lo que debes hacer con tu matrimonio, lo que debes hacer con tu hijo, lo que debes hacer con tus padres. Yo soy así de auténtico, se dice, por lo tanto lo que pienso lo digo… y tantas otras cosas.
Pero, así como puedo ser victimario, también puedo ser víctima. Y víctima responsable. En cualquier problema de salud dejo que los demás interfieran e indiquen lo que mejor les parece. Me abstengo de usar mi libertad de manera responsable, con el conocimiento que en último caso las decisiones, en algo que tenga directamente que ver conmigo, me competen a mí, sea que acierte o no. En un cáncer unos difieren del médico con tantas opciones como amigos tenga; mientras los unos difieren sobre el centro donde debo realizar la quimioterapia, porque donde voy no es confiable, otros me presentan como tabla de salvación el seguir una estricta dieta vegetariana; algunos vaticinan sobre la salud mejor que los médicos sin serlo, casi que viendo los exámenes de laboratorio al contraluz o como leyéndolos como se lee una bola de cristal. Los hay quienes tienen una versión sobre la religión como si se tratase de un deporte  extremo y proponen tener fe, tener fe y puramente fe. Y ahí estoy yo, enfermo, pretendiendo complacer a cuanto “criterólogo” consiga entre mis allegados.
Es obvio que la realidad es muchísimo más compleja. Así que, ante la tentación de intervenir en la delicada situación de otras personas, lo mejor es abstenerse. Porque la escasa preparación que se tiene está revestida de arrogancia. Es un irrespeto hacia la otra persona, más si no me ha pedido mi opinión. Debo tener en cuenta que la vida de otra persona puede estar en juego dentro de un palabrerío sin fundamento. El bien del otro no puede hacer de equilibrista en la cuerda de mis ocurrencias e iluminaciones, cuando es un acto de circo sin red realmente mortal.
Pero también yo soy responsable como víctima: yo debo manejar con tino las opiniones ajenas en asuntos que no son de incumbencia. Debo prestar oídos sordos y, ocasionalmente, hasta precisar con palabras a los demás, para que no se involucren. Por desagradable que sea y con la educación debida, pero teniendo en cuenta la importancia del proceso que esté viviendo.
Ciertamente en todo proceso terapéutico pueden surgir dudas e interrogantes bien fundados. Es el derecho a pedir, sobre cierto asunto, una “segunda opinión”. Lo cual es válido siempre y cuando acudamos a profesionales serios y responsables, que tengan la capacidad de confirmar o corregir un diagnóstico y un tratamiento concreto, de manera fundamentada.
Tomemos conciencia. No juguemos de manera irresponsable con la vida de otros, haciéndonos pasar por “expertos inexpertos”. Las consecuencias de nuestra irresponsabilidad pueden ser fatales. Tampoco permitamos que otros de esos “expertos inexpertos” interfieran en nuestra vida desviándonos de la senda del crecimiento personal y de la salud.
“Zapatero a tus zapatos”. Quizás sea difícil decir de otra forma lo que la sabiduría popular ha dicho de forma tan explícita y sencilla.