martes, 31 de diciembre de 2013

AMOR INTELIGENTE

 

Este año está a punto de culminar. Pareciera que las horas me alcanzaran a una velocidad tan vertiginosa que no me permiten expresar o decir lo que quiero y deseo. Miro hacia atrás: ha sido un año con sus altos y con sus bajos, con sus alegrías y con sus tristezas, de salud y también enfermedad pero, al fin y al cabo, un año más el que he vivido.

Me pregunto que he aprendido en este año, y la respuesta viene a mí de manera rápida y oportuna: amor inteligente. He descubierto que, para amar de manera efectiva, no debo disminuir el amor a mí misma, respetando en todo momento mi dignidad.

El amor inteligente no es otra cosa que el ser prudentes. Y ustedes se preguntaran qué quiero decir con ello: en este caso la prudencia significa no exponerme a situaciones que creen caos internos en mi persona; o situaciones que puedan de manera equivocada abrumarme hasta el cansancio (agotamiento de mis fuerzas).

Esto no significa que no ame, o que deje de amar a aquellos que son importantes para mí. Significa que voy definiendo mis límites y entendiendo que el verdadero amor no siempre equivale a que debo de estar ahí de manera inmediata, apenas me sienta urgida en mi corazón. Que acaso habrá veces en que tendré que poner distancia por el bien del otro y por el mío propio.

En algunos casos quienes son amados por nosotros no entenderán esta posición. Pero, como ya yo he dicho en muchas ocasiones, nuestro amor se puede transformar en silencio, incluso en distancia amorosa, que puede brotar de una simple oración de corazón, o hasta del deseo intenso de permitir que dicha distancia haga crecer al otro.

El amor inteligente sabe y reconoce cuando debe permanecer en silencio, cuando debe tomar distancia y reconoce el valor de la fuerza que radica entre el amor propio y el amor hacia el otro.

Creo firmemente que somos seres que hemos nacido para amar, sabiendo identificar con claridad lo que es realmente el amor, sin querer encasillarlo en nuestras egoístas o caprichosas  definiciones de amor.

Sigo amando, sin embargo esto no significa que debo necesariamente aprobar tu conducta y que debo permitir que la misma haga estragos en mí. Te amo, pero soy capaz de diferenciar entre lo que siento y lo que debo hacer, así como una madre sabe distinguir entre el amor hacia sus hijos y la noción clara de lo que debe hacer en relación con ellos.

Amor inteligente es cuidarme, dejando que el otro decida su camino. Entendiendo que quizás habrá momentos difíciles y dolorosos en esa decisión, que inclusive se darán situaciones y circunstancias en la vida propiciadas por la única y propia ceguera selectiva que no deja ver lo que realmente le conviene o perjudica, por mucho que yo pretenda intervenir.

Puede ser que al comienzo nuestro amor inteligente quiera darle luces a otro u otros, pero cuando el otro y otros se empeñan en seguir el camino equivocado, es entonces el momento indicado para decir, con inteligencia: debo transitar por el mío propio amándome a mí misma, resguardándome de situaciones difíciles y ahorrando mi energía para aquellos que quieran o tengan la capacidad de recorrer el camino de la prudencia, de la reconciliación y del cambio.

Quiero dejar en claro que el amor inteligente no es coartada para ser egoístas, para desligarnos fácilmente de otros o de mis propias responsabilidades. Es por eso que el amor inteligente es prudente, sabe discernir cuándo, cómo, por qué y con quién.

Este año que culmina quizás mi cuerpo se encuentre mucho más diezmado por mi enfermedad que el año pasado. Pero el ímpetu de seguir adelante me permite ir descubriendo cada minuto avenidas por las cuales mi psiquis y mi corazón deben transitar. El amor inteligente es una de ellas.

Espero que este año venidero sea un año lleno de amor, sueños y esperanzas, pero sobre todas las cosas que el amor un día nació en tu corazón siga floreciendo como amor claro, puro e inteligente.


Los amo. Dios los bendiga.

lunes, 6 de mayo de 2013

... Y LO LOGRAMOS!




Hay situaciones en la vida que logran realmente sorprenderte, y que aparecen cuando menos lo esperamos. 

Uno de mis grandes sueños como profesional ha sido poder contar con una generación de relevo. Revelo que pueda continuar con amor, firmeza, vocación y dedicación el trabajo que algunos de nosotros, psiquiatras y psicólogos, hemos decidido recorrer. Y hemos recorrido con la  firme convicción de que ese era nuestro llamado de servicio a la humanidad. 

Como ustedes ya saben, ser psiquiatra y psicólogo clínico requiere de mucha paciencia, de mucha escucha; de sumergirse no solo en el mundo del conocimiento, sino también en el mundo de nuestro yo interior para lograr surgir airosos de los debacles que la vida va presentándonos día a día. 

No es solo el poder mirarnos, hacer insight y canalizar nuestras situaciones: es ser capaz de ir mas allá y escuchar al otro, utilizando todas las herramientas que se nos han dado, y hacerlo con corazón abierto y manos extendidas, para que ésta sea una mejor sociedad. 

Este fin de semana, mi gran amiga y colaboradora de mi fundación,  la Dra. Pastora Linares, me invito a compartir con ella una clase de postgrado en Psiquiatría Infantil y Juvenil, y, así mismo, Higiene Mental en el desarrollo del Niño y del adolescente. Esta clase era dirigida a psiquiatras que buscaban su especialización en Prevención y tratamiento del área infanto-juvenil, de igual manera que a psicólogos y educadores que buscan afianzar la prevención dentro de lo que es la Higiene Mental.


De más está decir que muy pocas veces, y por razones de peso, rechazo cualquier tipo de actividad que tenga una incidencia importante en ésta, que ha sido la opción de vida que he decidido tomar.


Cuando conocí a la Dra. Pastora me di cuenta inmediatamente de su agudeza mental, de su calidez humana y de sus deseos de servicio. Prueba de ello ha sido la constante fidelidad que ha tenido hacia mi fundación y mis pacientes. La considero un pilar importante dentro de la misma.

Así que cuando me encontré con ella el viernes en la mañana del 3 de Mayo en la Universidad Centroccidental Lisandro Alvarado, para la clase que habíamos pautado, me topé con un grupo de psiquiatras, psicólogos y educadores que habían configurado un grupo de estudio muy bien consolidado e integrado. 

Asimismo sin ninguna resistencia a lo nuevo o desconocido, podía ver en ellos un profundo deseo de aprendizaje, de profundizar y traspasar fronteras. A pesar de la intensa jornada en la que hubo mucho intercambio de ideas y diálogos intensos en los que se les invitaba a ir mas allá de lo esencial, sus respuestas eran claras, contundentes, lógicas  que eran muestra de la búsqueda de ser el profesional ético,  moral y exitoso que tanto necesitamos.


Las observaciones que se les hizo de parte nuestra fueron todas acogidas con respeto y  humildad, como la de aquel que busca crecer como persona y profesional.

Finalmente debo reconocer que la experiencia de haber participado en esta clase fue altamente gratificante: por un lado reconozco el admirable trabajo logrado con estos profesionales por la Dra. Pastora; y a ellos, estudiantes, el inmenso agradecimiento de haber asumido el reto de ser profesionales íntegros  sin querer dejar atrás su humanidad.

¡Bravo Pastora! ¡Excelente trabajo! ¡Bravo por ustedes muchachos, que han decidido asumir el reto de hacer una diferencia!

Finalmente, llego mi generación de relevo.

Fuerza, Fe y Esperanza. El mundo aguarda por ustedes. 

Dios los bendiga.

jueves, 13 de septiembre de 2012

RECUERDOS




Nosotros, los humanos, buscamos distintas maneras de lidiar con nuestra vida, especialmente en lo que se refiere a lo cotidiano.

Sin embargo, cuando nos toca lidiar con nuestro mundo interior, con nuestra psiquis, nuestro mundo afectivo y social, pareciera que abriéramos un manuscrito donde esperamos que estuviesen escritas todas la fórmulas mágicas para ser feliz.

Alguna de estas fórmulas serían: la buena vibra, mente positiva, activar los chacras, meditación trascendental… y así una lista innumerable de fórmulas mágicas.

Con esto no quiero ni busco criticar maneras de pensar o filosofías de vida de otros. Solo pienso que, de esta manera, nuestra vida interior, nuestra psiquis y nuestro universo afectivo no se puede enfrentar sin la necesaria precisión.

Creo que se necesitan de recursos que tengan más arraigo en nuestra vida interna, que formen parte de nuestro mundo, que podamos utilizarlas para lidiar con nuestra vida diaria y crecimiento personal. Para mí uno de estos recursos son los recuerdos.

Lamentablemente en nuestra cultura utilizamos los recuerdos de manera negativa. Los utilizamos para recordar lo que hemos sufrido, cuanto nos han herido, las injusticias que han cometido en contra nuestra, las veces que nos han rechazado… y así un sinfín de recuerdos que vamos almacenando y utilizando en detrimento nuestro. Tanto que utilizamos esos recuerdos como excusas para no asumir la vida misma y así no responsabilizarnos de ser personas y de crecer.

Esto lo veo con mucha frecuencia en mi consultorio. Claro está que se encuentran aquellos casos en que se ve de buenas a primeras un trastorno o una psicopatología. Estas son personas que, aunque avancen en la edad cronológica, pareciera que carecen de cualquier madurez que impida reciclar todos esos recuerdos y utilizarlos de manera positiva, o, en muchos casos, simplemente dejarlos ir.

Sin embargo, para mí los recuerdos son mis aliados. Son todos aquellos momentos hermosos, importantes, reconfortantes que me hacen sentir y pensar lo hermosa que puede ser la vida.

Es imposible que exista un ser humano que no tenga algún recuerdo positivo que pueda acariciar su mente y su corazón. Algún gesto amable de alguien, alguna sonrisa, alguna mano que se te haya tendido en el momento indicado, un gesto de ternura y otros tantos recuerdos hermosos que preferimos esconderlos ante la amenaza “de que podamos crecer como personas y ser felices”.

Como ya lo he dicho en muchas circunstancias y ocasiones, mi vida ha estado marcada por distintas circunstancias, pero son aquellos recuerdos hermosos de mi infancia, adolescencia y temprana juventud, los que me permiten seguir sonriendo, seguir esperando y seguir confiando.

Hay recuerdos en mi vida tan hermosos que todavía hoy me hacen reír. Travesuras de niña, muchas de ellas en confabulación con mi hermano mayor o con mis primos. Tener en mi mente fresco el recuerdo de cuando decidí ser psicólogo clínico. Solo tenía 4 años de edad. Y, sin embargo, tenía la claridad de lo que significaba esa mi vocación.

Recuerdo cuando comencé a bailar ballet y solo tenía 5 años. Mi tío vivía cruzando la calle y tenía muchísimas responsabilidades, pues había sido asignado para ser el gobernador de la entidad. Él tenía la particularidad de acercarse todos los días a la casa para ver a sus sobrinos. Y yo entonces le decía a mamá: “dile a mi tío que no se vaya todavía, porque me voy a poner mi traje de bailarina y voy a bailar en media de la sala”. Pero lo hermoso de este recuerdo ha sido que mi tío era incapaz de moverse de su silla hasta que yo no terminase de bailar mi última lección de ballet, aún cuando sus obligaciones fuesen apremiantes. Luego que terminase me aplaudía, me besaba y me decía: “muy lindo, muy lindo”.

Quizás para cualquier persona esto pudiese ser un simple recuerdo. Para mí es mucho más que esto. Primero, me recuerda la perseverancia continua que ya entonces poseía para permanecer en el ballet. Segundo, el amor cómplice de mamá que me ayudaba a vestirme cada día para bailar. Y, por último, el inmenso amor y paciencia que mi tío me prodigaba y que me animaba a seguir adelante.

Como verán, un recuerdo puede ser muy poderoso. Más de lo que podemos imaginar. No tienen que ser cosas tan grandes e importantes, sino esas pequeñas cosas sencillas de tu vida que poseen una enseñanza para ti y que te recuerdan momento a momento que la vida continua y que tienes la obligación de enfrentarla con madurez, con amor, con fe y con esperanza.

Así que la próxima vez que te sientas invadido por la tristeza o que quieras seguir cargando contigo el equipaje de tu pasado ¡detente! Respira. Deshazte de ellos si no te han dejado ninguna experiencia de crecimiento y llena la valija de tu corazón de todos aquellos recuerdos que te pudieran permitir crecer y ser feliz.

viernes, 31 de agosto de 2012

EL ÚLTIMO REGALO



Hay cosas en la vida que aunque parezcan simples o sencillas, son a veces muy complejas de entender. Son esas cosas que van más allá de nuestro entendimiento y parecieran trascender al aspecto divino.

Este último año y medio ha sido increíblemente iluminador para mí, no solo como persona sino como profesional. Me ha tocado vivir situaciones que escuchaba que les ocurrían a otros, situaciones que habían sido teóricas para mí en el ejercicio de la psicología y que me había tocado lidiar con ellas solo como psicoterapeuta, pero que ahora llegaban de manera directa a mí. Y me encontraba en medio del remolino de toda esa teoría que podía entender en mi mente pero que costaba mucho digerir y aceptar.

Como en muchas ocasiones me habrán escuchado decir: “tenemos dos familias”, nuestra familia biológica que es la que la vida nos regala y la familia que escogemos por opción y con libertad. Esta familia es también regalo de la vida y ¿por qué no decirlo? es también un regalo divino. Muchas veces los lazos afectivos de la familia que escogemos pueden ser tan fuertes o más que la misma familia biológica.

Hace 12 años conocí a mi “hermana” René. Estaba sentada en el primer banco de la iglesia ante la imagen de la virgen de Coromoto (Virgen patrona de Venezuela), y en silencio rezaba el rosario. Al verla, internamente sentí que debía estar a su lado acompañándola en el rezo del rosario y, dejándome llevar por esas cosas que parecen ser simples pero que de nuevo, trascienden a lo divino, me senté a su lado y rezamos juntas.

Después de un largo rato en silencio me miró, me dijo que estaba enferma, que estaba embarazada y que un psicólogo le había dicho que la doctora Cesarino podía ayudarla. También le habían dicho que la doctora  acudía a rezar frecuentemente a ese lugar y a esa hora. La miré, la tomé de la mano y le dije: “Yo soy la doctora Cesarino”.

Nunca imaginé que ese instante fuera a determinar mi vida durante los próximos 10 años. Primero nos hicimos amigas, luego nos hicimos inseparables, nos entendíamos de una manera tan especial que hasta los gestos y las miradas eran suficientes para saber lo que necesitábamos. Los primeros años fueron años de lucha, intentar salvar su vida, pero también teniendo ambas en claro que el amor al prójimo, la generosidad, la fidelidad y la oración seguía siendo, en medio de nuestra lucha, el centro de nuestras vidas.

Salimos airosas de la batalla de la enfermedad. Y los siguientes 10 años fueron años de llantos, de risas, de aventuras, de confidencias, creciendo juntas como personas y entendíamos cada vez más que nuestro nexo de hermanas era un regalo único y especial.

No importaba donde estuviésemos o que estábamos haciendo, solo bastaba una llamada, y ahí estábamos, de nuevo, juntas. Queriendo enfrentarnos a la vida y buscar soluciones a las distintas situaciones difíciles que se nos presentaban.

Mi hermana René me conocía de tal manera, que podía comprometerme con alguien o algo sin siquiera tener que preguntármelo, pues me conocía lo suficiente para saber que siempre estaba dispuesta. Nos dedicábamos juntas a atender y ayudar a los enfermos, a estar atentas a sus necesidades y poco a poco, ella fue entendiendo como era mi mundo y yo… como era el de ella.

Aprendió a amar a los mas necesitados y entendió y cuidó, en algunos casos, a mis “grandes amores” (véase articulo Carta a mis amores). Para ella, lo que hacía por los demás nunca era suficiente y constantemente me decía y me recordaba: “Sabes que tienes que cuidarte, muchos te necesitan y dependen de ti”. Y así, iba ella apoyando todos y cada uno de los proyectos en los que me iba involucrando.

Tristemente, después de 10 años, sobrevino de nuevo la enfermedad. Oraba en silencio y le pedía a Dios que me permitiera seguir unida a mi hermana. Pero, como la vida a veces puede ser compleja, yo también entré en crisis por mi enfermedad. Así que ambas estábamos en cama distanciadas, físicamente, cada una de la otra. No pude acompañarla, no pude ayudarla en sus tratamientos y no pude ni siquiera decirle cuanto la amaba.

Finalmente ocurrió lo que tenia que ocurrir: mi hermana finalmente cerró sus ojos y yo sentí que mi mundo colapsaba. El dolor era tan intenso que me costaba hablar, me costaba pronunciar las palabras y mientras familiares y amigos le daban un último adiós a mi amada hermana, yo yacía en cama con el dolor profundo de no haberme podido despedir.

Sin embargo, es ahí donde de nuevo la fuerza del amor y la trascendencia divina entran en juego. Entendí como nunca había entendido antes que, como bien decía mi hermana, mis palabras, acciones y trabajo tenían un impacto importante en la gente. Internamente sentía que ella me impulsaba a seguir adelante y fue cuando entendí que desde mi cama podía seguir haciendo cosas por los demás.

Así  nació este blog, que para muchos ha sido respuesta y consuelo. Para otros, reto. Y para muchos más el incentivo para crecer y ser persona. Me doy cuenta que esa capacidad de amor de mi hermana continúa acompañándome día a día, que su compañía y su oración me alientan a seguir adelante. Sigo descubriendo lo generosa que era, pues este blog no es otra cosa que el último regalo de amor que no me dejó solo a mí, sino a todos aquellos que ella amaba y a todos aquellos a quienes ella buscaba amar.

Así que ustedes, mis amados lectores, hoy 31 de Agosto, fecha de nacimiento de mi hermana, reciban con amor y con apertura de corazón, éste, su último regalo.

sábado, 25 de agosto de 2012

EL "VISTIDO”





Cada uno de nosotros posee una cualidad o virtud tan desarrollada que no puede pasar desapercibida para los demás. En mi caso, es mi memoria. Es, por ejemplo, para mí muy común recordar con claridad cada sesión con mis pacientes con la única ayuda de la memoria; puedo retomar una consulta que se haya abandonado meses atrás por el paciente y retomarla como si hubiese sido del día anterior.

Por supuesto, para algunos pacientes esto es admirable, además de que les da un sentido pleno de ser escuchados. Para otros es escalofriante, porque no todos y no siempre vienen personas a mi consulta con deseos genuinos de salir adelante. Por eso, cuando estos se afanan en desviar mi atención de algo que necesito y estoy puntualizando por algún motivo serio, mi memoria es la que viene en mi auxilio para ubicarles, con asombro, en su realidad.

Así pues a mí me resulta bastante gracioso cuando escucho a mis pacientes, en la sala de espera, decirles a los que vienen por primera vez: “ten cuidado con lo que le digas a la doctora, porque a ella no se le olvida nada”. Y aunque algunos asumen que mi memoria es parte de mi entrenamiento como psicólogo, en realidad ha sido mi memoria una de las grandes ventajas que he poseído para el ejercicio destacado en mi profesión.

Por eso el lector no debe asombrarse de que recuerde eventos, con precisión de detalles, ocurridos hace muchísimo tiempo, como la anécdota que voy a contar a continuación, cuando tenía apenas 3 años.

Como ya he mencionado en otros artículos, papá era médico. Pero sobre todo un gran investigador. Poseía dos especialidades: la cardiología y la radiología. Había estudiado toda su carrera de medicina y sus especialidades fuera del país. Por lo que, cuando llegó a Venezuela, en concreto a Caracas, se encontró abrumado de trabajo, pues eran muy pocos los radiólogos que existían en el país. Por eso constantemente escuchaba sonar el teléfono de mi casa para pedirle a mi papá  su colaboración en otros puntos del país.

Finalmente papá accedió a colaborar tres veces a la semana en la ciudad de Maracay, a 120 kilómetros de Caracas. Sin embargo, con el tiempo la situación se volvió compleja para la familia, pues a mamá le tocaba lidiar prácticamente sola con 4 niños, de 4, 3, 2 y 1 año de edad. Constantemente mamá repetía que cuando nos levantábamos en la mañana papá ya no estaba; y al acostarnos, tampoco. Por lo tanto, finalmente y por petición de mamá, se tomó la decisión de que papá trasladase por completo todo su ejercicio profesional para Maracay, y nosotros nos fuésemos, obvio,  con él.

Recuerdo, no sé si fue angustia con dolor, lo que esta decisión produjo en mí. Esto significaba dejar atrás a mi amado abuelo Miguel; a Neta (Antonieta), su esposa; a Gaspar, primo de mi abuelo; y a Pepita, su esposa, quienes nunca pudieron tener hijos. Además Carmen, la vecina, una dulce señora mayor que se dedicaba cariñosamente a complacerme con sus galletas. Realmente no puedo decir que todas estas personas me consintiesen de manera negativa y perjudicial, todo lo contrario; supongo que la edad les hubiese enseñado esa preciosa sabiduría de comprender a los niños y manifestarles amor, y esto para su bien.

Por lo tanto, a pesar de ser tan pequeña entendía la trascendencia de la situación. Ciento veinte kilómetros de distancias eran para mí ir de la tierra a la luna. Sin embargo, no había nada que se pudiese hacer. Recuerdo que días antes de la mudanza me enfermé. Y en silencio suplicaba a Dios seguir enferma para evitar la mudanza. Muy a pesar mío me recuperé rápidamente y tuvimos que partir. Para mí fue extremadamente difícil y doloroso. Pero lo peor estaba aún por venir.

En mi mente ingenua de niña pensaba que podía llevar conmigo a mi gato. Pero al montarnos en el automóvil, el día de la partida, papá fue bastante conciso al hacerme saber que mi gato tenía que quedarse.

Recuerdo que lloré en silencio a lo largo del camino durante mucho tiempo: había dejado atrás a mi amada familia… y mi gato ya no podría estar conmigo como compensación ante lo que yo creía que había definitivamente perdido.

Finalmente llegamos a Maracay. Y papá comenzó a mostrarnos la casa, con todas sus habitaciones y recovecos,  y el jardín. De repente ¡oh, sorpresa! había un gato en el jardín. Comencé a gritar y a saltar diciendo “¡mi gato! ¡mi gato!” Ante tal alboroto papá fue a ver qué ocurría. Y yo emocionada le comentaba y le decía que ahí estaba mi gato.

Papá no podía entender de dónde había salido el gato y que, obviamente no era el mío. Yo insistía e insistía y papá insistía también. Buscaba por todos los medios hacerme entender que no era mi gato. Finalmente papá, pensando que yo podía aceptar la realidad, me dijo: “Este no es tu gato. Este gato es de color pardo y tu gato era blanco con manchas negras”. Yo inmediatamente me le quedé mirando y le repliqué: “Papá: es que se cambió el ´¡vistido!”.

Ante tal afirmación papá comenzó a reírse durante un largo rato. Finalmente entonces aceptó que se quedara el gato y yo convencidísima que era el mío y la explicación era que simplemente se había cambiado de “vistido”.

A veces nosotros, los adultos, pensamos que los niños son adultos pequeños, que piensan, actúan, razonan igual que nosotros. Pero la realidad es otra. Hay muchas cosas en que los niños no son capaces de entender. Su mundo no es percibido de la misma manera que el nuestro. Su lógica es sencilla y simple. La manera de manejar el tiempo y la distancia es distinta de la nuestra. La intensidad en que sienten y manifiestan las emociones es muy particular.

A veces creamos conflictos innecesarios con nuestros hijos pequeños repitiéndoles una y otra vez “es que tu no entiendes” cuando realmente somos nosotros los que no entendemos. El mundo de los niños es pequeño y limitado, no porque ellos quieren que así sea, sino porque se requiere de ciertos procesos y maduración para que el niño vaya ampliando su mundo y sus horizontes. Lo que para un niño es altamente importante, para ti puede ser una nimiedad. Y la no aceptación de esa realidad del niño puede  traer consecuencias dolorosas, además de resentimiento.

Hablar del mundo de los niños es complejo y fascinante. Es por eso que, para aproximarnos a ese mundo, debemos hacerlo con paciencia, delicadeza, inteligencia y, sobre todo, con una gran tolerancia. Como ustedes mismos verán, mi anécdota tiene dos aspectos muy importantes a resaltar: la primera, la capacidad que posee un niño para entender lo difícil y doloroso que es una separación o desarraigo familiar. Y, al mismo tiempo, la inocencia y escasa capacidad para entender que… ese no era mi gato. Por lo tanto, lo que hice de niña  fue utilizar una lógica que, según mi capacidad y entendimiento, daba una explicación “real” a lo ocurrido.

Así que la próxima vez que te encuentres como padre o como adulto ante la situación en la que el niño te responde desde sus criterios propios de su mundo infantil, como la del “vistido”, no te desesperes. Sonríe, porque detrás de eso se encuentra una gran agudeza mental que, si la cultivas con paciencia y esmero, obtendrás a su tiempo frutos valiosos que te harán sentir orgulloso de tu hijo o de tu hija.

Puedo hablarte desde la experiencia: puesto que cada vez que papá se sentía orgulloso de cada una de mis acciones, siempre contaba la anécdota del “vistido”…

viernes, 17 de agosto de 2012

MI AQUÍ Y MI AHORA


Para aquellos que han estudiado psicología o psiquiatría, deben de estar familiarizados con lo que es la “corriente Gestalt”, con la cual, debo ser muy sincera, no simpatizo del todo. Pero si hay algo que es importante en esta terapia, que creo que de alguna manera cada individuo debe y tiene que madurar, es el concepto del “aquí y el ahora”. Siempre y cuando eso no nos desvíe de responsabilizarnos con la vida y nos centre tanto en nosotros mismos que nos lleve a hacernos incapaces de compadecernos y de ponernos en el lugar del otro.

Como alguno de ustedes sabrá, nosotros, los psicólogos, buscamos ser funcionales. Y en mi largo proceso de crecer como persona en muchas ocasiones tuve que detenerme y mirar el “aquí y el ahora”, para determinar cómo y de qué manera debía actuar, pensar y sentir.

Esos han sido momentos muy puntuales en mi vida, como persona, como madre y como profesional.

Sin embargo, estos últimos dos meses han sido para mí, “mi aquí” y “mi ahora”. Después de haber recuperado algo de salud y energía, creyendo que remontaba ya la crisis de mi enfermedad, me hallo una vez más a mitad de la pendiente. Eso significa que de nuevo estoy confinada a mi cama y a las paredes de mi  cuarto.

Quizás para algunos esto pueda sonar difícil y doloroso. Para mí es solo mi realidad. Es “mi aquí” y “mi ahora” que me limita físicamente, pero nunca a nivel afectivo, emocional y reflexivo. En este mi “aquí y ahora” continúo proponiéndome seguir siendo funcional y, aunque para muchos, la definición de la palabra “funcional” va directamente proporcional con la actividad física, en mi caso la refiero a actividad mental e interior.

Desde mi cama soy capaz de seguir los procesos psicoterapéuticos de mis pacientes a través de mi hija Angélica, quien se encuentra la mayor parte del tiempo al frente de mi consulta. Soy capaz de crear con ella abordajes y estrategias para impulsar los procesos internos de nuestros pacientes.

Además de esto, en este momento sigo aplicando lo que ha sido una regla de oro en mi vida: no me pregunto el “por qué” de las cosas. En vez de esto me pregunto “para que me sirve esto”. Así pues, tengo mucho más tiempo para ser más reflexiva y crear nuevas estrategias para crecer. Esto, por supuesto, me ha ayudado a seguir agudizando mis capacidades mentales. Y, de esta forma, cada día que pasa, voy descubriendo algo nuevo que me ayude a crecer y que puede traducirse en experiencia o en conocimiento para otros.

Pero también el aquí y el ahora trae sus cuotas irrenunciables de humanidad. Y es que, como he dicho en innumerables ocasiones, ser persona es reconciliarme con lo que soy, con mis áreas de luces y mis áreas grises, con lo positivo y con lo que no es tan positivo y que necesito lidiar, con lo que siento y con lo no me gusta sentir. Y he aquí que en este mi “aquí” y “ahora” también me asalta, de nuevo, el fantasma de la culpa (sí, como recuerda aquel artículo que escribí hace más de un año con ese mismo nombre), que me susurra silenciosamente en mis oídos que otros están sufriendo por mí y que, además de ello, mi familia y mis amigos se recargan de actividades para intentar sacarme de esta crisis. Pero es, de nuevo, cuando me vuelvo a enfrentar con lo que quiero y deseo ser, que descubro, con fuerza, que la culpa es solo una excusa para no descubrir o para no ver mejor el amor de otros. Y el proceso interno de cambio que ellos, al igual que yo, tienen que vivir.

Una vez más pienso que el “para que” de este mi “aquí y ahora” es una invitación para ustedes, mis lectores, amigos, familiares y pacientes, de poner en práctica todo aquello que, por este medio o el de conferencias o el de psicoterapias, hayan podido asimilar, lo que debe perdurar es la enseñanza, puesto que la realidad dice que no siempre podré estar presente.

En este “mi aquí y mi ahora” que de alguna manera es el “aquí y el ahora” de ustedes, no es otra cosa que un vínculo arraigado en el amor, la confianza, la honestidad y el respeto por el otro. Nuestro “aquí y ahora” no es otra cosa que una invitación para que sigamos creciendo a pesar de las dificultades que la vida nos puede presentar.

No te preguntes “por qué”; pregúntate “para qué”.

domingo, 1 de julio de 2012

RESIDUOS...


Quienes me conocen saben de la pasión con que degusto un buen café. Esa mezcla mágica entre el sabor y el aroma, ese color tan característico. No en vano algún paciente tiene el detalle de aparecerse en la consulta armado de un buen café con sus rizos perfumados trayendo recuerdos de montaña fresca.

Y es que el café forma parte del ritual matutino: el desvelo termina cuando, luego de limpiar meticulosamente la cafetera express, dejo que el vapor arrastre el secreto de los granos pulverizados, los una a la atmósfera y logren condensarse en esa taza de sabor indescriptible. Para ello cuido, antes que nada, de retirar el café sobrante del día anterior y los residuos. Los años me han enseñado cuanto puede envilecer a un café recién hecho la mezcla con los restos del día anterior. Esos mismos residuos, que adulteran la rica calidad de esta bebida, vigilo que no se viertan por el desagüe y ocasionen un funesto tapón, en una mezcla casual con vertidos grasosos.

Como habrán podido percibir, mis queridos lectores, soy una amante del café. Pero el café hace más que despertar mis capacidades sensoriales o introducirme a la vida cada mañana. El café también acompaña mis reflexiones, la manera como veo a un paciente o repaso las narraciones confiadas en el consultorio.

Creo que la vida es como un buen café, que nos envuelve con una gran variedad de sensaciones. Hay cantidad de experiencias, de personas con las que nos hemos encontrado o situaciones que hemos vivido, que no solo fueron importantes en su momento, sino que siguen siendo importantes en la actualidad. Recordarlas es, en mucho, como revivirlas. Podemos volver a sentir la temperatura de aquel momento, los olores, la sensación de la brisa rozando nuestro rostro, las palabras de aquel amigo, la escena de ese anciano. Y volvemos a conmovernos y a sacar fuerzas para enfrentar los actuales desafíos. Nos reconciliamos con las cosas buenas para enfrentar las no tan buenas. Nos decimos que, si pudimos superar aquellas, podremos superar las actuales. 

Vivir es mucho más que escribir un diario: es tener todo un inventario de experiencias que nos enriquecen e impulsan. Son ese buen café mañanero con su aroma y su bouquet, que tonifica nuestro organismo para comenzar el día, entre lo previsible y lo inusitado.

Pero, al igual que el café, las experiencias dejan residuos. El café del día anterior no sirve para mezclar con el café que colaremos hoy. En ocasiones lo que hemos vivido nos parece tan bueno que vivimos en una continua añoranza por el pasado. Quisiéramos forzar al presente para que sea una copia al calco del pasado. Y esto puede resultar funesto. Por hermosa que sea la luna de miel en la pareja, puede servir de fundamento para continuar integrándose y madurando; pero existirán nuevos retos que habrá que enfrentar. 

Con el tiempo la pareja no resultará tan imprevisible como al inicio. Muchas experiencias dejaran de resultar novedosas. Pero, no obstante, sin repeticiones, comenzar a ser padres y madres supone, por ejemplo, la entrada a nuevas etapas. Y así sucesivamente.

También aquello en lo que hemos participado, y que no calificamos de bueno, nos afecta. Las acciones y experiencias, buenas o malas, repercuten para bien y para mal en el presente de cada uno. Nunca permanecen encerradas tan en el ayer como quisiéramos. Inclusive cuando suponemos que hemos superado aquel hecho que está en los orígenes: una separación, una infancia traumática, un vicio… quedan restos, residuos.

Suele ocurrir con algunos pacientes que llegan vueltos trizas al consultorio. Luego de varias sesiones comienzan a sentirse mejor y, antes que les de de alta, abandonan la terapia. Luego de algunos meses retornan cayendo en cuenta lo torpe que fue la decisión de considerarse recuperados. Es por eso quizás que los “residuos” de una situación no resuelta del todo pueden envilecer nuestra existencia.

Los antiguos creían en unos animales mitológicos llamados “rémoras” que se adherían a las embarcaciones entorpeciendo la travesía. Eran pequeños pero eran muchos. Así ocurre con estos residuos de experiencias pasadas: por minúsculos que parezcan no por ello son menos importantes.

En el camino de crecimiento personal importa prestarle atención a estos “residuos”. No solo a los acontecimientos que causaron malestar o que infligieron dolor. El trabajo interior pasa por estar pendiente de completar debidamente el proceso terapéutico, cuando es el caso, o de prestar atención a nuestra manera de reaccionar ante situaciones que podemos asociar inconscientemente con eventos del pasado. 

Técnicamente diríamos que la gente proyecta temores y expectativas a partir de lo que se ha vivido y ha dejado su huella en nuestro interior. Si vivimos algo que nos resultó doloroso, podemos desarrollar temores ante situaciones nuevas que, sin darnos cuenta, nos lo recuerda.

Igualmente puede ocurrir con algo que haya salido de nuestro campo de atención cotidiano, por lo que lo consideramos superado aún sin estarlo. Por ejemplo, el sentimiento de culpa por dedicarle excesivo tiempo al trabajo en detrimento del tiempo dedicado a los hijos. Alguien puede creer haber realizado los cambios pertinentes sin que sea así, por lo que puede volver a dejarse absorber por los compromisos laborales. Es posible que reaparezcan reclamos y crisis, junto con la culpa. Si actuamos sin la debida prudencia, pueden reabrirse las heridas o podemos repetir actitudes erradas.

Una persona que está saliendo de una relación traumática de pareja debe cuidar el momento de reiniciar otra relación y fijarse igualmente con quién. No en raras ocasiones una persona busca parejas que respondan al mismo perfil patológico.

Alguien que sufra de ludopatía, ese comportamiento compulsivo por el juego, puede que haya hecho un gran camino de liberación interior. Pero es delicado que esta persona decida por sí misma cuando arriesgarse a estar en un ambiente donde haya personas en juegos de envite y azar. Una recaída es fatal, exactamente porque todavía quedan “residuos”.

Es cierto que los residuos pueden tener proporciones descomunales, producto de experiencias desgarradoras. Pero también pueden tener un tamaño ínfimo, como el caso de un paciente adulto que de niño simplemente solía tomarse los restos de las bebidas alcohólicas que dejaban los mayores. Eran fondos tan insignificantes que nadie le prestaba mayor atención. Sin embargo, con el pasar del tiempo esta persona se alcoholizó. De manera similar ocurre en cantidad de otras situaciones.

Cada día acumulamos residuos que debemos (¡y nos conviene!) limpiar. Acumular basura interior es más grave que acumular basura física. Y las experiencias no resueltas de otros días comprometen, o hipotecan, las experiencias nuevas que hagamos.

Es por eso que debemos revisarnos día a día, porque podemos haber pensado tener dominadas o controladas ciertas experiencias en nuestra vida y, de repente, sin que nos percatemos de ello, surgen conductas, respuestas, pensamientos y gestos que denotan que todavía existen residuos en nuestro mundo interior. Por lo tanto, no debemos nunca de fiarnos totalmente de nosotros mismos. Necesitamos de otros que, con amor y prudencia, nos indiquen los residuos que todavía existen en nuestras vidas.

Si quiero crecer y tener buen aroma como un buen café, debo limpiar de manera minuciosa los filtros que deben purificar mi vida.

Te sugiero una cosa: una de estas mañanas llega a tu cocina y prepárate un delicioso café. Limpia bien los residuos, si no lo hiciste antes, y, si ha quedado restos del día anterior, viértelo por el sumidero. Prepárate un buen café. Antes de tomártelo míralo con detenimiento, huélelo y saboréalo. Y haz lo posible para que en ese día tu vida tenga buen aroma y sabor también.