domingo, 1 de julio de 2012

RESIDUOS...


Quienes me conocen saben de la pasión con que degusto un buen café. Esa mezcla mágica entre el sabor y el aroma, ese color tan característico. No en vano algún paciente tiene el detalle de aparecerse en la consulta armado de un buen café con sus rizos perfumados trayendo recuerdos de montaña fresca.

Y es que el café forma parte del ritual matutino: el desvelo termina cuando, luego de limpiar meticulosamente la cafetera express, dejo que el vapor arrastre el secreto de los granos pulverizados, los una a la atmósfera y logren condensarse en esa taza de sabor indescriptible. Para ello cuido, antes que nada, de retirar el café sobrante del día anterior y los residuos. Los años me han enseñado cuanto puede envilecer a un café recién hecho la mezcla con los restos del día anterior. Esos mismos residuos, que adulteran la rica calidad de esta bebida, vigilo que no se viertan por el desagüe y ocasionen un funesto tapón, en una mezcla casual con vertidos grasosos.

Como habrán podido percibir, mis queridos lectores, soy una amante del café. Pero el café hace más que despertar mis capacidades sensoriales o introducirme a la vida cada mañana. El café también acompaña mis reflexiones, la manera como veo a un paciente o repaso las narraciones confiadas en el consultorio.

Creo que la vida es como un buen café, que nos envuelve con una gran variedad de sensaciones. Hay cantidad de experiencias, de personas con las que nos hemos encontrado o situaciones que hemos vivido, que no solo fueron importantes en su momento, sino que siguen siendo importantes en la actualidad. Recordarlas es, en mucho, como revivirlas. Podemos volver a sentir la temperatura de aquel momento, los olores, la sensación de la brisa rozando nuestro rostro, las palabras de aquel amigo, la escena de ese anciano. Y volvemos a conmovernos y a sacar fuerzas para enfrentar los actuales desafíos. Nos reconciliamos con las cosas buenas para enfrentar las no tan buenas. Nos decimos que, si pudimos superar aquellas, podremos superar las actuales. 

Vivir es mucho más que escribir un diario: es tener todo un inventario de experiencias que nos enriquecen e impulsan. Son ese buen café mañanero con su aroma y su bouquet, que tonifica nuestro organismo para comenzar el día, entre lo previsible y lo inusitado.

Pero, al igual que el café, las experiencias dejan residuos. El café del día anterior no sirve para mezclar con el café que colaremos hoy. En ocasiones lo que hemos vivido nos parece tan bueno que vivimos en una continua añoranza por el pasado. Quisiéramos forzar al presente para que sea una copia al calco del pasado. Y esto puede resultar funesto. Por hermosa que sea la luna de miel en la pareja, puede servir de fundamento para continuar integrándose y madurando; pero existirán nuevos retos que habrá que enfrentar. 

Con el tiempo la pareja no resultará tan imprevisible como al inicio. Muchas experiencias dejaran de resultar novedosas. Pero, no obstante, sin repeticiones, comenzar a ser padres y madres supone, por ejemplo, la entrada a nuevas etapas. Y así sucesivamente.

También aquello en lo que hemos participado, y que no calificamos de bueno, nos afecta. Las acciones y experiencias, buenas o malas, repercuten para bien y para mal en el presente de cada uno. Nunca permanecen encerradas tan en el ayer como quisiéramos. Inclusive cuando suponemos que hemos superado aquel hecho que está en los orígenes: una separación, una infancia traumática, un vicio… quedan restos, residuos.

Suele ocurrir con algunos pacientes que llegan vueltos trizas al consultorio. Luego de varias sesiones comienzan a sentirse mejor y, antes que les de de alta, abandonan la terapia. Luego de algunos meses retornan cayendo en cuenta lo torpe que fue la decisión de considerarse recuperados. Es por eso quizás que los “residuos” de una situación no resuelta del todo pueden envilecer nuestra existencia.

Los antiguos creían en unos animales mitológicos llamados “rémoras” que se adherían a las embarcaciones entorpeciendo la travesía. Eran pequeños pero eran muchos. Así ocurre con estos residuos de experiencias pasadas: por minúsculos que parezcan no por ello son menos importantes.

En el camino de crecimiento personal importa prestarle atención a estos “residuos”. No solo a los acontecimientos que causaron malestar o que infligieron dolor. El trabajo interior pasa por estar pendiente de completar debidamente el proceso terapéutico, cuando es el caso, o de prestar atención a nuestra manera de reaccionar ante situaciones que podemos asociar inconscientemente con eventos del pasado. 

Técnicamente diríamos que la gente proyecta temores y expectativas a partir de lo que se ha vivido y ha dejado su huella en nuestro interior. Si vivimos algo que nos resultó doloroso, podemos desarrollar temores ante situaciones nuevas que, sin darnos cuenta, nos lo recuerda.

Igualmente puede ocurrir con algo que haya salido de nuestro campo de atención cotidiano, por lo que lo consideramos superado aún sin estarlo. Por ejemplo, el sentimiento de culpa por dedicarle excesivo tiempo al trabajo en detrimento del tiempo dedicado a los hijos. Alguien puede creer haber realizado los cambios pertinentes sin que sea así, por lo que puede volver a dejarse absorber por los compromisos laborales. Es posible que reaparezcan reclamos y crisis, junto con la culpa. Si actuamos sin la debida prudencia, pueden reabrirse las heridas o podemos repetir actitudes erradas.

Una persona que está saliendo de una relación traumática de pareja debe cuidar el momento de reiniciar otra relación y fijarse igualmente con quién. No en raras ocasiones una persona busca parejas que respondan al mismo perfil patológico.

Alguien que sufra de ludopatía, ese comportamiento compulsivo por el juego, puede que haya hecho un gran camino de liberación interior. Pero es delicado que esta persona decida por sí misma cuando arriesgarse a estar en un ambiente donde haya personas en juegos de envite y azar. Una recaída es fatal, exactamente porque todavía quedan “residuos”.

Es cierto que los residuos pueden tener proporciones descomunales, producto de experiencias desgarradoras. Pero también pueden tener un tamaño ínfimo, como el caso de un paciente adulto que de niño simplemente solía tomarse los restos de las bebidas alcohólicas que dejaban los mayores. Eran fondos tan insignificantes que nadie le prestaba mayor atención. Sin embargo, con el pasar del tiempo esta persona se alcoholizó. De manera similar ocurre en cantidad de otras situaciones.

Cada día acumulamos residuos que debemos (¡y nos conviene!) limpiar. Acumular basura interior es más grave que acumular basura física. Y las experiencias no resueltas de otros días comprometen, o hipotecan, las experiencias nuevas que hagamos.

Es por eso que debemos revisarnos día a día, porque podemos haber pensado tener dominadas o controladas ciertas experiencias en nuestra vida y, de repente, sin que nos percatemos de ello, surgen conductas, respuestas, pensamientos y gestos que denotan que todavía existen residuos en nuestro mundo interior. Por lo tanto, no debemos nunca de fiarnos totalmente de nosotros mismos. Necesitamos de otros que, con amor y prudencia, nos indiquen los residuos que todavía existen en nuestras vidas.

Si quiero crecer y tener buen aroma como un buen café, debo limpiar de manera minuciosa los filtros que deben purificar mi vida.

Te sugiero una cosa: una de estas mañanas llega a tu cocina y prepárate un delicioso café. Limpia bien los residuos, si no lo hiciste antes, y, si ha quedado restos del día anterior, viértelo por el sumidero. Prepárate un buen café. Antes de tomártelo míralo con detenimiento, huélelo y saboréalo. Y haz lo posible para que en ese día tu vida tenga buen aroma y sabor también.