viernes, 30 de septiembre de 2011

CONTRATIEMPOS

¿Cuántas personas no se levantan con el sueño de hacer grandes cosas, y al primer tropiezo lo han dejado a un lado? ¿Cuántas personas se conforman con llevar una vida según los estándares sociales, haciendo de sus rutinas diarias repeticiones tediosas?

Ciertamente la persona se levanta, en la adolescencia, con el sueño prometedor de ser diferente a lo que ha conocido, a los desengaños, a los logros de los demás, a los vicios o virtudes de la gente. Su amor durará, jamás traicionará, no decaerá, conseguirá grandes cosas. Más  el impulso vital dura lo que dura el desengaño.

De tanto en tanto y de cuando en vez ese adolescente inconformista se revela por dentro. Por instantes, a lo mejor teniendo ya una familia, un trabajo estable o una profesión, cree que puede tener la iniciativa de ser diferente… o de hacer cosas diferentes.

Igualmente interpretamos, una vez que las cosas no nos han salido como pensábamos, la humillación de la derrota como un castigo por haber osado decidir vivir la vida, que implica riesgo medido, pero riesgo, al fin al cabo.

Llegado a este punto, podríamos continuar esta reflexión por diversos caminos. Pero considero importante seguirla de esta manera: porque en estas cosas de arriesgarnos e innovar nunca hemos dejado de ser adolescentes.

Si lo que pretendemos en las esquinas de la vida es sentir aquel fogueo propio del mundo de los adolescentes; a ver las cosas de manera triunfalista y a considerar que todos los factores deben obligatoriamente que aliarse a nuestro favor; a no contar con una adecuada noción de la realidad y a conducirnos con optimismo ingenuo, podemos seguir actuando así. Durará lo que dure el juego, púes todo consiste en jugar a regresar a la adolescencia.

Bien lo podemos ilustrar con la ayuda de Esopo en la fábula del zorro y las uvas: una mañana calurosa un zorro vio unas apetitosas uvas en lo alto de un parral. Una vez que se cercioró que no corría peligro alguno, comenzó a ensayar diversos saltos para atrapar los racimos entre sus dientes. Todo fue resultando en vano hasta que, cansado al finalizar el día, se alejó murmurando para sí: “realmente no me apetecían las uvas, además que se les veía todavía verdes y ácidas”. Actuamos como adolescentes cuando no somos capaces de encarar responsablemente lo que hemos querido hacer y no hemos conseguido hacerlo.

Pero sí decidimos crecer y asumir desafíos propios del adulto, con ilusionada responsabilidad y buena cabeza, entonces debemos saber que el contratiempo va a salir a nuestro encuentro. La realidad se va a mostrar reacia a colaborar con nosotros y las trabas causarán consideraciones y decaimientos, pero no necesariamente renuncias.
El adulto se plantea objetivos de adulto, que le satisfagan pero cuya finalidad no sea la propia complacencia, sino un bien en sí mismo, por el que vale la pena y merece ser considerado como un valor. Tomará en cuenta ser realista, no perseguir sueños irrealizables ni tener delirios de grandeza, que inclusive podrían indicar síntomas de ciertas patologías. Lo que considere hacer, lo verá como realizable y no simplemente como distracción para no encarar pasividades infantiles.

La resistencia de la realidad no anula el valor de una decisión o la necesidad de cambiar o de crear empresas, objetos o alternativas. La realidad muestra lo que es. Le quita al sueño su carácter fantasioso y le permite descender a la realidad.

Obvio que este encuentro (encontronazo) aterriza cualquier proyecto, sea personal o grupal, de crecimiento o de expansión de nuestras posibilidades. Este aterrizaje permite consideraciones y hasta renuncias a tiempo, cuando lo que se piensa invertir en esfuerzo no es proporcional con los resultados o los resultados no son posibles. Pero también permite madurar ideas, madurar la personalidad, buscar estrategias, modificar nuestra visión del mundo que nos rodea, tomar en cuenta el tiempo y las circunstancias, sea para esperar el momento oportuno o para incidir de manera proactiva.

Así, pues, el contratiempo forma parte de la vida, y no siempre como contraparte sino como aliado inquisidor: ¿estás seguro en lo que estás haciendo? ¿realmente tu familia vale tanto como dices? ¿cuentas con los recursos para conseguir lo que pretendes?

Los contratiempos, así como las dificultades, pueden verse como obstáculos para conseguir algo, pero aliados para crecer internamente. Para asumir responsablemente el compromiso de vivir. Para comportarnos de manera adulta. Para no envanecernos ni considerar con altivez nuestras propias capacidades.
Las dificultades y contratiempos nos introducen por un laberinto de acertijos que debemos y podemos resolver. Son exigentes y nos permiten revisar la información que manejamos y tener una visión más acertada de la realidad. Nos ayuda a tener en cuenta a los otros, lo que piensan, sienten y saben hacer. A buscar en ellos ayuda y aliados en aquellos aspectos en lo que estemos menos dotados.

Como en la música, el contratiempo forma parte de la melodía y ayuda a destacar la belleza de los sonidos.

Renunciar a los sueños posibles solo hace que vivamos de manera mediocre sumergidos sin rostro propio en la dimensión anónima del gentío. Repitiendo patrones y siendo complacientes.

Tener iniciativas sanas y adecuadas, que ilusionen y movilicen nuestra vida, oxigenan los espacios muertos y clausurados de nuestra personalidad. Nos ayudan a sentir que somos alguien. Y a entender que lo que nos rodea puede ser distinto. Que podemos aportar algo que perdure en el tiempo y trascienda nuestra vida.

Pero para ello debes encontrarte contigo mismo, con el adolescente y con el adulto que eres, para que uno no te gobierne y el otro te conduzca.

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