viernes, 14 de octubre de 2011

¿QUIÉN QUIERE SER MILLONARIO?

¿Quién no ha escuchado y visto alguna vez el popular programa de televisión? ¿Quién no se ha sentido embelesado, no por el conocimiento, sino por los números contantes y sonantes? En España, la India, Italia, Latinoamérica… por todas partes hemos podido ver el éxito comercial de un programa bien llevado y que es, además, una franquicia exitosa. Hasta juegos hay, desde los convencionales hasta los de computadoras… alcanzando el logro de servir de ambientación para una película que arrasó con los premios de la Academia, los Oscar.

Tal enganche masivo con el público habla de algo que está a niveles más profundos. Condicionamientos o programaciones que se disparan. Angustias, dilemas, el esfuerzo por esquivar que pase en nosotros la mala racha que vemos en los otros. Pero sea lo que sea, se busca resolver a nivel material… mejor dicho, monetario.

Pareciera que toda la sociedad se deja mover por el afán de vencer la voracidad de desintegrarse en la nada. Pero, como contrapartida, como si de un extremo se llegase a otro extremo, libera fuerzas colosales y ocultas en el individuo, con avara determinación y ciega obstinación, por acumular de manera insaciable. Siempre la aspiración está más allá y siempre se anhela alcanzar una posición donde todo sea económicamente  posible: porque se es millonario, sin saber, si acaso, para qué se quiere ser millonario.

Así no se detiene en sacrificios por exigente que sean, esfuerzos de cualquier precio, intentos descabellados, no por obtener lo necesario, no por conseguir cierta holgura que permita mejor la convivencia, sino por engordar golosamente el afán de poseer por poseer.

Ante ello no hay familia, no hay criterios, no hay tiempo libre, no hay cuestión alguna que no se mida por la regla de la economía. Se supone que, cuando todo se tenga, se podrá ser feliz. El tener es el valor alrededor del cual se organizan el resto de los valores.

De ahí que, si lo único valioso es lo económico, los rostros se desfiguran consiguiendo transformarse en caricaturas de lo humano. Caricaturas que hasta arriesgan más de lo que pueden… Creyendo que obtendrán lo que no tienen pero sueñan. Apuestas, negocios temerarios, decisiones al borde de la ilegalidad… todo por poseer, poseer y poseer más, más y más.

Porque consideramos que es millonario el que tiene muchas posesiones y una gruesa cuenta bancaria. Y asociamos que el que lo consigue es feliz. Pero realmente ¿cuánta gente intenta ser millonario en conocimientos, y conocimientos para compartir? ¿en paciencia ante los intentos fallidos del otro por ser mejor persona? ¿en amor para que la vida no se nos vaya con la sensación de no haberla vivido?  ¿en virtudes, esas que admiramos y requerimos que tengan los demás,  pero que excusamos cuando faltan en nosotros? ¿en dignidad para no degradarnos ante los atajos que proponen las conciencias inescrupulosas? ¿en colaboración con quien necesita una mano; en solidaridad con aquellos que socialmente no cuentan o están en una situación desventajosa?…

La pobreza en todo esto explica la exageración del otro extremo, el de la acumulación,  y la distorsión de lo que es humano y valioso. Lo valioso ha dejado de ser apreciado, y, sin embargo, andando por la vía contraria,  pretendemos avanzar hacia la felicidad, la paz y convivencia.

La falta de personas que pongan sus mejores esfuerzos en ser millonarios en actitudes constructivas, en darse a los demás, en ser millonarios para los demás, para que los demás puedan descubrir su valor auténtico… eso explica la fosa en que la humanidad está metida: pensando cada quien en lo suyo pretendemos que todos los demás se comporten como cuerpo social.

Pero todo depende de que desmantelemos los condicionamientos y las programaciones que hemos dejado que gobiernen nuestra vida. Que en un ejercicio de la lucidez captemos lo que es realmente valioso en la vida, y nos dispongamos a corregir el rumbo. Que cultivemos una sensibilidad adecuada con lo valioso y no con la intensidad sensorial de los estímulos. Que demos chance para que la otra persona toque la puerta de nuestra existencia y entre respetuosamente para ofrecernos lo mejor que tiene, que es ella misma.

Porque este correr tras el viento lo único que ha conseguido hacer es que la vida se nos pase sin darnos cuenta: sin ver a los hijos crecer, sin amigos para conversar con cierta profundizar, sin belleza para admirar, sin pareja para caminar. Sin dejar que nos rocen las sensaciones más sutiles. Sin que resuene la sensibilidad por lo que es delicado como hermosa filigrana.

Urge que nos demos cuenta que ya somos millonarios: unos porque tienen sed de conocimientos y conocen; otros porque tienen salud; los hay con capacidad para convocar sonrisas; algunos, porque hacen de esta vida un sitio mejor con sus acciones desprendidas…

Lo económico simplemente suple una serie de necesidades pero que no podrán asegurar nuestra felicidad. Quizás sea por eso que muchos, siendo millonarios monetariamente, terminan entendiendo esta realidad y, generosamente, comparten lo que tienen.

Si es cierto que ser millonarios en dinero nos permite tener ciertas facilidades en la vida, pero no por ello podemos comprar lo que es realmente valioso: el amor, la fidelidad, la compañía, la comprensión, la aceptación… y tantas cosas más.

Cada día que salgo del consultorio entrada la noche hay quienes me preguntan por lo sacrificada que es mi vida. Ciertamente hago esfuerzos. Pero esos esfuerzos consiguen que me sienta bendita por la vida: enriquecida con el gesto de un paciente, con el progreso de otro, con la sonrisa franca del familiar que semanas antes había conocido con el rostro ensombrecido por la angustia… por un sinfín de anécdotas y situaciones que van formando el mosaico variopinto de mi vida.

Si, realmente sí. Me siento y soy millonaria…

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