viernes, 21 de octubre de 2011

DESCIFRANDO EL AMOR

Constantemente vivimos inmersos en un mundo lleno de códigos, y códigos de todo tipo. Se nos olvida, pues estamos habituados, que muchos de ellos son convencionalismos, o sea, aparecen como acuerdo entre las personas para asignarles un sentido o un significado. Si bien podemos pasearnos por una gran variedad de ellos, algunos más técnicos que otros (desde el plano de un aparato electrónico a las señales en la carretera), nada como el lenguaje.

Porque el lenguaje no es otra cosa que sonidos con significados. Cuando escuchamos a alguien pronunciar cierto sonido, reconocemos lo que quiere decir y, por eso, entendemos que nos está hablando. Más complicado resulta si escuchamos a alguien cuya lengua sea totalmente desconocida: suponemos que está hablando (si nos mira y pronuncia sonidos), pero nada más.

Lo mismo si nos referimos al lenguaje escrito: alcanzamos a comprender los signos convencionales, si están bien escritos, que empleamos en nuestro idioma. Una escritura desconocido puede ser reconocerse como tal si la conseguimos en sitios tales como libros… sino serían garabatos o arabescos, muy hermosos pero sin significado.

Con todo, no es fácil remontar río arriba para, a partir de las palabras alcanzar las intenciones, lo que quiere transmitir. Una buena escucha necesita de oído (para captar inflexiones y tonos) y de un buen ojo (gestos y lenguaje corporal).

Si el asunto se concentra en algo tan noble como el amor, la cosa se complica. Porque el amor es fácil de pronunciar como palabra, pero difícil de distinguir su ejecución y sospechoso de no haberse contaminado con otras intenciones.

Así que lo primero que hace falta es la actitud de benevolencia de creer que la otra persona realmente quiera amarme: como esposo o esposa, como hijo o hija, como padre o madre, como amigo o amiga… con una inmensa variedad de posibilidades, dependiendo del tipo de relación que se tenga.

Pero, en esa actitud de benevolencia, hace falta descifrar la manera de amar de la otra persona. Porque habrá alguna que manifiesta su amor a través de palabras cariñosas, pero otro lo hará mediante gestos, otro será servicial…

Así, entonces, el punto consiste en no tasar el amor midiéndolo de acuerdo con mis necesidades sino de acuerdo con la intención del otro. Obvio que es necesario, cuando se trata de un amor que requiere reciprocidad, que se consiga cierto equilibrio. Pero en principio no se tiene por qué negar el esfuerzo de salir de sí mismo de la otra persona, que quiere demostrarme cuánto yo soy valiosa para él o para ella.

Cuando hablamos de “descodificando el amor”, lo que queremos decir que las personas deben buscar sintonizar, como se sintoniza una emisora de radio, con la manera como la otra persona expresa amor.

Porque no hay nada tan sublime como el amor, pero no hay otra cosa que implique mayor renuncia y disciplina en la humildad que el amor mismo. Porque yo cambio mi centro de atención de mí al otro. La otra persona se coloca en una situación de indefensión cuando sale de sí para mostrar su mundo de valores y afectivo… que no tiene por qué valorarse por lo efectivo, aunque intente serlo.

Quien ama busca movilizar en el otro resonancias que provoca el sentirse amado. Hay todo un esfuerzo sublime.

Así que, quien es amado, si quiere ser mínimamente sano, debe conseguir descifrar lo que la otra persona pretende decir, dentro de sus posibilidades.

Recuerdo una experiencia en la cárcel de Trujillo, en medio de los Andes venezolanos. En los años noventa participé en una actividad con los presos, con una respuesta por su parte impresionante. Como agradecimiento ellos me daban toda clase de detalles, lo que conseguían. Puede que algunos fuesen detalles sublimes, como quien mostraba tener hábiles cualidades de carpintero, ebanista o artesano. Pero otros podían ser cosas menos elaboradas o, incluso, comida preparada para la venta interna. El detalle era que, desde lo más sublime a lo más sencillo, lo que me daban había tenido una larga historia para que llegara a sus manos: sea que fuese la harina de las arepas (tortas saladas de maíz cocido o frito), fotos, canciones y composiciones que me dedicaban… hasta la artesanía. Allí estaba condensada su lucha por sobrevivir, no embrutecerse o alimentar las ilusiones por vivir mejor y reencontrarse con su familia. Yo había sintonizado con las ondas que provenían de su lenguaje de amor, y ellos obviamente habían descodificado el mío. Ha sido una de las experiencias de amor más profundas en mi vida.

Descodificar el amor es entender el valor de una palabra, un gesto o de un objeto en el que trozo de alma se me está entregando.

Entiendo que en ciertas relaciones, como es el caso de los esposos, hijos o novios, es importante la reciprocidad. Se supone que un esposo sea capaz con el tiempo, si no se consiguió durante el noviazgo, de entender la manera de manifestar su amor a la esposa, y viceversa. O sea, saber la manera de llenar las necesidades afectivas de su pareja, de hacerle sentir amada. Y para ello entender la forma concreta de expresarlo (palabras, gestos, acciones…)

Pero también entiendo que, ante el privilegio de ser valiosos y valiosas para alguien, vale la pena valorar lo que la persona quiere decir. La persona que cuida nuestros vehículos cuando trabajamos puede manifestar aprecio por nosotros esmerándose en cuidarlo y hasta lavarlo. Una persona que tiene un negocio de comida rápida puede mostrar que hay una relación especial cuando nos aconseja lo que cree que sea apetitoso.

Recuerdo el caso de un muchacho indigente de la calle en Caracas, que acudía siempre que allí tenía alguna actividad. En algún momento me ofreció su lata de atún para que comiera… solo que esa iba a ser la única comida que en ese día tendría.

Se me ocurre pensar cómo sería este mundo y esta sociedad si las personas de una clase entendiesen y valorasen la manera de amar de los otros grupos sociales. Si pudiésemos manifestarles nuestro reconocimiento, independientemente de si nosotros escogiésemos esa concreta expresión de amor que usan hacia nosotros.

¡Qué nocivo resulta ese centramiento en nosotros mismos! ¡Qué necesario resulta que seamos capaces de emprender el itinerario que conduce de nuestro corazón y lenguaje al corazón del otro y su lenguaje!

Queremos que nos amen según nuestro “código”. Y queremos amar según el nuestro ¿No es acaso más fácil amar y dejarse amar con la espontaneidad de lo que somos?

Con frecuencia pensamos que tenemos que hacer grandes actos de amor, o que debemos recibirlos de la misma manera. Y no nos damos cuenta que son esos pequeños “detalles de amor” que pueden hacer de nuestra vida plena. Detalles descifrables si respetamos los códigos con que vienen elaborados.

Quizás tu compañero de trabajo no te exprese verbalmente que te quiere, pero tiene el café listo para ti para la hora en que llegues al trabajo. Quizás tu hijo no sepa expresarte el afecto como tú quisieras, pero abre la puerta del garaje cada vez que te ve llegar en tu carro de una dura jornada de trabajo. Y así podemos seguir sintonizando la emisora del amor del otro.

¡Que enriquecedora sería nuestra vida si prestáramos más atención y aceptáramos con humildad los códigos del amor!

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