sábado, 29 de octubre de 2011

EL INQUILINO

El inquilino es aquel a quien hemos alquilado una vivienda o, en este caso, una habitación dentro de nuestro hogar. En ambos casos la experiencia, esa que se comenta, es parecida, pero obvio que es más complicada si se trata de nuestro propio espacio. Y, para nuestro propósito, este inquilino es del todo particular…

Un día llega alguien con quien hemos firmado (o palabreado) un contrato de arrendamiento. Trae sus pertenencias, las distribuye en la habitación que le hemos cedido; acomoda su televisor, su ropa en el armario, dedica un espacio para colocar su computadora personal, libros; acomoda la cama a su gusto, pone una lámpara para la mesita de noche… y todo lo demás. Como toda relación, tiene un momento de luna de miel en los inicios. “Parece un buen muchacho”, dice la familia; tiene expectativas con respecto a él, los menores están con alguien joven mayor e independiente con quien relacionarse. Además por fin se tiene el anhelado ingreso económico que tanto hacía falta.

Pero luego la luna de miel cede ante la cotidianidad. Cada quien vuelve a su ritmo, a sus cosas… Y tras la cotidianidad entra la realidad y su hermanito, el realismo. Las personas muestran lo que son.

El inquilino tiene su forma de ser, sus propias costumbres, su jerga, sus “mañas” (resabios): la familia se encuentra con la experiencia de alguien diferente, que llega a la hora que quiere, haciendo ruido cuando entra, sin tener la seguridad de en qué condiciones lo hace. Ocasionalmente, cada vez con más frecuencia, su televisión y su música tienen un volumen que invade toda la casa; se ha optado, cosa que se hubiese querido evitar, por llamarle la atención en vano, sin conseguir correcciones. Un día le dio por pintar su cuarto con colores extravagantes. Otro día dejó un desastre en la cocina. La grifería de los baños siempre queda goteando y las toallas lucen manchas que se han hecho habituales, alguna pieza de cerámica se ha roto. Los portazos van aflojando las cerraduras… y así van. Todos los intentos para que esto no pase han sido en vano. Más bien se ha ido agravando.

Un día, para sorpresa de la familia, llegaron de una salida fuera de la ciudad y lo consiguieron instalado viendo televisión acostado en el mueble de la sala. Había latas de bebidas por todas partes y pop corns diseminados por doquier. La reunión, porque esa es la única explicación del desorden, había alcanzado la cocina, cuartos y baños…

Cada paso que avanzaba el inquilino por dominar la casa, era un paso sin retorno. Ya la familia se veía entre sí con cara de asombro, con perplejidad y… miedo. Los pequeños buscaban la cara preocupada de los grandes, queriendo sentir seguridad. La esposa a su vez buscaba encontrar en su esposo una respuesta para esta crisis.

Primero intentaron hablar con él, lo que fue en vano. Luego le pidieron cortésmente que abandonara la casa. De nada sirvió. Por lo que pensaron pasar a mayores: llamar a la policía, introducir una demanda o cualquier otro recurso. Pero tales acciones presuponían mucha energía y determinación. Pensaban en el escándalo entre los vecinos. En los costos. En el tiempo. En el estrés…

En esta indecisión se fue pasando el tiempo. La casa se iba deteriorando cada vez más, solo que ya no se quejaban. La familia fue enmudeciendo los reclamos, y decidieron seguir conviviendo de esta manera. Las relaciones entre ellos disminuyeron de calidad y, en algún caso, hasta quedaron marcadas por el resentimiento. La situación llegó tan lejos, que cada vez que iban a tomar una decisión para hacer alguna actividad en la casa, debían consultarlo con el inquilino. Hasta el uso de la televisión de la sala estaba supeditado a que él no estuviese disfrutando de alguno de sus programas favoritos.

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Reflexiona un rato sobre la historia que acabas de leer. Analiza causas, considera acciones, evalúa tus propias reaccionas. Cae en cuenta de cómo te sientes ante esta situación…

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Pues bien, todo este relato no es otra cosa que una metáfora en forma de narración.

 ¿Quién es el inquilino? ¿Quién es ese personaje extraño que irrumpe en nuestro mundo?

El inquilino son muchas cosas a la vez. Cada uno puede tener su propio inquilino. En general el inquilino es todo aquello que perturba nuestra dinámica psicológica, perturba la salud mental y nuestra paz interior; el inquilino es todo aquello que nos negamos a enfrentar o resolver. Pueden ser situaciones, pueden ser relaciones, pueden ser actitudes, pueden ser heridas que supuran, pueden ser cosas que nos avergüenzan… Puede tener el nombre de ira, de agresividad, de amargura. En cuestiones más graves, podemos pensar en neurosis y depresiones.

Pretendemos vivir sin prestarle atención. Poco a poco vamos comprometiendo lo que somos y vamos identificándonos falsamente con lo que no somos, suponiendo lo contrario.

Y es que el inquilino ha echado raíces de manera tan firme que es difícil erradicarlo. Hemos sido nosotros mismos quienes le hemos permitido al inquilino albergar en nuestra mente, en nuestro corazón, en nuestra vida interior, en nuestras relaciones interpersonales y afectivas. Le hemos cedido los espacios más importantes de nuestro mundo interior. Y se nos hace cuesta arriba desalojarlo. El inquilino tiene una fuerza increíble, abrumadora y avasallante. Es él quien responde, piensa y actúa por nosotros.

Pensemos, por ejemplo, en el inquilino de la ira ¿cuántas veces ha sido la ira la que responde, piensa y actúa subyugando toda posibilidad de que nuestra lógica, nuestra objetividad y nuestro deseo de ser persona sea quien responda, piense y actúe.

Asimismo nos hemos acostumbrado a convivir con el inquilino. Ya ni nos percatamos de que existe. Pero es él quien, como hemos dicho, en muchas situaciones controla nuestras vidas.

Obviamente, como cualquier inquilino, de manera paulatina irá trayendo consigo a sus familiares para que habiten juntamente con él. Y cada uno de ellos, aunque en menor escala, colaborarán con el inquilino mayor para seguir deteriorando tu mundo interior.

Si el inquilino mayor es la culpa, es fácil identificar que sus familiares sean el miedo, la angustia, el remordimiento…

Y así vamos por la vida dejando que otros se apropien de la nuestra. Ya ni siquiera hacemos el intento de resistirnos, porque  pareciera que eso es lo habitual o lo normal.

¿Cuál es el inquilino en tu vida? ¿Por qué has permitido que eche raíces en ti? ¿Por qué te has negado a verlo? ¿Por qué dejas que te controle?

Lo más preciado que tienes es tu libertad interior. Con esa libertad puedes luchar y optar por desalojar todo aquello que ha ocupado espacios valiosos de tu vida.

Tenemos que adueñarnos y poseer nuestra propia existencia, entendiendo que cada paso que avancemos es un paso hacia la plenitud.

Quizás estemos toda nuestra vida luchando con los inquilinos. Pero al fin y al cabo estaremos luchando, vigilando nuestros espacios y nuestra libertad en nuestra manera de pensar, hablar y actuar.

El único inquilino que debe habitar en nosotros

 es el inmenso deseo de ser persona.

Dra. Ana J. Cesarino


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