sábado, 5 de noviembre de 2011

AISLADOS POR LA TECNOLOGÍA

Un simple mensaje de texto tiene hoy la capacidad de recorrer, en segundos, 16.367 Kms, que es lo que separa, por ejemplo, Caracas de Hong Kong. Lo que antes sería, a lo mejor, de 15 días a un mes de correo ordinario. Lo que representaría, con sus debidas escalas, unas 48 horas de recorrido aéreo para que dos personas puedan encontrarse.

La tecnología no parece encontrar barreras, banalizando cualquier dificultad. Surgen multitud de formas de contactarse, sea a través de mensajería de textos, de pin, de telefonía por internet, videophone, skype, sin dejar de incluir las redes sociales y las ya no usado tanto del Messenger y el ya veterano correo electrónico. Los medios son cada vez más pequeños y variados, desde los teléfonos inteligentes hasta las portátiles. De tal forma que hay una inclusión real, con formas de acceder a un público cada vez mayor, toda una democratización de la tecnología.

En los años 80 la fotografía para aficionados era un hobby de lujo. Hoy en día la digitalización a facilitado una resolución notablemente superior, con un aluvión de tomas, desde las más grotescas y cotidianas hasta instantes inolvidables. E igualmente las redes se colapsan de un sinfín de imágenes que simbolizan perfectamente nuestro tiempo: la banalización de la vida y, por consiguiente, de las relaciones.

Cientos de mensajes ocurrentes sin sentido. Miles de imágenes que no tienen historia que contar. Son solo impactos emocionales que ocasiona la impresión de una imagen o una palabra, pero que carece la profundidad como para que permanezca en nosotros y nos permita ser personas. Es un rocío superficial que se evapora antes de conseguir las raíces de lo que somos. Así que vivimos en una desnutrición cultural que amenaza con reducirnos a fantasmas de la tecnología.

Se está en contacto. Se tiene el espejismo de caminar como en una inmensa manada virtual. Por tanto, alguien me está mirando o leyendo. Soy algo para alguien, sin mayor esfuerzo que el que proporciona una imagen, unos caracteres o unos sonidos y un medio digital. No soy lo que soy sino lo que aparento ser. El triunfo de la imagen sobre el ser.

Pero la vida no se construye desde la piel, sino desde el corazón pensante. Y ese corazón pensante, para crecer, tiene que sentir, y no sentir solo de manera fugaz. Las palabras deben tener contenido, tanto desde el punto de vista de lo sustancioso como el de la sensibilidad. Y esa capacidad de ir siendo ocasiona el rebase hacia otras personas, a las que no puede simple y anónimamente “contactarse”, como si se tratara de un roce fugaz, ocasional y accidental.

Del desbordamiento de vida interior surge la necesidad del encuentro con el otro, como realidad y no como fantasía engañosa de mis sentidos. La tecnología ofrece acercamiento, pero no el contacto vivencial, de quien penetra en lo que la otra persona siente y padece como real. El contacto se da como éxtasis, como un salir de mí para entrar en ti. Es un movimiento que parte de mí y moviliza mi yo hasta encontrarse con el tu de tu realidad.

Ciertamente que en ciertos países las redes sociales han facilitado movilizaciones de cuantiosa importancia. Pero, quien se ha movilizado es la gente, por las razones que sean. La gente con la tecnología, pero nunca la tecnología sin la gente. Se saltó del mundo virtual al mundo real.

Más no únicamente en el caso anterior es necesario el salto. También es necesario romper el cerco de las ilusiones tecnológicas que nos aíslan en la jaula de los espejismos ¿cuántas personas no hace contactos con seres que cree reales, y terminan siendo el encuentro con lo que imagina y fantasea?

El encuentro cara a cara es, sin duda insustituible: un abrazo es más que un abrazo, lo que la mirada puede decir, lo que delata el gesto, el sentir el ritmo de la respiración de quien nos dice cosas que lo hacen tambalear de alegría o de tristeza. El pasar tiempo con alguien, el acompañar los pasos cansinos del anciano, el romper las sombras de la soledad con el fino hilo luminoso del amigo, el compartir la maravilla de sumergirse en la majestuosidad de tantos paisajes… Un apretón de manos… Una sonrisa… Un silencio compartido y elocuente…

La forma como estas experiencias resuenan en el alma, es indicativa de lo que no podemos sustituir. Unas palabras en un chat son capaces de recorrer los 16.367 Kms que separan a Caracas de Hong Kong. Pero nada sustituye a la posibilidad de superar esa distancia en avión, con sus escalas, todo el lío del equipaje, la incomodidad de las esperas y del cansancio… para encontrarse con el amigo o con el familiar y darle el abrazo esperado que no se le había dado desde hacía  años…

Se pueden escribir muchos mensajes, se pueden escribir muchos textos, pero nada podrá obtener el alcance de una sonrisa. Nos convencemos de que nos estamos comunicando, de que estamos transmitiendo sentimientos y emociones, pero realmente lo que hacemos es encontrarnos con el otro de manera superficial. Y amén de aquellos que dejan de mirar y hablar al que está a su lado físicamente por sumergirse en el mundo de las redes sociales. Nos volvemos más impersonales, pero creyendo firmemente que estamos comunicándonos y acercándonos a otros. Pero sobre todo creyendo que lo hacemos de manera óptima.

Hemos avanzado mucho tecnológicamente, pero cuanto a contribuido esta tecnología a aislarnos y disminuirnos como personas. Debemos retomar la esencia de nuestra humanidad, de ser capaces de mirarnos los unos a los otros, de sonreírnos, de afirmarnos y de crear gestos que sean capaces de comunicar toda la fuerza de un sentimiento que vive dentro de nosotros y lucha por salir.

Sería muy triste que en unos años las generaciones venideras sean capaces solo de comunicarse a través de esta tecnología privándonos de la gratificación de escuchar un “te quiero”, acompañado del cálido abrazo que lo reafirma.

La tecnología se ha creado para servir a la humanidad, no para esclavizarla.

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