viernes, 11 de noviembre de 2011

TOXICIDAD

El mundo actual se encuentra signado bajo el verde símbolo del ecologismo. Luego de décadas ansiando el progreso a través del desarrollo desenfrenado del parque industrial de los países, descubrimos que nos vamos quedando sin planeta. Por ofrecer un simple ejemplo, muchas de las especies que existían cuando nacimos, esas ya no existen. Y eso sin querer profundizar en toda la serie de desequilibrios que existen.
Dentro de esta preocupación planetaria, surge una particular sensibilidad por lo tóxico, por la toxicidad. De un lado estan los gases que emanan las fábricas, los líquidos que se vierten en ríos y mares, el monóxido de carbono de los escapes de tantos vehículos, los plaguicidas y demás compuestos.
Además somos particularmente renuentes a ingerir alimentos que puedan estar mal procesados, o que provengan de animales que hayan sido alimentados con productos  químicos nocivos para la salud. Pero también algunos muestran profunda desconfianza ante las terapias farmacológicas convencionales, por razones de toxicidad.
Y como planteamiento resulta del todo válido (¿quién diría que no?), si no fuera porque descuidamos otras toxicidades. Como si alguien se preocupara por el efecto de los gases de los vehículos en el cáncer de pulmón, pero no reparase en la manera compulsiva de cómo fuma a mansalva.
Porque existen otras toxicidades, además de las químicas. Inclusive se podrían valorar como peores. Son las toxicidades que tienen que ver con nuestra vida personal, con lo que somos, con la psiquis de los antiguos que, para subrayar el carácter absolutamente íntimo y central, se podría traducir, junto con los poetas pero sin simplismos, como el alma: nos podemos quedar sin alma, por toxicidades diarias.
Y una sociedad sin “alma” ¿cómo va a enfrentar los desafíos ecológicos? Una persona sin “alma” ¿qué puede aportar de provecho?
Generalmente somos mucho más permisivos e indiferentes con esa clase de toxicidades. Inclusive las barnizamos como “cuestión de opinión”, “uso de la libertad o autodeterminación”, el estar “emancipados”… todo para no considerar si lo que estamos es contaminados.
Resaltemos, por ejemplo, sin ir mucho más lejos, el problema de la información: algo que se considera como objetivo, veraz, certero… ¿es realmente así? Muchas veces somos víctimas de una información soslayada, parcial, envolvente, que asfixia la capacidad de pensar y disentir. Porque cualquier disenso se considera como un atentado hacia lo que supuestamente es aceptado de manera universal. Pero la información, en muchos casos, es todo menos neutral. Presiona y presiona en una misma dirección. Conjura los aspectos más primitivos y emocionales de la persona para que, lejos de pensar, reaccione y actúe sin el recurso de la razón.
Pero demos otro paso: las relaciones interpersonales ¿cuántas veces hemos admitido en nuestra intimidad personas que resultan tan nocivas como la misma radiación? Están constantemente creando caos, humillando, agrediendo verbalmente, utilizándonos, sin que de nuestra parte reaccionemos en lo más mínimo. Pareciera que vivimos con lealtades patológicas en las que somos degradados, como si pretendiéramos ilusamente  inmolarnos por los demás.
Así mismo ocurre con situaciones en las que estamos  gratuitamente enganchados. Hay personas que se aventuran  a repetir experiencias arriesgadas para la paz personal, como la de meterse en negocios legales pero poco aconsejables por los niveles de riesgo. O la de pedir fuertes sumas de dinero a intereses que erosionan cualquier capital. O la de hacer remodelaciones contando con un dinero que no se tiene pero que se espera tener.
Igualmente pasa con las creencias. No me refiero a aquellas de carácter religioso, sino las creencias que la sociedad en un tiempo consideró inmutables. Lejos queda el racismo, pero no tanto el machismo, por citar dos cuestiones en las que existe cierta claridad sobre su primitivismo. Quien se dejaba (o deja guiar) por estos criterios, solo porque se los han inculcado.
Este vivir al borde del abismo, con todo lo que implica de sobresalto y daño para nuestro sistema central nervioso, es tan dañino como un envenenamiento. Hace que nos sintamos menos dueños de nosotros mismos. Que no podamos tener posesión de lo que somos. Que tengamos nuestras facultades comprometidas para aspirar a lo mejor.
Y así vamos por la vida, en una franca lucha contra el problema de la capa de ozono, con las comidas orgánicas, utilizando productos de limpieza y cualquier otra cosa que no contamine el medio ambiente. ¿Pero qué pasa con lo que nos contamina internamente? ¿Lo que contamina día a día nuestras psiquis, nuestras emociones, nuestras relaciones y hasta el alma misma?
Si, corremos el grave riesgo de quedarnos sin planeta, pero creo firmemente que lo más doloroso sería tener planeta y habernos diluido como personas en el pleno sentido de la palabra. ¿De qué servirá salvar al planeta si no nos salvamos a nosotros mismos? ¿De qué servirá toda esa propaganda ecológica si no soy capaz de luchar contra todas las toxinas que me van disminuyendo como persona?
Si, el planeta está en riesgo, pero lo más triste es no reconocer que la humanidad misma está en riesgo de extinguirse, no físicamente, sino toda la riqueza interna que una vez tuvimos y permitimos que se contaminara.
Despertemos! El planeta no tendrá sentido si nosotros no estamos en él. Y no como otro agente tóxico, sino como un ser humano que pretende ser persona en toda la extensión de la palabra.
DESINTOXÍCATE!!

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