viernes, 26 de agosto de 2011

SER RESPUESTA

En las últimas semanas, mi vida ha estado marcada por la urgencia de concientizar a la población en general sobre la importancia de la salud mental y, particularmente, sobre el problema de la depresión. Me ha tocado asistir a entrevistas por radio, programas de televisión, charlas en clínicas y a grupos particulares, además de mis horarios de consulta. Lo cual ha significado que he tenido que organizar mi agenda para un movimiento que fácilmente me puede rebasar.

Si bien hay frutos que se esperan cosechar a largo plazo, como es impulsar un cambio cultural en personas y organizaciones para que asuman la depresión desde un punto de vista más realista y se sepan tomar medidas preventivas y tratamientos más acertados, también hay satisfacciones inmediatas. Al mismo tiempo del interés que suscita el tema, en la medida en que se va exponiendo, no son pocos los que se me han acercado o comunicado para decirme: “Gracias, doctora, ya comprendo lo que me está pasando”. Me ha ocurrido personalmente, por correos electrónicos y llamadas telefónicas.

Para estas personas yo he sido una respuesta. Yo he podido ser instrumento para que puedan orientar su problemática, buscar tratamiento y de esta forma puedan  mejorar su calidad de vida.

Y surge en mí esta reflexión: ¿qué hubiera sido de estas personas si yo, ante la problemática que existe y la que se aproxima, hubiese decidido callarme? ¿si de antemano hubiese abandonado el combate? ¿si hubiese renunciado a mi deber, pensando no ser comprendida o escuchada?

Y me doy cuenta que, exactamente por intentarlo, por ser sensible ante el dolor ajeno, por sentirme responsable ante mi mundo y, definitivamente, por querer ser persona, he sido una respuesta. Inclusive para muchos, una respuesta providencial o una respuesta de la vida ante su situación.

A lo largo de este blog he pretendido ayudar en el compromiso que tienen todos ustedes de ser persona. Ha significado ayudarles a mirarse, a asumir y a crecer. A ser sensibles y humanos. Y a atacar a la indolencia como un mal que hay que desterrar.

Porque cada uno de nosotros también puede “SER RESPUESTA”. Ser respuesta para alguien y ante algo. Una respuesta que puede, sin embargo, quedarse muda, silente, sin pronunciar… si nosotros no creemos que podemos ser respuesta y respuesta necesaria.

Esta vida tiene demasiadas preguntas, excesivos interrogantes… y pocas respuestas. Muchos seres humanos están desalmados: sin alma. Así que deambulan y no viven. Si viven es de manera autómata, en el anonimato, sin ser lo que son, sin rostro ni identidad… Diluidos en la masa hormigueante que transitan por las calles de la ciudad.

Pero entre el silencio indiferente y la palabra, sea que la palabra oral o la actuada, hay un abismo que solo puede salvarse en la medida en que creamos en nosotros. Puedo y necesito ser sensible ante la tragedia y el dolor del otro, pero debo creer que algo importante puedo hacer por él, aunque ese algo sea tan sencillo como una lágrima o una sonrisa.

Yo siento lo que está ocurriendo y consigo decidir qué hacer. No infravaloro mis capacidades, sin que tampoco pretenda dar lo que está fuera de mis posibilidades. No voy a diagnosticar una depresión si no soy médico o psicólogo, como tampoco yo voy a arreglar el vehículo de mi vecino si no soy mecánico. Pero sí puedo animar, orientar y hasta, en algunos casos acompañar, hasta el especialista, independientemente de si  se trata de un psicólogo o de un mecánico de confianza.

Sin embargo, el “ser respuesta” incluye aspectos varios de la vida humana. Si es evidente que hay momentos trascendentales e insustituibles, los pequeños momentos, que denotan una actitud ante la vida, no son menos importantes. La vida consiste muchas veces en el tejido variopinto de pequeños momentos. La manera como damos determinada dirección a un extraño que nos la pide en la calle, la atención que le prestamos a un anciano o anciana cuando baja unos escalones, el interés que mostramos ante quien pide limosna sin fingimiento…

Y podemos añadir otra multitud de situaciones en la intimidad de las casas, entre familiares y amigos. Porque de manera curiosa nos retraemos muchas veces estando entre ellos. Sea porque nos acostumbramos a su dolor, nos predisponemos ante sus respuestas destempladas o porque nos hemos habituado tanto a equivocarnos que ya no lo intentamos.

Quizás habría que tomar en cuenta, tanto para evitar renunciar a seguir intentándolo como, si nos hemos ausentado,  volver a hacernos presente, que toda respuesta es respuesta en la medida en que responde a una pregunta.

Pretender ser respuesta de algo que no se ha preguntado es absurdo. Ser sensible es percatarse de la situación del otro, de la realidad del otro. Es salir de la imaginación y suposición para entrar en la verdad del otro. No es ver lo que me guste o escuchar lo que me provoque, adaptándolo a mis conveniencias. No.

No es tampoco el orgullo, las carencias afectivas, la necesidad de autoafirmación o el deseo de control y dependencia los que pueden guiarme a “ser respuesta”.

La pregunta del otro, pregunta que es existencial y vital y no únicamente la formulada por palabras, es la que puede interpelar mi respuesta. Y la respuesta es un ejercicio responsable  que excluye la mudez pero que desecha la improvisación impulsiva. Es un cuestionamiento que debe hacer mirarme en mi interior lo que puedo y soy capaz de dar, sin mezquindades ni imposiciones. Debe consistir en darme cuenta que mi respuesta no excluye la de otro que la puede complementar y corregir. Está en función de ayudar y se sentirá satisfecha cuando, en otros tantos, consigamos que la nave de la inquietud llegue a buen puerto.

Unos amigos, luego de haber escuchado la angustia de unos padres, pueden respetuosamente proponer que acudan a un profesional para orientar los problemas escolares de su hijo. Una vez en consulta, el psicólogo puede detectar alguna situación en el hogar que haya que corregir. Esto estaba por fuera de lo previsto por los amigos, pero su participación ha formado parte de la solución.

 Y es que en nuestro diario vivir, asumiendo responsablemente nuestra vida, queriendo ser persona, ser respuesta debe ser parte fundamental de la dinámica de la existencia. Ser capaces de entender que no somos islas, que no estamos aislados. Que otros, en muchos momentos, han sido respuesta en nuestra vida, pero que nosotros también debemos ser respuesta.

La máxima tentación es decir: “este no es mi problema, le tocará a otro resolverlo”. NO. Eso sería ceguera selectiva: veo solo lo que me interesa ver para no involucrarme, para no salir de mí misma, de mi comodidad y de mi egoísmo.

¡Imagínense ustedes cómo sería este mundo si aquellos a quienes les debemos descubrimientos e innovaciones (pensemos en los descubridores de las vacunas o la penicilina), hubiesen dicho “esto no es mi problema” y se hubiesen encerrado en sí mismos! ¡Pero ellos optaron por “ser respuesta”! No para vanagloriarse. No para que los reconocieran. Sino porque existía una motivación interna que los impulsaba a “ser respuesta” para otros, en circunstancias concretas.

Y yo me pregunto ¿cuál puede ser la respuesta que necesita el que trabaja a tu lado, el que convive contigo, el que ves pasar delante a diario? ¿o para esa persona, sea cercana o sea lejana, que necesita quizás algún tipo de respuesta… o que necesita del afecto o de la cercanía de alguien como respuesta para su vida? A veces solo una simple sonrisa puede ser una respuesta.

Se opta por ser respuesta. Es una opción de vida. Es una opción del día a día.

Hoy en día conocemos las respuestas del pasado. Conocemos a aquellas personas que lo hicieron posible. Las respuestas del mañana las desconocemos. Pero sabemos que estas acontecerán si tú y yo seguimos decididos a ser personas, ser humanos, ser sensibles. No habrá respuestas de manera mágica, como intervenciones divinas que desciendan del cielo, sino que requiere de nuestra colaboración.

Ser respuesta: regalo de amor.

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