sábado, 14 de enero de 2012

ESCLAVIZADO CORAZÓN


Para aquellas personas que niegan considerar lo bizarro como normal, el auge del tema de la esclavitud no puede dejar de ser escandaloso. Nuevas formas se combinan con formas antiguas pero camufladas.

Mas ¿qué es la esclavitud?

En la antigua Roma la palabra “siervo” designaba al esclavo. Fue en el Imperio bizantino donde se comenzó a utilizar la palabra “sklavos” para referirse a la condición de “siervos” de los prisioneros de guerra “eslavos”.

A esto habría que añadir otro dato curioso: la palabra addictus, adicto, designaba en la antigua Roma a la condición del deudor que, al no poder honrar sus deudas, la ley le condecía a su acreedor la potestad de venderlo como esclavo.

“La esclavitud es una institución jurídica que conlleva a una situación personal por la cual un individuo está bajo el dominio de otro, perdiendo la capacidad de disponer libremente de su propia persona y de sus bienes” (Wikipedia). Cuestión muy cruel, ciertamente, pero para algunos resultaba menos cruel que la muerte sistemática de todos los cautivos de guerra.

El mundo actual se muestra muy sensible ante las formas de esclavitud y desigualdad de antaño. Los distintos momentos de la historia de la humanidad en la que se avanzó para la abolición de la esclavitud, comenzando por Haití al inicio del siglo XIX, la Guerra de Secesión hasta la abolición de las leyes del apartheid sudafricano, se han visto como grandes hitos de los que nos sentimos orgullosos.

Sin embargo, últimamente nos vamos enterando de nuevas formas de esclavitud que tienen como novedad, por lo menos, llamarlas por su nombre: esclavitud.

Muchas veces la inmigración ilegal a países como los Estados Unidos, sea de países latinoamericanos, asiáticos o de Europa oriental, ha pasado por situaciones de indocumentación que eran hábilmente explotados, por ejemplo, por la “industria” de la pornografía por Internet y la prostitución. Esto sin mencionar especie de trabajos forzados o la participación en crimen organizado como parte de la compensación por las posibilidades de inmigración.

Así, pues, tenemos las viejas esclavitudes que se veían como normales (formaba parte del precio que pagaban los perdedores de la guerra), a la consideración de superioridad de raza o negación de la condición humana por motivos netamente comerciales (imperio británico y portugués) para desembarcar en el crimen organizado que se aprovecha de vacíos legales o de la falta concreta de tutela judicial de los derechos.

Viejos vicios, nuevos desafíos.

Pero esta sensibilidad social tan marcada e importante debe ser completada con una visión crítica de la realidad interna del ser humano.

Y es que el corazón humano con facilidad se esclaviza, perdiendo el sentido para lo que fue creado: amar, perdonar, crecer y la libertad para hacerlo.

Hemos esclavizado nuestros corazones ante todo aquello que creemos que es felicidad y libertad, cuando realmente hacemos todo lo opuesto.

Una frase común que escucho en mi consultorio es: “¡es que lo amo hasta la locura!”. Cuando alguien expresa amar hasta la locura pisoteándose a sí mismo, perdiendo su sentido de identidad, de dignidad y poniéndose a merced de los caprichos del otro; no es otra cosa que un corazón que vive en esclavitud.

Y así poco a poco vamos hipotecando la libertad misma, la libertad de nuestros sentidos y de nuestro mundo interior, queriendo convencernos a nosotros mismos precisamente de lo contrario, creer que somos libres y felices.

La psicología humana es capaz de condicionamientos tales  los que su libertad queda profundamente hipotecada. La industria de la publicidad, cuando se salta los mínimos éticos, pretende elevar la capacidad de adicción (de esclavitud) de las personas al consumo inmoderado.

Al mismo tiempo, la acumulación de bienes y su exagerada valoración de los mismos pueden sofocar la vocación básica del ser humano: ser feliz. El excesivo cuidado por los bienes (la angustia por el cuidado de bienes inmuebles o de vehículos de lujo desproporcionado) dista mucho de estar al servicio del bienestar humano.

La adicción no solo a drogas, sexo, alcohol o cigarrillo, sino a juegos de apuestas o a actividades de alto riesgo, denotan esa pérdida profunda de libertad en la que puede caer el ser humano.

Pero también se nota en esas formas de esclavitud ante eventos dolorosos del pasado, que siguen condicionando el presente; ante miedos de diverso tipo; la inseguridad personal y la falta de asertividad; la forma pasiva como se enfrenta la vida; o simplemente lo que tradicionalmente la gente denomina vicios y pasiones.

Todo esto termina por mostrar el frágil equilibrio de nuestra mente y del sistema nervioso central. La manera como le afectan las alteraciones de diverso tipo y la dificultad para enderezar entuertos. La incidencia de sustancias tóxicas o la predisposición genética de alteraciones bioquímicas que pueden dispararse si la persona se arriesga a vivir experiencias perjudiciales.

No siempre se trata de restituir la libertad perdida, cuando cualquier cosa haya alterado nuestra conducta. Más importante, quizás, sea la responsabilidad por escoger aquellas experiencias que nos permitan crecer en la libertad ya adquirida y, obvio, eludir el riesgo que encierran las experiencias que la ponen en juego.

Con frecuencia escucho la siguiente frase: “ no quiero seguir esclavizándome en éste trabajo”, “no quiero seguir siendo esclavo de éste horario absurdo que maneja mi vida”.. Y así vamos contando y recontando todas las cosas que pensamos o creemos que nos hacen esclavos.

Pero en realidad, ¿cuántas veces tenemos la valentía de mirarnos internamente y descubrir “nuestra esclavitud”? ¿Cuántas veces somos capaces de reconocer que somos esclavos del “qué dirán” dejándonos rendir ante ese “qué dirán” en vez de asumir la libertad de hacer lo que debemos hacer?

¿Cuántas veces somos capaces de darnos cuenta que somos esclavos de las pasiones, de nuestros miedos, de nuestras culpas, de nuestras inseguridades y de todo aquello que de manera equivocada puede estar formando parte de nuestro mundo interior?

Y hemos aprendido a ser expertos en el arte de poner fachadas de supuesta libertad, de felicidad, de autorrealización cuando en verdad todo aquello que no hemos trabajado en nosotros mismos, nuestras posesiones y la presión social nos ha esclavizado el corazón.

Y si es muy cierto que no debemos olvidar que la sociedad, las normas, los valores y la moral nos permiten crecer y ser persona. Pero cuando confundimos esto con estándares sociales, de culturas, sociedades o pueblos que han perdido la noción de ser persona y de ser una sociedad congruente en el que nos retroalimentados de manera positiva y eficaz, es cuando se ha perdido el rumbo y se comienza a esclavizar el corazón.

Creo firmemente en la libertad del hombre para ser feliz.

Creo que nuestros corazones deben ser liberados de todo aquello que nos oprime y no nos permite crecer. Creo firmemente que hay respuestas para aquellos corazones encadenados que buscan la libertad.

Creo firmemente que el hombre puede retomar los pasos de su ingenua inocencia perdida que a fin de cuentas no es otra cosa que tener el corazón de un niño: un corazón sin miedos, sin culpas, sin condicionamientos sino dispuesto a amar, perdonar, crecer y ser feliz.

¿Qué está  esclavizando hoy tu corazón?

1 comentario:

  1. Luis Alberto Muñoz García30 de marzo de 2012, 11:25

    Ana Josefina, inmensa e intensa aliada del entusiasmo y la cooperación, con tu apoyo y desde mi aprecio a la vida y su significado incalcuable, te expreso, a toda voz, con canciones que te encantan y poemas que deleitan tu aventura desafiante e interesante, un sinfín de satisfacciones que me producen al leer tus escritos, al vivir tus algarabías, al recibir tus abrazos... Te conviertes en un obsequio espiritual que inspira a seguir creciendo y a invitar a nuestros prójimos a hacerlo responsablemente, a plenitud

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