viernes, 1 de julio de 2011

CRECER

Crecer lo hemos entendido como aumento de volumen o de tamaño.  De esta forma hasta la masa de harina fermentada por la levadura crece. O el caudal de los ríos. O los desechos tóxicos.
Más generalmente esto del crecimiento lo relacionamos con los seres vivos. El crecimiento tiene el valor de vitalidad. Se dejan unas etapas y se alcanzan otras hasta llegar a la madurez. Lo vemos en la semilla que germina, la maleza o en las poblaciones de animales.
Pero lo que en los eres vivos como las plantas puede ser tallo y follaje, en los animales implica otros aspectos. Hay cambio en la corpulencia, la pelambre, la funcionalidad de los órganos.
En el caso del ser humano, sin embargo, crecimiento se refiere primeramente  a la estatura y, luego, al desarrollo corporal. Se pasa por alto las características que hacen peculiar y distinto a este ser vivo. La gestación se valora en cuanto a la aparición de los diversos órganos y características físicas que le van a dar la apariencia de ser humano: conformación de la cabeza, la espina dorsal, las extremidades. Una vez que ha nacido, crece porque cambia de talla la ropa y porque antes tomaba tetero y ahora compota. Porque va variando la altura y, más adelante, la escolaridad. Porque las hormonas hacen aparecer las características sexuales secundarias y, con el tiempo, se puede concebir.
Con la llegada a la adultez pareciera que el ser humano ha dejado de crecer, sino fuera porque tiene la oportunidad, según la opinión común, de crecer económicamente, en prestigio, propiedades, ascensos, académicamente o en prole.
De esta manera, sin mucho esfuerzo, podemos coincidir en que el crecimiento ha sido considerado siempre como una magnitud cuantitativa, que se puede medir, que logra traducirse en números. Forma parte del universo de las matemáticas. Nos cuesta trabajo, por razones conscientes o inconscientes, desprenderlo de allí para asignarle valores cualitativos. Y lo que nos hace personas es la calidad humana.
Pero la calidad humana, cosa que es aceptada, es una realidad dinámica. Yo puedo tener un vehículo y su posesión debería estar asegurada sin mayor esfuerzo que su cuidado y mantenimiento. Se puede perder en ciertas circunstancias muy concretas, si se presentan. Si no, no se dan variaciones. Los títulos académicos igualmente se pueden conservar: no es que hoy soy licenciado en educación y mañana ya no tengo el grado académico. Y se pueden multiplicar los ejemplos.
Contrario a esto, la calidad humana es algo dinámico porque se ejercita en el diario vivir. Se da justo en la decisión de enfrentar las circunstancias de cada día desde cierta óptica, desde un conjunto de valores, desde la capacidad de relación. Y es este dinamismo el que le permite a la persona crecer. No es, por tanto, una realidad que se paraliza llegada la juventud ni que se identifique con las posesiones. Crecer es un desafío de cada día.
Porque esta dinámica es posible desde lo que yo internamente soy. Pero esta dinámica también me permite ser todavía mejor. Lo que los antiguos querían señalar cuando se referían a las virtudes,  pero lo que nosotros llamamos actitudes. O sea, se va formando un sustrato interior, una base que sirve de presupuesto y requisito para tomar nuevas decisiones y responsabilidades.
Habría que añadir que, por una errada visión estática del crecimiento interno, se consideran suficientes ciertos logros, como si ellos solos bastaran para el resto de la vida. Pero también es letal la culpa, que descalifica absolutamente una trayectoria y un crecimiento sostenido porque se dieron en alguna ocasión cierto grupo de errores, que provocaron desaliento y pesimismo.
Este desafío de crecer supone, por tanto, encarar la vida de una manera adulta y responsable. Supone considerar la vida con todo realismo, sabiendo maniobrar y aprovechar cada momento. El mundo del niño es ideal y fantasioso. Vive movido por los deseos, más que por los criterios. La crisis entre lo que cree que es el mundo y como es en realidad, acorde con la edad, va haciendo madurar al niño y al adolescente. Le permite adaptarse creativamente.
Y un adulto que se comporte caprichosamente se encuentra desabastecido de recursos para enfrentar retos familiares y laborales. Pero también para disfrutar de la vida. Una equivocada valoración de la vida, considerando importante lo que no es y siendo intransigente cuando las cosas se van dando de manera inesperada, son síntomas de enanismo interior. Pero a diferencia del enanismo físico, que es irreversible, el crecimiento interior es una decisión que pocos se deciden asumir.
Crecer como persona no es una tarea fácil de realizar. Implica disciplina, honestidad, humildad, perseverancia y, sobre todo, saber vivir momentos difíciles y dolorosos.
Crecer implica sintonizar mi mundo interior con el externo y actuar, pensar y sentir de manera acorde con la integración de estos dos mundos. Crecer es tomarme tiempo para pensar y no reaccionar de manera impulsiva.
Crecer es saber que no se toman decisiones en momentos de crisis.
Crecer es saber escuchar y asimilar lo que nos haga fuerte y desechar con delicadeza lo que no nos alimenta internamente.
Crecer es exponerme al día día sin el temor de enfrentarme a la vida, porque la vida sorprendentemente nos moldea para hacer de nosotros aquello que libremente optemos por ser. Crecer es tomar decisiones concretas, asumir compromisos, aceptar responsabilidades, admitir equivocaciones.
Crecer es también salir de mí misma y no dejarme encerrar en el mundo infantil del placer o del egoísmo.
Crecer es descubrir que no se crece sola, que se crece con otro u otros. Porque parte de ese crecimiento personal implica el reconocer la complementariedad de los unos con los otros.
Crecer es asumir también mi mundo emocional, saber manejar mis emociones, pero también aprender a expresarlas de manera adecuada, no temerle a mis emociones sino entender que manejándolas de forma madura se enriquece mi mundo interior.
Crecer es también tener claro que es un proceso continuo que no tiene fin. Entender que hasta en los últimos momentos de nuestra vida debemos seguir atentos al proceso de crecimiento interior. Porque cada ciclo de la vida nos presenta situaciones en las que se nos invita a crecer.
Crecer es saber reconocer lo que somos. Y también lo que no somos. Pero también con la claridad que podemos cambiar y ser mejores.
Por eso, cuando en mi diario vivir me cuestiono el crecer, vuelve a mi mente mi primer pensamiento:
Desde la profundidad de mi miseria me impulso para lograr ser lo que deseo ser… y todavía no soy.

1 comentario:

  1. Definitivamente es una decisión como ahí lo dices. Una sabe que algo está vivo justamente porque crece. Y cuando hay muerte psicológica somos como máquinas que van hacia ningún lado. Es verdad hay que buscar el autodescubrimiento y ser lo que vinimos a ser, eso da mucha paz! besoss :)

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