viernes, 22 de julio de 2011

EL GIGANTE ENANO





Hay personas, entre las que podemos también estar nosotros, que ven el mundo como si fuese de hormigas. Piensan que nada hay tan importante como ellos. Los acontecimientos mundiales carecen de la debida relevancia. El drama de los otros son lloriqueaderas en comparación de las cosas por las que han pasado. Los aciertos y virtudes de los demás, en ocasiones, apenas consiguen de ellas morisquetas de congratulación. Porque, en definitiva este tipo de personas piensan que nada hay tan importante como ellas.
¿Qué puede compararse con nuestros logros, se dicen? ¿nuestra sensibilidad? ¿las propias conquistas? ¿nuestras lágrimas? ¡No se puede conseguir! La concentración de la genialidad tiene su embase en sus almas. Las actitudes, la belleza, las virtudes, el performace físico… todo, absolutamente todo, fuera de detalles sin trascendencia, puede compararse con ellas. Nada puede competir en importancia. Nada puede distraer su atención.
De tal manera que, por desgracia, su “simpatía” rara vez va a caer bien. Tal dechado de virtudes no va a ser reconocido ni apreciado por los otros. Su forma de relacionarnos va a ser consciente de esa diferencia que ni aprecia ni se preocupa en apreciar. Pueden responder de manera cortante y arrogante, porque creen que los demás deben concientizarse de su estatura… en otras palabras de su gigantez. Lo que los demás pueden sentir como desprecio por  parte de estos colosos es, lo que en el fondo, ellos piensan que es crudo realismo. En  verdad el mundo parece demasiado pequeño para contenerlos y, los demás a un nivel de mezquindad muy rastrera como para darles la merecida admiración.
El mundo gira a su alrededor… porque ellos consiguen hacer que se mueva. De nuevo, su gigantez es demasiado obvia como para disimularla.
Más, sin embargo, esa gigantez esconde otra verdad, una verdad deslumbrante como la luz de un mediodía de verano: ese gigante de estas personas se trata, en último caso, de un gigante enano que se cree crecido a costa de disimular y deformar la realidad tanto propia como la ajena. El vértigo de su altura lo da la sobrevaloración de los propios méritos y el disimulo y justificación de los defectos. La pequeñez con que ven lo ajeno tiene que ver con la lejanía en que se vive de los demás y no con su tamaño real, pero más importante aun ajenos a su realidad interior
Este ser, de impresionante presunción pero de escasas dimensiones, este gigante enano no es otra cosa que nuestro ego. No es el ego freudiano que equilibra impulsos subconscientes y normas sociales  No el ego de la psicología como centro consciente que arma la personalidad, sino el del argot popular cuando dice “esa persona tiene un ego demasiado grande”.
Este ego tiene que ver con arrogancia, soberbia, vanidad, egoísmo, un equivocado y falso amor a sí mismo. Esconde inseguridad, baja autoestima, una frágil identidad. La exageración de las virtudes en el presente hace de cortina de humo para evitar que el pasado les alcance y postergar el futuro para otra ocasión. Dado que la realidad, propia y ajena, la personal y la del mundo que les rodea, está deformada por estas carencias de base, difícilmente podrán identificar objetivos reales para su crecimiento personal; equivocarán las estrategias y, por consiguiente, obtendrán menguados logros. Sus desafíos serán grandes en publicidad y enanos en realización.
Con frecuencia la gente se expresa de la siguiente manera: “Pero que ego”, “tu ego llega hasta las nubes”. En el fondo tristemente lo que ocurre es que se quiere ocultar todo sentimiento de inferioridad tras la cortina del ego, que en el fondo no es solo sino complejos de inferioridad.
Complejos de inferioridad que no logran enfrentar o que no desean mirar por lo doloroso que podría resultar. Otras veces, se niegan a mirarlo porque carecen de las herramientas necesarias para enfrentarlo y derrotarlo.
Como he dicho anteriormente en otros artículos, la importancia de crecer y ser persona radica en mirarme con honestidad y asumir con humildad.
Estos “gigantes enanos”, se dice enanos porque son exactamente todo lo contrario de lo que aparentan ser y con una incapacidad psicológica o psíquica para realmente crecer o madurar. Pierden parte de la belleza de la vida, que consiste en la admiración por las demás personas, por los detalles que parecen tontos y por la armonía entre las formas, colores y organización de los objetos y los espacios. Les cuesta entender que la vida no está en función de ellos mismos, sino que la vida tiene sentido en sí misma.
Pero debo advertir que el ego, en el sentido que le hemos dado, no es un problema reservado a un grupo de condenados. Es riesgo y posibilidad de todos y cada uno, por factores tan variados como la compensación de complejos, de eventos no resueltos. Situaciones de permanente conflictividad, sea porque nos avergüenzan, o que no permiten el reconocimiento de aquellas personas que consideramos valiosas. Todo esto puede desencadenar mecanismos de inflación del ego… que no resuelven sino que acompañan al abismo.
Y las compensaciones no siempre se dan como fruto de la inventiva. Un excelente profesional puede arropar su vida bajo el manto de ese éxito real, cuando, por ejemplo, puede estar enfrentando el reto de compenetrarse más con su pareja. Un músico virtuoso puede ser aclamado por el público delirante, pero carecer de solidez interna como para consolidar relaciones afectivas importantes. Un deportista puede exagerar el mérito y el camino de sus logros, menospreciando a aquellos que tienen menos aptitudes para la disciplina en la que él es experto. Un hecho puntual y real puede inflar el ego a dimensiones insoportables.
Y también existen aquellos “gigantes enanos” que todo lo saben, que todo lo conocen, que consideran que su opinión es la única, importante y valedera. Se sienten con derecho a inmiscuirse en las situaciones y la vida de los otros, porque obviamente los demás no podrían funcionar sin sus “virtudes, consejos y experiencias”. Piensan que el mundo es pequeño, inculto, y en franca necesidad de su existencia e intervención.
Para ellos no existe ni la más remota idea que hay algo que no esta funcionando bien ni en ellos ni en su psique. Son semi dioses, por no decir dioses que nos honran con su omnipresencia.
De nuevo, repito, la virtud de la humildad es necesaria. Siempre fue muy apreciada por los antiguos. Ya se le tenía estima entre los filósofos griegos. Esta consiste en una actitud vigilante para no deformar ni la propia realidad ni la ajena. Si bien es importante para la autoestima el reconocimiento de logros y virtudes, también es importante el responsabilizarse de las propias limitaciones, defectos y errores. El malestar por la equivocación no debe impedir el que digiramos las experiencias, pues eso  hace crecer y madurar. Y mantienen a raya al gigante enano como lo que es: enano.
El gigante enano del ego paraliza, porque pretende convencernos que ya todo se ha conseguido y no hay otra meta que escalar en nuestras vidas. El gigante enano nos aisla, nos impide sensibilizarnos con el otro, entender al otro, crear lazos afectivos fuertes, nos crea problemas de todo índole: familiar, laboral, social… Y todo por no mirar aquello de lo que se carece.
Es por eso que la honestidad nos aterriza en la verdad de lo que somos y la humildad nos dinamiza, porque permite identificar aspectos en los que podemos ser más humanos y mejores personas.
¡Ojo! Como lo he dicho con anterioridad, el ego es una cosa y la autoestima es otra. El ego inflado, es una cruel mentira y la autoestima es la verdad que nos presenta lo que somos y lo que debemos trabajar para ser mejor.
Por eso, ¡atento!, no vayamos a ser lo que el adagio popular reza:
Dime de lo que alardea y te diré de lo que careces

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