viernes, 15 de julio de 2011

ESCUCHAR...

Vivimos en un mundo de prisas, urgencias y carreras. De decisiones súbitas. De empresas en lucha por supervivencias. De puestos de trabajo en constante evaluación y riesgo.

En este mundo de frenesí conectado tecnológicamente de múltiples formas, la información, avasallante por lo demás, es poder. Poder de decisión. Pero la información llega en cantidades industriales. Y no siempre es fidedigna. Por lo que una tarea es la selección. Seleccionamos unas y prescindimos de otras.

Este proceso de escoger y desechar es humanamente necesario. No es posible procesar humanamente todo lo que se recibe. Así que se toma y se deja.

De los criterios para hacer esto, uno de ellos son los intereses. La selección ocurre porque algo nos interesa y otra cosa no. Sé lo que pasa en el futbol, pero no en el boxeo. Y, puede ocurrir, del futbol se qué pasa con los equipos grandes pero no con los pequeños. Interés y valor, puede estar relacionado con el área de la propia competencia: yo estoy al tanto de lo que se está hablando en psicología, psiconeurología y psicoinmunología; pero no sobre los avances en las técnicas de construcción.

Para ciertos tipos de personas y ambientes de trabajo, la avalancha de información es inevitable. Hasta puede servir para establecer estatus. Por lo mismo, se selecciona lo que se escucha y lo que no se escucha. Los criterios son funcionales y por utilidad. Porque el ser humano no solo oye, sino que procesa la información. No le basta, al economista, saber cómo está el mercado hoy, sino que lo enlaza con el comportamiento del mercado en las últimas semanas; o lo relaciona con alguna situación histórica pasada que permita comprender la presente. Así que oir no es solo cuestión de recopilar datos. Por lo que la capacidad de asimilación del ser humano es limitada.

Si escuchar selectivamente de manera acertada pudiera ser una sabia virtud, no saberlo hacer, hacerlo en relación algún asunto que sí nos interesa o hacerlo en ambientes equivocados constituye un defecto: es sordera selectiva.

Evidentemente que los ambientes principales donde se suele efectuar la sordera selectiva es en la casa y con los familiares y amigos más cercanos. Porque tal sordera hace que uno solo escuche de manera parcial y deformada, nos impide ser personas y ver a los demás como personas. Como piezas de la maquinaria de la vida o decoración de la escenografía de la obra que interpretamos como protagonistas.

Tal sordera implica una resistencia hacia escuchar lo que las palabras y gestos quieren decir en la otra persona. Es permitir que la vivencia del otro resuene en cada uno de nosotros. Es una escucha del alma que implica todos los sentidos: la vista, el oido e, inclusive, el tacto.

Porque generalmente se escuchan palabras que se entresacan del sentido y contexto que la otra persona quiere darles. Se vanalizan y se incrustan en la forma como yo suelo ver las cosas, de tal manera que ya no son las palabras del otro sino palabras mías que adjudico a la otra persona. Interpreto a partir de mis propios esquemas y forma de ver la vida, anulando la originalidad y vivencia del otro.

Pero igualmente anulo la comunicación cuando escucho sin ver ni sentir. Escucho las palabras, como si se tratase de una palabra escrita en el diccionario, sin percatarme del tono de voz, de la inflexión, de la manera cómo se dice, de los gestos que la acompañan, de la situación que está viviendo quien conversa conmigo.

Porque escuchar debe ser permitir la comunicación. Quien no la permite esta siendo sordo… y de manera selectiva.

El objetivo de la escucha integral de lo que la otra persona quiere decir es la comunicación. No la simple conexión de las nuevas tecnologías. La comunicación cordial (la palabra cordial proviene de la raíz latina que significa corazón). Y esta comunicación nos permite encontrarnos con el otro, relacionarnos, conmovernos y ser humanos. Conocer el mundo de sus vivencias internas y sentimientos.

Si es cierto que tal comunicación normalmente no tiene que tener una gran importancia en decisiones como las empresariales, pero sí en las decisiones de tipo humanitario. E inclusive en las relaciones de familia.

Es obvio que el mundo de los hijos es distinto al de los padres. Escucharles no es dejarse confundir por ellos ni darles la razón, por ejemplo. Es responderles a su nivel y desde su mundo de comprensión, venciendo lo que puede separar, como es el llamado abismo generacional.

Esto también ocurre con la comunicación entre esposos. Porque no solo el comportamiento, los mundos e intereses son distintos, sino la manera de percibir, procesar la información y decidir. Porque las vivencias han sido distintas, hay diferencias culturales y psicológicas entre hombre y mujer. Así que escuchar significa salir de mi mundo para entrar imaginativamente en el de la otra persona, con los datos que me suministre. Hay esposos que sincronizan hasta con los síntomas que experimenta la esposa embarazada.

Escuchar, por tanto, es estar atento a la totalidad del otro que se manifiesta con su manera de percibir, sentir, con su historial y que se hace cercano en la totalidad de su discurso y no solo con una parte de él. Que me lo dice con sus palabras, tono de voz, inflexiones, gestos… y silencios.

Porque en ciertos momentos y contextos el silencio puede ser comunicativo: cuando una persona expone un evento doloroso ante el cual solo queda conmoverse hasta las entrañas y hacerle sentir que se le ha entendido perfectamente.

Se dice que ante el cuadro de la Gioconda de Leonardo Da Vinci todos los que la contemplaban hacían un sinfín de comentarios; solo un joven pintor, llamado Rafael, miraba el cuadro conmovido hasta las lágrimas, por lo que Leonardo supo cuánto había comprendido su obra.

Hay personas que en algún momento se me han acercado en un momento difícil de sus vidas y, sin emitir un solo sonido, simplemente me han abrazado para mostrarme su vulnerabilidad. Y yo, entonces, escuché sus silencios. Silencios que hablaban de dolor…

Escuchar, y escuchar de esta forma, no es sinónimo de involucrarme sentimentalmente y perder los puntos de referencias para avalar lo que haya de equivocado en la persona. Por ejemplo, alguien con un problema de drogadicción pudiese verse destrozada por haber sido separada de sus hijos y yo puedo entender y vivir profundamente su dolor sin justificar su conducta o suponer que, dentro de esa tragedia, exista en el presente el chance de que puedan estar juntos sin arriesgar la salud de los niños.

Creo que una de las razones del éxito de la psicoterapia es que la gente se siente escuchada, en sus palabras y silencios. Con la capacidad de parte del psicoterapeuta de seleccionar lo que debe hacer, decir o silenciar. En ocasiones se sabe que alguien quiere ser escuchada y drenar todo el cúmulo de emociones que acompañan las palabras, sin que se intervenga en esa sesión.

En mi temprana juventud entendí que, para lograr ser persona y entablar lazos afectivos importantes y, sobre todo, lograr ser una buena psicoterapeuta, tenía y debía escuchar. Observé cómo las personas eran presentadas unas a otras diciendo de manera autómata su nombre sin escuchar el nombre del otro. Eso realmente me impactó: un gesto tan sencillo y tan importante como ese, perdía su trascendencia.

Desde entonces escucho con mucha atención cuando me presentan a alguien. Y si por alguna razón no escucho bien su nombre, pido cortésmente que lo vuelvan a repetir. Es mi forma de decirle al otro “te reconozco como persona y te respeto lo suficiente como para escuchar tu nombre y retenerlo en mi mente”.

La cantidad de conflictos en las familias disminuirían si, en vez de buscar probar al otro lo equivocado que está, decidiesen escuchar lo que uno y otro quiere decir y, luego de entender el mundo interno de cada cual, se emprendiera la tarea de llegar a acuerdos y soluciones.

Pero solo la escucha posibilita el diálogo que puede ser importante en otras muchas áreas: no todos los conflictos laborales son de orden funcional sino humano. Y hasta en contextos de grandes sociedades y países: sentarse a dialogar debe partir de la premisa de escuchar, como se ha indicado.

Porque la finalidad de la escucha no es la comprensión sino el amor: el que el otro se sienta y sea amado y valorado. El amor que valora es sanación, promesa de cambio real y futuro mejor.

Nunca pierde el tiempo quien decide escuchar.

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