viernes, 15 de abril de 2011

VERDAD QUE ESCLAVIZA

En mi experiencia de vida he escuchado a tanta gente que dice cosas desgarradoras en nombre de la verdad. Como escudo de sus acciones dicen “la verdad duele, pero es la verdad”. En otras ocasiones su lema es “por la verdad murió Cristo”. O simplemente “la verdad es la verdad”.

Así, pues, se han proclamado a sí mismos como “defensores de la verdad”. Van a la caza del defecto ajeno el cual terminan restregando en la propia cara del infractor. La verdad aparece con un poder de humillación hiriente único.
En sus manos es un dardo envenenado de ira, resentimiento y venganza con el objetivo de derribar a quien parece ser que sea su contrincante. Para ellos las seguridades son falsedades que deben desenmascarase. Y esta forma de actuar luce altamente sospechosa ¿por qué ese ensañamiento con las debilidades y miserias del otro? ¿es que la verdad debe ser así de dolorosa para ser verdad? ¿por qué la verdad tiene que ser inmisericorde? ¿por qué la mirada puesta en los demás y desviada del propio corazón?
En psicoterapia se conoce el poder de la verdad. Es cierto que muchas personas necesitan encontrarse con su verdad, la verdad de su vida, para poder avanzar. Y es la angustia la que genera resistencias que toman la forma de lo que se llaman “mecanismos de defensa”.
De manera contraria, el encuentro con la verdad que sana se realiza en una aproximación progresiva, que se da en un ambiente que ofrece seguridad. Las personas pueden encontrarse con su verdad sin temor a que se produzca un caos que afecte la totalidad de su vida. Su verdad, tan temida, puede enfrentarse sin el miedo al rechazo. La verdad asumida con la mano cálida y firme de quien tiene el compromiso de conducir a la salud mental, es la verdad que libera.
Presta un pésimo servicio quien, sin tener ni siquiera las nociones básicas de ayuda, espeta una confidencia: “¡Tú eres una madre alcahueta de un hijo drogadicto!”  Nada ayuda y mucho empeora. Y deja el interrogante sobre lo que pasa en la persona que hace la acusación. El afán de minimizar a las demás personas puede recubrir complejos, heridas, debilidades, que deben salir paulatinamente a la superficie en un proceso de sanación.
La amargura en las declaraciones sobre otras personas son indicios de experiencias no resueltas en la propia vida. Quien desea prestar atención a los defectos de los demás, debe comenzar arreglando la propia casa. Sino la tarea de ajusticiar no es más que el entretenimiento de quien busca desviar la propia mirada de lo realmente importante.
La verdad más profunda, esa que libera emociones prisioneras y concede palabras a anhelos escondidos, tiene la suavidad y firmeza propias de la misericordia. Es una labor de cirugía: busca extraer el tumor con la menor cantidad de traumatismos. Es cuestión de compasión, cuyo significado es padecer-con.
Ya lo señalaba cierto psicólogo, cuando refería a la empatía como una cualidad que debía acompañar a la autenticidad. Se tiene que estar en sintonía con el mundo de experiencias y emociones de la otra persona, para poder ajustar la manera como se va a plantear algo que conlleve dolor.
La cruda realidad no puede ser excusa para comentarios en la cara o a las espaldas demás, porque se es auténtico. El respeto por la fama y la privacidad de quienes han incurrido en ciertos errores es pilar para el auténtico crecimiento y superación de los seres humanos. No puede utilizarse de comidilla en las reuniones.
Nadie puede creer que tiene licencia para difamar o, peor aún, calumniar. El esmero por marginar a quienes se han equivocado, utilizando diversos recursos que proporciona la imaginación humana, puede ser una estratagema para crear una falsa sensación de seguridad.
Es claro que algo de dolor acompaña el reconocimiento de lo que es humillante o vergonzoso. Pero a la parte dolorosa de la verdad no se le puede añadir otros sufrimientos extra a través de tratar a las personas de manera vejatoria. Quien tiene algo que decir debe asegurar el bien de los demás. Solo podría hablar quien ofrece amor incondicional para superar el dolor mas que para enterrar en él.
Las verdades gritadas son sospechosas. Una cosa será cierta se diga de manera suave o de forma escandalosa. Quien grita quizás libera gritos encerrados por experiencias propias. Quien es gritado escucha la intensidad del grito más que el significado de las palabras.
En las relaciones cercanas, como la que se da en esposos o entre padres e hijos, deben hacerse llegar dos mensajes simultáneos: te amo y no estoy de acuerdo con esto. Es decir, aquello sobre lo que se quiera llamar la atención no es motivo para retirar el amor sino para afirmar que se ama. Gestos, tono de voz, selección de las palabras, la mirada puesta en los ojos de la otra persona… son canales de comunicación que ponen a prueba la propia sanidad interior.
La verdad siempre debe ser un proceso liberador, sobre todo cuando nos libera de todo aquello que no queremos ver y no nos permite  crecer, per cuando utilizamos "la verdad" para herir y debilitar al otro, es cuando nos hacemos esclavos. En otras palabras, la verdad del otro me hace esclava de mi inmadurez, mi pobre salud mental, de mi vanidad,  de mi egoísmo, de mi venganza...
La verdad es siempre liberadora cuando asumo mi propia verdad.
Se vuelve esclavitud cuando quiero utilizar la verdad del otro.

2 comentarios:

  1. Cuantas personas caemos en ese error, con o sin intención... estas publicaciones son de gran aprendizaje.

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  2. gracias por este nuevo articulo el cual me hizo chillar hay mucha verdad en ello porque es muy importante estar en sintonia con la parte interior para poder expresar el dolor. a veces nos ahogamos en un grito de dolor por el pasado por el futuro y el presente que? por metas sin cumplir por mirdo a la muete a fracasos etc. lo cierto es que me libero cuando asumimos nuestra propia verdad....

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