Uno de los temas que con mirada más reservada
abordan los padres es el tema de la educación de los hijos. De hecho, uno de
los aspectos que apuntalan, según ellos, la pertenencia a la categoría de
buenos padres y buenas madres son los sacrificios que han hecho por brindarles
una buena educación. También es cierto que, en algunos casos, los mismos
padres, con dolor y extrañeza, se sienten poco correspondidos ante el flaco
compromiso de sus hijos con los libros, más allá del mínimo obtenido con la
ayuda de Wikipedia.
Así pues, el tema de la educación se
transforma en un punto de honor, donde los padres, cuales entrenadores, aspiran
a ver coronados sus esfuerzos con las correspondientes medallas de aplicación y
buena conducta. Con esto de entrada ya podemos ver como se van enredando las
cosas.
Que el tema de la educación pasa
también por la educación académica es una cosa incuestionable. Solo que la
mezcla de amor y orgullo se transforman en una combinación explosiva, un
detonante para las mismas relaciones intrafamiliares. Así pues, los padres
asumen el rol de entrenador, en ocasiones de entrenador deportivo y, en otras,
de entrenador circense que, a punta de látigo, quiere hacer pasar a los leones
por el aro prendido en fuego. De esta forma, en esta cuestión concreta, pueden
volverse altamente represores y castigadores, con “pequeñas” e “irrelevantes”
descuidos: no solo que el ser humano no funciona en base a la simple
“represión” sino que pueden existir dificultades reales que, para superarlas, el
hijo amerite algún tipo de ayuda extra y muy diferente del castigo o el
insulto.
Y para este proceso hay que
desembalar de la educación la dosis de amor propio, en el mal sentido, que le
ponemos. No se puede servirse de los hijos para exhibirlos como un trofeo,
menos para restregárselo en la cara de familiares y amigos. O para finiquitar
cuestiones no resueltas con nuestros padres y pretender solventar las heridas
que nos hayan causado. Los hijos no son prolongación de nuestro ego, por mucha
satisfacción que nos causen. Alimentar esta confusión puede ser funesto,
tomando en cuenta que, en el periodo de desarrollo, cada etapa prácticamente es
irrepetible, y lo que hagamos bien o mal incide en el resto de la vida.
Pero que el tema de la educación sea
de índole estrictamente académica, eso es otra cosa. La educación es una
cuestión mucho más amplia. No acepta simplemente ser tasada por un número o una
letra, que tienen su importancia en la educación formal. Los objetivos no
siempre están formulados en programas de estudio. La educación es el ejercicio a través del cual el ser humano se
transforma en persona. Es el ejercicio de la partera, sacar a la luz las
posibilidades que están latentes en los hijos. Donde el yo, esa individualidad
única e irrepetible, de alguien adquiere su conformación de adulto, con la posibilidad
de continuar progresando.
Para esta tarea los que ejercen el
rol de padres son insustituibles. Este “educar para vivir” implica que los
padres han descifrado, en parte para ellos, el secreto de lo que consiste la
vida. Se han apropiado de valores, convicciones y principios que rigen con
propiedad su existencia, lo que hacen y lo que esperan, la manera de enfrentar
y resolver conflictos, la manera de disfrutar de lo agradable y la capacidad de
darse. Entonces la palabra formulada, la enseñanza que adquiere forma verbal,
tiene un trasfondo de sabiduría. Lo material puede enseñar a administrarse sin
que devore a las personas; las relaciones consiguen tener la vitalidad que
brota de la profundidad; la sensibilidad es algo más que estimulación momentánea
y emocional por cualquier motivo.
El padre o la madre que han captado
el carácter irrepetible de la existencia y la validez y limitación de las
experiencias, saben que pueden enseñar a vivir, pero no pueden tomar el puesto
de los hijos para enfrentar los desafíos de la vida. Caen en cuenta que cada
época tiene algo nuevo y original, pero que cada experiencia posee un fondo que
traspasa el tiempo y es vigente, de alguna forma, para las nuevas generaciones.
De ahí que ser padre o madre es mucho
más que inscribir en un buen colegio o en una buena universidad, por importante
que también estas cosas sean. Requiere de paciencia y visión, sensibilidad y
empatía para ponerse en el lugar del hijo, comprendiendo, animando, amonestando
pero, sobre todo, haciendo sentir el amor con calidez, con gestos y palabras.
No para afirmar lo negativo sino para afirmar la incondicionalidad del
compromiso de ser padres, haciendo y diciendo lo que se tenga que decir sin que
la llamada de atención se transforme en herida y humillación.
Ser padre y madre implica no solo el
haber crecido sino el continuar creciendo, sin escandalizarse al ver carencias
o defectos que antes no se veían o no se valoraban. La capacidad para seguir
maniobrando ante las situaciones concretas, de buscar respuestas cuando no se
tienen. De entender que ser padre o madre es mucho más que defender un título
nobiliario: es la capacidad de ir desapareciendo en la medida en que los hijos
tienen fundamentos internos y externos para hacer su propia vida.
Ser padre y madre es saber discernir
cuando estar y cuando mantener la distancia en silencio para que nuestros hijos
sientan que somos capaces de respetarlos. Pero también de hacerlos sentir
capaces de asumir sus propias vidas y tener la esperanza que todo conocimiento
que le hayamos trasmitido para ser persona serán bien aprovechados en sus
momentos difíciles o de toma de decisiones.
Al final de cuentas, como ya lo he
repetido en otras ocasiones, educar a nuestros hijos no es solo darles el piso
académico que necesitan; no es solo enseñarles los principios básicos de la vida.
Educar a nuestros hijos es tener la conciencia plena que en nuestras manos se
encuentra la responsabilidad de hacer de guía para que nuestros hijos se
transformen, en el mejor de los sentidos, de manera auténtica y en pleno
significado de la palabra, en verdaderas personas.
Ayudar a nuestros hijos a ser personas:
el mejor legado para su futuro…
NOTA: mañana, sábado 5 y el domingo 6
de Mayo, estará la ONG, presidida por mi persona, Derrotando la Depresión, en
el Centro Comercial Ciudad Las Trinitarias de Barquisimeto, por el área externa
donde se encuentra el supermercado Central Madairense, en un operativo de
información y recolección de fondos para apoyar a pacientes de escasos recursos
con crisis depresiva y otros trastornos, para la administración de medicamentos
y costeo de sus terapias.
Hooooooooooooooooooooooolllllllllllllllllllllllaaaaaaaaaaaa doctora Cesarino quizás no me recuerde pero soy su más fiel admirador usted fue una de las mejores influencias que he tenido en mi vida no sabe como estoy tan agradecido de haberla conocido, tuve el honor de recibirla en mi casa 2 veces en Maracay edo. Aragua, la respeto y la admiro por su valores, y su contribución a una mejor humanidad, la estuve intentando encontrar pero se mudo de su consultorio hace muchos años en 1989 yo era muy joven tenía como 13 años, y le perdí el rastro. Para la época fue importantísima su ayuda, quizás no me recuerde pero le voy a dar una pista: usted me regalo una guitarra “.
ResponderEliminarEspero que me responda pronto estoy ansioso de su respuesta le voy a dejar mi correo: danellor1@yahoo.com me alegra encontrarla.