viernes, 2 de marzo de 2012

HACER DE TRIPAS CORAZÓN


Cuando vamos al cine nos gusta ver una historia bien narrada sobre la epopeya que es  la vida humana. No me refiero a las pirámides de Egipto o a los jardines colgantes de Babilonia. Me refiero historias tan humanas como “La vida es bella”…

Una historia bien narrada en imágenes y trama, en el contexto de la guerra mundial, en el que un padre judío protege a su hijo de arrastrar a lo largo de su vida las terribles sombras de la guerra incrustadas en su mente. Una historia contada desde la candidez del hijo, de manera limpia, en el ambiente de la implacable persecución contra los judíos.

Es triste que nuestra admiración pareciera que se disipa al mismo tiempo que se encienden las luces de la sala y volvemos a nuestra rutina diaria. En lo cotidiano la pauta la marcan las necesidades concretas, a las que respondemos de forma autómata, sin mayores idealizaciones.

Respondemos a la realidad según el dictamen de nuestras emociones, no de nuestras convicciones y compromisos. Hacemos lo básico y nos contentamos con sobrevivir cada día a la rutina, lo cual en ocasiones tampoco es despreciable. Pero cuando tenemos la oportunidad de hacer algo noble, lo consultamos con nuestras emociones: si la emoción dice que no, decimos que no tenemos ganas; si la emoción dice que sí, entonces pueden contar con nosotros.

Y suele ocurrir ¡oh, paradoja! que para algunas cosas nos sentimos de muerte y, para otras, generalmente simultáneas en el tiempo, irradiamos vida por todos nuestros poros: la tiranía de la emoción.

Pero la emoción no está allí por casualidad. De alguna manera llegó. Están los impulsos, pero está también la crianza (quizás permisiva), el ambiente, la cultura… y hasta las estrategias de mercadeo publicitario. Lo que “siento ganas” coincide sospechosamente con lo que “otro” ha querido que “sintiera ganas”. De tal forma que tengo una autonomía hipotecada.

Pero las contradicciones no quedan allí. Porque hay ocasiones en que lo que “siento ganas” se opone a lo que es noble, justo, sublime. Aunque no necesariamente en ese orden: lo noble, lo justo, lo sublime, lo que se debe hacer no cuenta con “muchas ganas a favor”. Lo noble, justo y sublime es inversamente proporcional a las ganas que se sienten de hacerlo. Se valora como justo lo que en el fondo no es apetecible y viceversa.

En la película “La vida es bella” el padre está centrado absolutamente en el hijo. No le pregunta a las emociones lo que les gusta o disgusta. Estas, las emociones, se ven obligadas a apoyar incondicionalmente al padre. Y el padre se eleva por encima de todo lo funesto para mostrarle, como si se tratara del mejor legado que puede dejar para su vida de su hijo, que lo noble prevalece por encima del odio, el desprecio, la maldad. Que lo amó hasta el extremo.

Quizás una de las tragedias de la sociedad moderna es la carencia de convicciones por las que vivir. Y que hacen vivir. Y eso hace que las personas están a merced de las turbulencias de todo tipo. No siempre podemos contar con el impulso de las emociones, como lo hace el surfista con las olas para alcanzar la orilla.

Puede que en oportunidades, que no necesariamente son pocas, podemos sentirnos indispuestos físicamente. Hay personas con horarios de trabajo matadores; hay personas ocasionalmente enfermas; hay personas con contexturas físicas débiles o afectadas. Hay personas agobiadas por el estrés, contaminación, viviendas inadecuadas, preocupaciones económicas, problemas familiares. Hay personas que pueden estar lidiando con situaciones internas,  heridas, complejos, carencias…

Pero eso no debería impedir que, ante los desafíos que nos toque enfrentar, no podamos “hacernos de tripas corazón”.

(En la lengua española, y de uso bastante común en España y Venezuela, se usa la expresión “hacer de tripas corazón” para indicar un gran esfuerzo para enfrentar un obstáculo, y disimular y sobreponerse al mismo, pudiendo ser este el miedo, la aprehensión, tristeza, dolor, preocupación, fracaso, angustia…)

Normalmente nos anima, cuando enfrentamos dificultades, la promesa de un resultado favorable ¿y qué tal si eso no fuera a ocurrir?

En mi profesión puedo conseguirme con personas de pronóstico sombrío, donde poco puede hacer la ciencia fuera de ciertas mejoras, como en el caso de enfermos mentales crónicos. En estos está comprometido su capacidad de razonar, de diferenciar lo real de lo imaginario, presos de los vaivenes bioquímicos de su mente, con un mundo de fantasías donde, sin embargo, se refleja todos su miedos y trastornos. No es fácil enfrentarse con esa realidad que tantos buscan evadir.

Ante la tentación de dejarme quebrar por la desolación, me levanto de mí misma, haga “de tripas corazón” y procuro entrar en los recovecos de su mundo interior. Por las rendijas me cuelo para asomarme a lo que está más allá de lo simbólico. Para encontrarme con esa tragedia donde yo puede, simplemente, hacerles sentir que “aquí estoy”, cuando eso es posible hacerles sentir. Sin distraerme por lo bizarro de sus palabras, gestos o expresiones, palpo su soledad, angustia, miedo…

¿Qué consigo hacer con todo esto?

Por un lado comprender, tanto como persona como profesional. Comprendo y sé que decisiones tomar, que orientación puedo darle a la familia, de qué manera puedo hacer equipo con el resto de profesionales que me acompañan.

Entiendo que como profesional tengo una formación científica. Y la ciencia está al servicio del ser humano y no puede desecharlo cuando ya nada se pueda hacer.

Pero, por otro, envío un mensaje a mí misma: quiero estar por encima de las circunstancias, no quiero dejar determinarme, no quiero que mi capacidad de ser persona esté supeditada al éxito o fracaso, a enfrentar lo fácil y evadir lo complicado, no quiero ser el resultado de las circunstancias sino que las circunstancias puedan ser, en parte, resultado de mi compromiso.

Sí, muchas veces me toca “hacer de tripas corazón”. Y espero en la Providencia que pueda seguir haciéndolo.

Mientras lo continúe haciendo tendré la claridad plena de que estoy entregando mi mejor esfuerzo por ser persona. 

Que mi decisión de usar mi raciocinio y mi voluntad no se encuentran contrapuestas a la emoción, sino por encima de ellas, queriendo así entender que muchas veces las emociones nos traicionan y pueden ser un falso reflejo de la realidad. 

Lo que siento no es necesariamente la realidad. Es por eso que tengo que sobreponerme ante lo que siento para actuar de manera justa, equilibrada ante la realidad.

Intento no dejar que la emoción controle mi vida 
sino el deseo y la voluntad misma de amar

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