viernes, 3 de junio de 2011

EXPERTOS INEXPERTOS

Uno de los desafíos cuando inicio una terapia con un nuevo paciente son los “otros”. Esos otros que se cuelan y hay que neutralizar. Que entran cuando se recibe y se cierra la puerta del consultorio. Esas voces que han sonado y seguirán sonando en el proceso psicotera- péutico, dentro y fuera de la consulta, que de manera “ingenua” indican lo hay y lo que no hay, lo que se debe y lo que no se debe hacer.
Esta serie de “expertos”, producto de la divulgación de conocimientos científicos por supuestos documentales de televisión o programas de variedades, entrevistas radiales, internet, rumores, creencias, conversaciones en las esquinas, revistas de largo tiraje, lecturas de ciertos libros, cursos de autoayuda… sin la necesaria capacidad de diferenciar lo genuino de lo falso, lo factible de lo fantasioso. “Expertos” que carecen de la debida preparación académica y que de manera ciega e imprudente asumen tener el conocimiento de las distintas materias.
Ellos conforman todo un ejército que hay que esquivar como en una carrera de obstáculos. Pero esta experiencia se vive no solo en el ámbito de la psicología, sino de forma generalizada en cantidad de ámbitos, desde lo más sencillo hasta lo más complejo. Y es que la tendencia del ser humano es afirmar lo que conoce y negar lo que desconoce.
Ejemplo de esto puede ser la visita de unos padres con su niño al pediatra: el pequeño presenta fiebre, malestar y las amígdalas inflamadas. El médico diagnostica infección en la garganta, cosa que aceptan los padres por estar familiarizados con dichos casos, por otros hijos y familiares. Pero si un niño pequeño visita al pediatra por otro motivo, y el pediatra diagnostica desnutrición, los padres fácilmente rechazan dicho diagnóstico puesto que aducen que el niño está en su peso y que ellos lo alimentan bien. Obviamente para estos padres estar desnutrido es solo estar delgado. Cuando en realidad la desnutrición es la carencia nutritiva de proteínas, carbohidratos, grasas, vitaminas y minerales. Puede que el niño no esté delgado porque la ingesta de carbohidratos es alta; sin embargo, quizás no haya una suficiente ingesta de proteínas, vitaminas y minerales. Estos mismos padres que desconocen el verdadero significado del término desnutrición en base a su poco conocimiento sobre el tema, son los que rechazan el diagnóstico, y en algunas oportunidades hasta descalifican a los verdaderos profesionales diciendo que no saben nada. Por supuesto, también se da aunado a familiares y amigos que siendo también ignorantes del tema, afirman que el verdadero profesional está equivocado. Lo que resulta realmente increíble es que ni los padres, amigos y familiares  nunca han pisado la escuela de medicina. No saben de medicina, no saben de pediatría y, no obstante, dejan que su ciega ignorancia sea la que tome el control.
De nuevo, afirmamos lo que conocemos y negamos lo que desconocemos. Al final ¿qué es la ignorancia? ¡Desconocimiento!
Y en este elenco podemos participar como víctimas, pero también como “expertos victimarios”.
¿Cómo llegamos a ser “expertos victimarios”?
En primer lugar debe destacarse el carácter divulgativo de muchas fuentes de información veraz, que se consiguen su objetivo en base a la simplificación de la realidad. Se dice en unos minutos o unas breves líneas lo que toma años de formación académica y consigue formar bastas  bibliotecas. De esta forma se aseguran la audiencia. Pero también el abordaje se hace buscando captar la atención del espectador a través de narraciones ingeniosas o destacando aspectos que podrían ser secundarios, pero que resultan llamativos para el gran público.
En segundo lugar, en ocasiones el abordaje sobre algunos temas no siempre parte de intenciones científicas o humanitarias, sino a la remuneración económica. No se busca difundir información o popularizar hallazgos relevantes, sino información que la gente está interesada en comprar y que puede ofertarse. Cuando no media la instancia ética, se puede sucumbir a la tentación de sacrificar la precisión científica en temas delicados por charlatanerías de dudosa fundamentación que, sin embargo, sintoniza con los gustos del público.
Así que estos “expertos” que compiten en la ayuda a nuestros pacientes, se saltan todo lo complicado que puede resultar en la práctica llegar, por ejemplo, a un acertado diagnóstico científico. Cosa que es complicada por la obstinada mentalidad resultante del amasijo de creencias populares y la mágica charlatanería de quien trafica con la desesperación de la gente.
Cada quien puede caer en la trampa del “experto”. En principio nadie está exento. Hay cierto poder que se siente tener sobre los demás que la hace en extremo atractiva. Hay un pedazo de la vida del otro que está bajo mi control, como si se tratara de mi vida misma. Y esto es particularmente cierto cuando nos referimos a problemas de salud.
Un amigo está haciendo un determinado tratamiento, con escaso éxito hasta el momento, quizás por lo largo del proceso. La situación se vuelve irresistible para que intervengamos. Comenzamos por sembrar la duda. Ponemos el rostro de quien no come cuentos. Una vez que deja de sentir confianza en lo que está haciendo o tiene que hacer, ahí nos apoderamos, como gurúes, de su vulnerabilidad. Con dos o tres premisas mal aprendidas y sin pasearnos por la idea de otros diagnósticos posibles para los cuales no contamos con la mínima formación académica, indicamos magistralmente lo equivocado del actual procedimiento cuando todo el mundo sabe que lo que hay que hacer es…
Estrategia que sirve para que amigos y familiares sucumban bajo el peso de nuestra influencia. Las enfermedades terminan siendo todas mentales, ficciones de la fantasía. O la quimioterapia un fiasco solo apta para algunos tontos. O los medicamentos son todos de antemano tóxicos, cuando no una serie de inventos.
En el caso de la psicología, que se la confunde con la consejería, los costos son menores: un consejo lo da cualquiera con la suficiente labia y en el refranero popular se consigue de todo ¿Quien no ha escuchado ese refrán que dice “la letra por la sangre entra” o “el hombre es el que manda”? El consejo del amigo sustituye la asesoría del profesional: lo que debes hacer con tu matrimonio, lo que debes hacer con tu hijo, lo que debes hacer con tus padres. Yo soy así de auténtico, se dice, por lo tanto lo que pienso lo digo… y tantas otras cosas.
Pero, así como puedo ser victimario, también puedo ser víctima. Y víctima responsable. En cualquier problema de salud dejo que los demás interfieran e indiquen lo que mejor les parece. Me abstengo de usar mi libertad de manera responsable, con el conocimiento que en último caso las decisiones, en algo que tenga directamente que ver conmigo, me competen a mí, sea que acierte o no. En un cáncer unos difieren del médico con tantas opciones como amigos tenga; mientras los unos difieren sobre el centro donde debo realizar la quimioterapia, porque donde voy no es confiable, otros me presentan como tabla de salvación el seguir una estricta dieta vegetariana; algunos vaticinan sobre la salud mejor que los médicos sin serlo, casi que viendo los exámenes de laboratorio al contraluz o como leyéndolos como se lee una bola de cristal. Los hay quienes tienen una versión sobre la religión como si se tratase de un deporte  extremo y proponen tener fe, tener fe y puramente fe. Y ahí estoy yo, enfermo, pretendiendo complacer a cuanto “criterólogo” consiga entre mis allegados.
Es obvio que la realidad es muchísimo más compleja. Así que, ante la tentación de intervenir en la delicada situación de otras personas, lo mejor es abstenerse. Porque la escasa preparación que se tiene está revestida de arrogancia. Es un irrespeto hacia la otra persona, más si no me ha pedido mi opinión. Debo tener en cuenta que la vida de otra persona puede estar en juego dentro de un palabrerío sin fundamento. El bien del otro no puede hacer de equilibrista en la cuerda de mis ocurrencias e iluminaciones, cuando es un acto de circo sin red realmente mortal.
Pero también yo soy responsable como víctima: yo debo manejar con tino las opiniones ajenas en asuntos que no son de incumbencia. Debo prestar oídos sordos y, ocasionalmente, hasta precisar con palabras a los demás, para que no se involucren. Por desagradable que sea y con la educación debida, pero teniendo en cuenta la importancia del proceso que esté viviendo.
Ciertamente en todo proceso terapéutico pueden surgir dudas e interrogantes bien fundados. Es el derecho a pedir, sobre cierto asunto, una “segunda opinión”. Lo cual es válido siempre y cuando acudamos a profesionales serios y responsables, que tengan la capacidad de confirmar o corregir un diagnóstico y un tratamiento concreto, de manera fundamentada.
Tomemos conciencia. No juguemos de manera irresponsable con la vida de otros, haciéndonos pasar por “expertos inexpertos”. Las consecuencias de nuestra irresponsabilidad pueden ser fatales. Tampoco permitamos que otros de esos “expertos inexpertos” interfieran en nuestra vida desviándonos de la senda del crecimiento personal y de la salud.
“Zapatero a tus zapatos”. Quizás sea difícil decir de otra forma lo que la sabiduría popular ha dicho de forma tan explícita y sencilla.

1 comentario:

  1. Muy buen artículo, muestra una realidad que es digna de reflexión EXPERTOS INEXPERTOS!!! “Zapatero a tus zapatos” Gracias…

    ResponderEliminar