sábado, 14 de abril de 2012

CRITERIOS

El mundo de hoy carece de criterios. Si nos preguntamos que guía las conductas de muchos seres humanos, me atrevería a decir que los impulsos. Creemos intuir lo que debemos hacer sin que lo pensemos. Simplemente lo hacemos porque sentimos que así está bien.

Claro que esta forma de actuar es muy irracional. Además que es premonitora de catástrofes. Confundimos el sentido común con lo socialmente aceptado y asumimos simplemente comportamientos estereotipados y divulgados por los medios de comunicación masiva.

Pero no solamente es un camino errado. Además no responde a cantidad de problemas que no podemos enfrentar sin reflexión. La necesidad de reflexionar sobre lo que hacemos y lo que vamos a hacer tiene que ver con el mismo hecho de nuestra humanidad.

Es aquí cuando es necesario echarle mano a los “criterios”, palabra que puede orientarse de muchas formas, pero que está envuelta de un vocablo de origen griego que significa: “juicio”.

Enfrentarse a la realidad (y sobre todo la realidad humana) no consiste solo describirla o experimentarla con la epidermis: es juzgarla, dotarla de un “juicio”. Un juicio de valor. Darle valoración. Sea que dicha realidad corresponda a una acción ya cumplida y se quiera evaluar, o que el juicio de valoración oriente una decisión para actuar.

La supuesta “neutralidad” ante la vida palidece cuando encubre un comportamiento evasivo. Estar vivo me obliga darle valoración a las acciones y posibilidades humanas. Independientemente de que me equivoque o no, tal valoración muchas veces es impostergable.

Yo necesito de una referencia sólida para poder darle la debida valoración a una realidad. Y esto son los criterios. De ahí el nexo entre valoración y criterios, como referencias para el juicio de valor.

Una persona podría pretender hacer de sus impulsos más irracionales los criterios últimos para su comportamiento. Pero las consecuencias son fatales. Pocas personas se anotan incondicionalmente en un grupo tan bizarro como este: ¿quién no ha sentido repugnancia ante las noticias de una madre maltratadora de sus hijos, sin otro alegato que “lo hice porque sí”? ¿o un amigo que hoy está conmigo, porque está “de buenas”, y mañana no, sin razón alguna?

Sin referirnos a los pícaros, truhanes, casanovas.  En ejemplos extremos nos damos cuenta de lo absurda de una posición impulsiva y visceral, que no es capaz de mantenerse.

Pero la necesaria asunción de criterios también implica un orden y una jerarquización.

Una madre puede querer complacer todas las necesidades de sus hijos, lo cual no significa que siempre deba acceder a todos sus caprichos. Unos padres tampoco pueden delegar la toma de ciertas decisiones de adultos al consenso de los niños.

No es que el adulto puede ser caprichoso, sino que debe contar con el criterio como para saber qué es lo más conveniente. Obvio que no me refiero a papás déspotas. Pero, por poner el caso, un tema de salud como un tratamiento que sea desagradable para el niño, podrá muy bien explicársele, pero nunca delegar la decisión al criterio del gusto del pequeño.

Así pues, por habernos descuidado, nos encontramos desnudos de unos sanos y sabios criterios que guíen nuestra vida y nuestras acciones. Algunos son los afortunados que han podido recibir importantes rastros de ellos desde su infancia, pues otros deben encontrarlos por su cuenta, posiblemente por ensayo y error, y organizarlos como puedan sobre la marcha.

Porque, repito, la vida no consiste simplemente en dejar correr el tiempo bajo la piel, sino en decidir adecuadamente sobre la vida. Si en psicología se recomienda a las personas la elaboración de un mapa interior que lo oriente sus vidas y acciones, lo que puede y aspira, dicho mapa no puede ser simplemente descriptivo, sino valorativo. Y para ello no pueden estar ausentes los criterios.

La misma decisión de corregir a un niño necesita del criterio adecuado. Las palabras, el tono de voz, el momento… además de la correcta valoración del acto.

Recuerdo a unos padres que llegaron al consultorio muy preocupados porque su hijo varón no se despegaba de una bella y coqueta muñeca.  La llevaba para todas partes y constantemente hablaba con ella. Los padres estaban preocupados porque creían que el niño era incapaz de relacionarse con el mundo exterior. No sabían cómo abordarlo, como decirle que era inapropiado, si regañarlo o que hacer.

Yo comencé a hablar a solas con el niño, me puse a jugar con él, él hizo algunos dibujos, hablamos de los dibujos y, finalmente, le pregunté quién era la muñeca. Me respondió mostrando una bella sonrisa que solo un niño, con su inocencia, podía mostrar: “es Susy… es de Suiza”. Le pregunté por qué la llevaba por doquier, y me dijo “porque es mi novia”. “¿y por qué la llevas siempre contigo?”.  Me dijo “porque veo que mis padres van a todas partes juntos, y yo quiero hacer lo mismo”. 

Haber usado un criterio equivocado para abordar al niño le hubiera causado una honda herida que se podía haber evitado. Y que se evitó. Además que el niño estaba poniendo en práctica como criterio el ejemplo que estaba viendo en los padres.

La gente muchas veces se casa sin criterio, y se separa también sin criterio. Todo se delega a la fuerza instintiva que se experimenta, y que por revoltillos mentales se ha confundido con el amor. Con un slogan tan pertinaz como “el amor es ciego”. Ni tan ciego como para no ver que puede estrellarse contra una cordillera. No es que en el amor de pareja no haya un aspecto impulsivo, sino que dicho aspecto impulsivo no puede ser el criterio para decidir la convivencia.

En el mundo de los negocios tener criterios adecuados es totalmente razonable. Nadie puede estar obligado a hacer una inversión al azar, en contradicción con sus propios criterios. Sería un acto de suprema irresponsabilidad.

Finalmente, una persona de criterios es una persona confiable. Que tiene motivos para comportarse de una u otra forma. Que su palabra tiene un peso específico.

Quizás lo que podamos descubrir, es que en distintas situaciones que se vayan presentando en nuestras vidas nuestros criterios puedan variar, pero siempre buscando lo adecuado o confiable. No es lo mismo utilizar el criterio de horarios de llegada de un adolescente, que de un joven profesional de unos 28 años. La experiencia, la madurez, la forma de enfrentarse a la vida, serán elementos considerados por los padres para establecer los criterios de  educación o de comportamiento común.

Desde que era niña y conversaba con papá, la palabra “criterio” siempre salía a relucir. Cuando yo le expresaba un deseo de algo que me gustaría hacer, siempre me preguntaba “¿bajo qué criterios?”

Por lo cual era una constante en la vida de mi papá: asumir o responder a situaciones bajo ciertos y determinados criterios, los cuales eran siempre basados en lo real, tangible, lógico y viable. Para él los impulsos y lo irracional  no podían ser pautas para tomar decisiones.

Así crecí y aprendí a actuar y a tomar decisiones: siempre basadas en los criterios racionales y no en pautas emocionales, sin que eso de ninguna manera me pudiese deshumanizar. Pues si de algo también papá se preocupó fue que aprendiese a ser persona.

Todavía recuerdo de niña cuando papá me preguntó qué quería estudiar. Y yo le respondí: ”psicología clínica”. Me miró y me preguntó: “¿Y cuáles son los criterios para tomar esa decisión?” Recuerdo haber explicado todos mis argumentos. Al final de eso papa me miró, se sonrió y me dijo: “buen criterio, pero necesitarás mucho más para ejercer la profesión”.

¡Y cuánta razón tenía papá!

Criterios: luces que se presentan en el sendero de la vida.

No hay comentarios:

Publicar un comentario