viernes, 10 de febrero de 2012

SUSURROS


Generalmente, cuando escuchamos la palabra “susurros”, pensamos en algo que se pretende decir de forma escondida, casi imperceptible. Y esto especialmente lo entendemos así porque lo relacionamos con la experiencia de amor.

Sin embargo, en mi diario vivir, los susurros significan otra cosa. En su gran mayoría son llamados desesperados para pedir ayuda. Clamores que salen de lo más profundo del otro. Cuando las personas ruedan cuesta abajo por las laderas de la salud mental, luego de probar cientos de alternativas sin conseguir solucionar su conflicto interior; después de verse confrontados y abatidos por sus propios grupos familiares, que los encaran de forma equivocada; sufriendo inestabilidad para continuar con sus actividades cotidianas… muchas veces las personas solo alcanzan a susurrar su necesidad de ayuda.

Generalmente identificamos las urgencias y pedidos de ayuda con gritos de desespero que intentan despertar nuestra atención. Pero mi experiencia ha sido diferente: el cansancio, el hastío, la desesperanza hacen que sea un hilo de voz que susurra, casi de manera imperceptible para mucha gente, ha sido el grito de ayuda. Un hilo de voz que ha retumbado en mi alma. Un hilo de voz y una mirada que se ha incrustado en mi interior.

La otra persona viene a poner su alma en mis manos, anhelando quizás que ese sea el final de un largo camino sin haber encontrado respuestas. Y esto hace que yo me consiga con otros susurros… aquellos que brotan de mi interior. Esos que me recuerdan al oído lo frágil que puedo ser por el hecho de ser humana. De las debilidades y miserias que hay en mí y que reclaman prudente atención.

No parto de una posición de omnipotencia, de perfección, para encontrarme con la urgencia de la otra persona. Parto de lo que soy, de mi búsqueda y necesidad, para desde allí, con una autenticidad real, dejar que el otro muestre lo que es y lo que le abate. Que pueda hablar de sus sentimientos, anhelos y frustraciones. Que pueda mostrar sus heridas y experiencias de desamor.

Los susurros en mí no son muestra de debilidad impotente, sino de conciencia que hace camino. De mirada interior. De vértigo y responsabilidad. Así lo he vivido a diario desde que cumplí mis cuarenta años. Actualmente me encamino a cumplir cincuenta y uno. Y los susurros siguen acompañando la manera de enfrentar la vida.

Pero a esta década de susurros se le ha añadido un susurro de otro tipo: el susurro de Dios. Un susurro que hay que escuchar para identificar, entre murmullos que confunden y desorientan.

No se trata de una actitud de ingenuidad. Obvio que no me refiero a cualquier forma de alucinación. No son alucinaciones. Quiero indicar esa disposición para estar atenta a lo que acontece en la vida. Para sopesar lo que pasa y darle el valor que merece. Dejar que lo que acontezca sea capaz de cuestionar. De cuestionar tanto, de forma tan intensa y demoledora que, en aquellas situaciones que estén cargadas de un trasfondo que humanamente nos supera, de poder intuir en dichas situaciones el susurro de Dios.

Realmente debemos agudizar el oído. Porque Dios habla susurrando. En la vida generalmente hay mucho ruido. Muchas cosas distraen nuestra atención. Los decibeles causan intensidades que consideramos reales. Confundimos lo real con lo intenso y emocionante. Así que Dios está en desventaja… aparente.

Porque la experiencia profesional me ha dicho que todo lo que se considera real y seguro puede ser extremadamente decepcionante y devastador. Así que tarde o temprano nos quedamos de frente ante los murmullos… que pueden permitir que surja el susurro de Dios.

Como el caminante que se adentra en el bosque de la vida y de los años, que ha aprendido a reconocer los diversos sonidos. En medio de su marcha se percata de un sonido persistente, que se esconde tras los demás sonidos, pero que produce frutos de calma, que le imprime nuevos colores a la vida, que se le vuelve a dar oportunidad a la esperanza.

Evidentemente que, quien intuye y se deja alcanzar por el susurro de Dios,  desarrolla una sensibilidad especial. Como si el caminante fuese sensible para escuchar ese sonido detrás de los demás, que le impulsan a seguir su camino.

Un susurro puede ser prácticamente despreciable. Para alguien que atraviesa un bosque no lo es. Y para alguien que, en ocasiones, se siente como perdido, lo es menos. Y más si ese sonido puede devolver la esperanza.

Por eso, este año de vida que está por culminar para agregar un año más a mi calendario, me ha permitido agudizar mi oído. No solo para escuchar los susurros de aquellos que, con tanto dolor, se me acercan a buscar una respuesta, sino que mi corazón levanta mi mirada a Dios, mi Creador, para obtener la apertura necesaria de escuchar su susurro. Susurro de amor. Susurro de fe. Susurro de esperanza. Y ¿por qué no? También susurros de Dios que nos invitan a cambiar en nuestro interior.

Ya mi familia se prepara para mi quincuagésimo primer cumpleaños. Y su constante pregunta es “¿qué quieres que te regalen?” Me sonrío y digo: “no necesito nada”. Sin embargo, al seguir queriendo recorrer el sendero de la vida con aquellos menos privilegiados a causa del deterioro de su salud mental, pido a Dios, mi Creador, que me permita la gracia de seguir escuchando esos susurros que claman amor; que en el caminar de lo que me quede de vida, larga o corta, no deje nunca de escuchar los susurros de El quien, con delicadeza y firmeza, me muestra la opción a seguir.

Por eso imploro a ustedes, mis lectores, desde lo profundo de mi corazón, a aprender a escuchar los susurros de aquellos, los menos privilegiados y ruego que desde su fe, desde sus creencias, eleven sus oraciones para que pueda yo siempre escuchar el susurro de Dios.

En la vida muchas veces caminamos y nos sentimos como perdidos. Así que no es poca cosa un susurro que nos devuelva la vida…

1 comentario:

  1. Gracias Josefina por seguir abriendo tu corazón, lleno de sabiduría y conocimiento, a todos aquellos que nos hemos acercado a ti en algún momento de la historia, tanto personalmente, como virtualmente, y que lo seguimos haciendo ahora a través de esta vía.
    Felicitaciones por el regalo de Dios de tus 51 años cumplidos los cuales no escondes ni niegas, sino que reflejan y evidencian la profundidad, el sentido y la madurez de lo vivido.
    Felicitaciones porque ante la natural ausencia de la lozanía de la piel que viene con los años, pero que hace correr a muchos y muchas, lo que te va moviendo es el camino de descenso a tu corazón, al corazón del mundo, y al corazón de Dios, para allí seguir escuchando sus susurros.
    Dios te siga bendiciendo y nos bendiga a muchos a través de ti como Su instrumento.
    Te quiero junto con mucha gente para quienes eres especial.

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