viernes, 4 de marzo de 2011

LA MÁSCARA DE LA IRA

¿Cuántas veces ha aparecido en nuestras vidas alguien con sentimientos encontrados, por creer que está siendo víctima de un ataque de ira cuando está legítimamente molesto por algo?  Puede ser que falle la capacidad de reconocer en nosotros ciertos sentimientos, pero puede ser también que no estemos acostumbrados a mirarnos. Se confunde la molestia con la ira y, quizás, se suma nuestra incapacidad para aceptar que somos humanos.
Ira y molestia no son la misma cosa. Puede que para tradiciones como la budista, controlar incluso la molestia sea un objetivo. Pero para el mundo occidental, tan bombardeado a causa de tantos estímulos y en sociedades abiertas y plurales, desafiadas desde un sin par de frentes, la molestia puede no solo ser algo común, sino algo legítimo. Pero esa molestia, como reacción proporcionada y justa ante cierto evento, que implica una manera de vivirlo y manejarlo, es distinta de la ira. Para usar una imagen: una cosa son las fogatas dispersas en el ambiente nocturno de la sabana africana y otra… un voraz incendio que todo lo consume.
Y la ira se parece a un incendio. Arrastra a la persona, obnubila su raciocinio y percepción, le lleva a cometer imprudencias y torpezas que, consumida las energías acumuladas, recoge las cenizas de lo que antes fueron las relaciones en plena primavera. En verdad es poderosa la señora ira.
En la actualidad observamos dos claras tendencias: una, la demostración desinhibida de la ira, donde se alaba y ensalza todo tipo de conductas motivadas por ella (agresiones físicas, agresiones verbales, irrespeto a valores y normas de la sociedad…). Esta ira no necesita máscaras. Se muestra tal y como es, pero con iguales resultados catastróficos.
Por el otro lado se observa que la ira no puede nunca ser considerado un valor, puesto que supone descontrol. Porque luce, mírese como se mire, un aspecto primitivo. Porque la sociedad reprime moralmente y aísla al iracundo que hace trizas el “sereno” tejido de las relaciones.
Debe ser por esto que la ira se esconde. Se disfraza. Hay que aparentar. Que los demás no lo noten. Que yo mismo no sepa que lo que vivo tendrá muchas máscaras, pero un solo nombre: la ira.
Así que el primer recurso consiste en guardar la compostura, reprimiendo (no resolviendo) los motivos de la ira. Algo así como que, arda lo que arda, que no se vea el humo. O como aquellas familias tan preocupadas por las formas sociales que, en lugares públicos, acallan el llanto de sus hijos, sin importarles la razón del mismo, a cualquier precio. Personas con apariencia de controladas, cerebrales, sin una fisura en el rostro que delate la más mínima emoción, perfeccionistas, intolerantes… pueden ser personas que internamente navegan por las tormentosas aguas de la ira. Toda la rigidez no va dirigida únicamente para convencer a los demás, sino que funcionan como ollas de presión, como cajas blindadas inmunes hasta para los rayos X, que ahogan las arcadas de sus emociones.
Pero, en este mundo, la etiqueta ayuda a cuidar las formas. Así, por ejemplo, se da también en la persona de cuidadosa apariencia y maneras. En oportunidades, la ira se destila en lo que se llama “agresividad pasiva”: gestos medidos, una palabra, un comentario en un tono perfecto… lleva una carga letal, proveniente de los más oscuros rincones de la psIque.
Por lo tanto, en el mar de la tranquilidad las aguas profundas son de numerosos torbellinos. Entre otras cosas porque tanta perfección externa es apariencia que oculta disconformidades latentes. Los arrebatos reales de ira, muy en el fondo, tiene como diana mi propio yo. El desmoronamiento paradisíaco de la inocencia revela desnudeces que no se digieren.
Así, pues, la ira se enmascara: personajes irreprochables, con “alto” sentido de la moral, que saben manejar su tiempo de manera “puntual”; de alto sentido del compromiso social, “disciplinados”, indoblegables, sin que nada ni nadie los detenga. En otras palabras: una máquina. Porque reconocerse humano significaría descifrar todo lo anterior de manera distinta. “Alta moral” podría traducirse como “conflicto interno de naturaleza moral”. “Puntual” vendría a decir “extremadamente riguroso y perfeccionista”. “Indoblegables” se podría sustituir por “intolerantes”. Y así podríamos ir describiendo un sin fin de actitudes y comportamientos que en el fondo más que virtudes no son mas que ira reprimida.
Lo sano sería poder preguntarme de donde proviene esta ira. Qué conflicto interno no resuelto me arrastra a tal punto que sea la ira la que controle mi vida, mis emociones, mis respuestas y decisiones. Además que, aparte de todo lo que acarrea en el fuero personal, en el ámbito social de las interrelaciones humanas también es causa de caos.
Es que al otro le exijo que haya superado los conflictos que yacen en mi interior sin solucionar. Es pues, cuando comienzo a darle cada vez más poder a mi ira, que me convierto en super-héroe, un vulgar superman envuelto en la fantasía de ser ideal, pero que a la más leve exposición con la kriptonita de la verdad, esta me pone en contacto con mi realidad interior y me convierte en simple criatura vulnerable.
¡Ojo! Necesito recordar que ser plenamente humana es tener la capacidad de poder contemplar mi miseria pero aún así saber que puedo y debo alcanzar la plenitud.
Para poder enfrentarme con la ira y disiparla, primero tengo que acercarme a mi realidad interior con mucha honestidad, pero sobre todo con mucha humildad. Debo dejar de seguir negando esa realidad en mí, aceptar que la ira me controla, buscar la ayuda que en ese momento sea necesaria, comprometerme conmigo misma a trabajar en este difícil y duro proceso de humanizarme. En otras palabras, dejar de ser una máquina funcional.
Y, lo más importante, quizás descubrir que, en términos generales, el conflicto interno que promueve mi ira no es un conflicto con otros, sino conmigo misma.
¿Qué escondo? ¿Qué oculto? ¿Cuál es mi verdad? Quizás otros no puedan entender lo que soy y mucho menos aceptarlo, pero soy yo misma quien debo entenderme, aceptarme y reconciliarme conmigo misma.
La verdad y sólo la verdad me hará libre.

2 comentarios:

  1. Creo que muchas personas por no decir la mayoria nos identificamos con este articulo, alguna linea toca nuestro interior y sale de alli alguna reflexion ojala este articulo sirva como me ha servido a mi para reconocer algo de mis fallas o acomodar alguna valvula en mi olla de presion.

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  2. Airaos, pero no pequeis;no se ponga el sol con vuestro enojo. (Efesios 4:26)
    mi ira se tornara en mi contra cuando la lleve por mucho tiempo dentro de mi, realmente puedo descargar una rabia (ira)en un momento dado a causa de una circunstancia, lo que no debo es alimentar esa rabia. Esto me recuerda la anectoda de un esquimal que tenia dos perros una era negro y otro blanco, todos los sabados ganaba dinero haciendo pelear los dos perros un sabado ganaba el negro y el siguiente sabado ganaba el perro blanco, y sus amigos le preguntaban como hacia para lograr eso, el les respondió; sencillo dejo de alimentar a uno y el otro se cree mas fuerte. Moraleja : no alimentemos nuestra ira o se hará mas fuerte que nosotros!

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