viernes, 4 de febrero de 2011

… Y ME DEJO AMAR

Por donde quiera que voy la gente expresa sentirse sola, no sentirse amada, estar deprimida. Forma parte de las confidencias que se me hace. Pero no es una impresión solo personal. Para la Organización Mundial de la Salud la depresión será la segunda causa de incapacidad para el 2020.  Así que va a ser prácticamente como la enfermedad del siglo junto a las cardiopatías. Así que lo sé por lo que dice la OMS, pero también lo sé por las personas que acuden a mi consulta.
La depresión puede ser orgánica, de orden biológico, no producto de agentes externos como es la depresión reactiva. Cuando una persona se deprime, siente tristeza, desánimo, falta de energía, apatía, desinterés por la vida, se aísla, nada tiene sentido para ella... No todas las depresiones son orgánicas ni todas son reactivas, pero en ambas se requiere de la ayuda profesional para superarla con las menores complicaciones y en el menor tiempo, con ayuda en algunos casos de fármacos.
Pero ¿a qué se debe el auge actual de la depresión entre la gente? Proviene de un hecho muy simple y muy humano como para que tenga proporciones de pandemia: el desamor. Esto propicia su aparición. Y digo la “gente”, porque la palabra gente engloba a varias personas que coinciden en el espacio y en el tiempo. Varias personas que comparten un mismo espacio se sienten solas, sin encontrarse, aisladas, es decir, actuando como islas… y la parte difícil de la vida completa golpeando y desatando oleadas de ansiedad, angustias, gritos solitarios… sin estar físicamente solos. Pueblos africanos, en espacios de baja densidad demográfica, sufren de menos soledad y depresión que, por ejemplo, en las grandes metrópolis.
En medicina hay un síndrome parecido: se llama resistencia a la insulina. El organismo cuenta con suficiente azúcar (glucosa), puede tener hasta excedentes en cuanto a la insulina, y lo único que necesita esta es fijarse a los tejidos para que las células aprovechen la energía de la glucosa… pero tal cosa no ocurre. Así ocurre en la vida: podríamos enriquecernos mutuamente, necesitamos encontrarnos para llenar de afecto nuestras vidas y, al final, actuamos como extraños. Nos deprimimos por falta de amor, porque hemos creado resistencia para propiciar experiencias que nos hagan sentirnos amados.
Y la existencia del ser humana está hecha para vivirla en colectivo, en comunidad: para amar. De distinta forma, obvio, según la persona que se tenga delante. Pero la vida se torna una carga aplastante cuando no existe la experiencia de amor. Las dificultades más complicadas pueden enfrentarse, porque existen razones para vivir, para seguir luchando. El amor oxigena el alma. Y lo más sencillo de la vida se hace insoportable. Así que, si se va evadiendo, por las razones que sean, no es que la vida continúa como si nada pasara. Hay un pase de facturas. Se hipoteca la calidad de la existencia. Se fragmenta nuestra capacidad de sentir, de ser humanos. Nadie puede vivir absolutamente solo, ni a nivel físico ni a nivel psicológico. Si esta dimensión del ser humano se atrofia atrofiándose la persona misma… con la particularidad que, habiendo quienes desean amarnos, nos cerramos a su encuentro y cercanía.
Lo cierto es que la resistencia a amar y dejarse amar es una forma sutil, hasta filosófica, de boicotearse. Yo les digo a mis pacientes y amigos que es una forma de “sabotearnos”, de “auto-saboteo”. Nos negamos a vivir momentos gratificantes, a experimentar la alegría del encuentro, por temor a la pérdida del mismo. O a la indignidad. Porque esta resistencia, o saboteo interior, se viste de diversas formas. Gestos, miradas, actitudes que disuaden a los demás de relacionarse amablemente con nosotros. Y para nosotros el que así suceda termina hasta siendo natural. Por ello, si alguno se acerca con amabilidad, experimentamos la alarma de la desconfianza. Si alguno ofrece su ayuda, nos decimos internamente que trae otro interés. Si es alguien del sexo opuesto que busca ser amistoso, las sospechas sobre su sinceridad emergen al menor descuido. Y esto sin mencionar a aquellos que se arriesgan a decir un “te quiero” o “te amo”, ya que ni nos lo permitimos siquiera con nuestros propios hijos.
Entonces vamos caminando por la vida a la defensiva. Los unos desconfían de los otros rehusando cambiar los patrones de conducta. Y nos negamos a vivir la experiencia cotidiana de intercambiar pequeños gestos de amor, pues son pequeños y no grandes gestos los que hacen falta, que son los que van entrelazándose cada día para imprimir vitalidad a nuestra existencia. Y vamos por la vida con esta resistencia que nos mantiene aislados, haciéndonos depresivos, ir muriéndonos de soledad, en el pernicioso círculo vicioso de la desconfianza y resistencia mutua.
Pero en la vida nada está determinado de antemano. Nosotros podemos decidir el rumbo que queramos seguir. Los cambios que consideramos efectuar en nosotros… Yo puedo dar el primer paso: basta con dejar abiertas las puertas del congelador para conseguir deshelar el corazón.
Una sonrisa, una palabra amable, un gesto de cercanía, mirar atentos, escuchar al otro, ser agradecidos, un abrazo espontáneo… nos abre las puertas a la experiencia del amor.
Me doy cuenta que son muy pocas las personas que tienen experiencias de lazos afectivos sólidamente estables, que han permanecido durante el tiempo. Creo que esta experiencia muchas veces no se da porque no hemos alimentado el amor en la relación. Y no estoy hablando de relación de pareja, sino de mi relación con otro ser humano. Porque básicamente siempre surge la desconfianza, el miedo o se pierde el interés cuando las cosas no salen a mi manera, desperdiciando el caudal de amor que nace del otro y puede enriquecerme.
Una experiencia frecuente en mi consultorio es que siempre beso y abrazo a mis pacientes en el momento de despedirme de ellos. Si son niños, el abrazo es prolongado acompañado de un “te quiero mucho”. La respuesta es inmediata: un abrazo más fuerte y un “yo también te quiero mucho”. En ese momento me doy cuenta que ese niño o niña forma parte vital de mí. Puedo recibir y dar amor sin miedos, sin desconfianza, sabiendo que esa relación en concreto va a permanecer durante el tiempo. Muchos de esos niños son hombres y mujeres ahora con profesiones, casados, con hijos y aquella conexión que comenzó con un simple abrazo se convierte en experiencia de amor profundo en el que con frecuencia seguimos encontrándonos, compartiendo todo tipo de vivencias.
Cuando esta experiencia se da con un adulto, es igualmente enriquecedora. El o ella sienten mi genuina preocupación y amor, y yo experimento el amor gratuito de esta persona concreta que ha depositado su confianza en mí, abriendo su corazón y dejando gran parte de su salud emocional en mis manos.
He tenido una fructífera vida como profesional. Siempre me he preguntado si esto es debido a mi buena preparación académica o porque también en mi consulta me presento como un ser humano que se está encontrando con otro ser humano y que busco, desde la profundidad de mi corazón, amarlo/amarla.
¡Posiblemente ambas tengan mucho que ver!
No se necesita ser psicólogo ni filósofo para entender que la experiencia del amor es vital en nuestra vida, que puede ser altamente sanadora, pero así como yo me dispongo a darlo, también debo disponerme a recibirlo. Sin excusas, sin temores, pero sobre todo sin demoras. Solo así podré dejar de ser una isla y recibir la gratuidad del amor, de la vida, de la esperanza, de la plenitud.
Asumir mi vida no solo significa amarme, responsabilizarme por ella, sino también abrirme a la experiencia de recibir amor.
Y por eso… desde lo que soy, asumiendo lo que soy… responsabilizándome de mi vida… decido amarme… y dejarme amar.

P.D.: ¡También beso, abrazo y digo “te quiero” a los adultos!


3 comentarios:

  1. La imagen lo dice todo: el artículo se disfruta meditando la imagen y leyendo el texto. Sin duda uno de los mejores artículos de la Dra. Cesarino, que permite al lector adentrarse en el terreno de lo concreto en cambios prácticos que le resultarán altamente beneficiosos

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  2. Nunca he entrado a tu consultorio y sin embargo sé que cómo ser humano, cómo persona, tienes una gran capacidad para dar y recibir amor. Todos tenemos esa capacidad, sin embargo, pocos nos atrevemos a manifestarla e incluso solo la manifestamos a persona muy pero muy cercanas, por eso que llamamos desconfianza que no es más que el miedo a abrir nuestro corazón. No hay nada más sabroso que un abrazo.

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  3. Aqui le llamo Josefina porque como creacion de Dios todos tenemos algo de èl,no es dificil quererla pues con su sencilles deja ver que su sensibilidad humana esta en usted,desde una profesional en su materia hasta de una simple y gran amistad.por su risa contagiosa(don de DIOS)por su preocupacion por las personas por sus oraciones sin esperar nada a cambio yo creo que .....UN DIOS LE BENDIGA RICAMENTE Y PREMIE SUS ESFUERZOS.

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