viernes, 18 de febrero de 2011

TEMORES...

En mi experiencia en el consultorio me consigo con personas que van haciendo avances significativos dentro de la problemática que traían. No solo lo veo en los relatos que me comunican sino también en su rostro, su mirada, en la piel, su tono de voz, la forma de expresarse, su manera de relacionarse, de abrazar… Lo cual es, por supuesto, muy pero muy importante tanto para su proceso como en cuanto al rapport que tienen conmigo. Las personas se han abierto, confían, pueden mostrarse como son, los mecanismos de defensa se pueden remover fácilmente, las personas son permeables a las observaciones que haga y entienden que, independientemente de sus avances o retrocesos, cuentan con mi apoyo incondicional para seguir adelante.
Así que una vez que el cielo se despeja, ya no hay nubarrones y menos las tormentas que las trajeron a mi consultorio, tienen por delante la inmensa oportunidad de comenzar de nuevo… o de tomar el control de su vida y dirigirla para alcanzar aquellas metas anheladas y pospuestas, o que se encontraban muy lejos de realizarse por los conflictos internos que se traían.
Sin embargo, este panorama, que se podría comparar con un prado en un día soleado de primavera salpicado de margaritas, no es así. Es decir, teniendo la persona ante sí un sin número de oportunidades reales para su vida, que impliquen no solo beneficios sino ocasión para seguir creciendo en plenitud, la gente queda paralizada en muchas ocasiones. Mejor dicho, petrificada. Ese mundo es temible… por ser desconocido ¿Quién sabe qué sorpresa nos espera a la vuelta de la esquina? ¿la posible decepción no tendrá la amargura de la derrota, del fracaso, de reafirmarnos en nuestra propia incapacidad? ¿realmente tanta belleza es para mí?
El miedo aparece como los demonios en los relatos de los monjes: una tentación sin más poder y asidero real que el que le otorga nuestra cabeza. Ante tantas posibilidades de realización, mejor es no intentarlo. Además, en el mejor de los casos que todo salga bien, ese como que no soy yo. La ropa del éxito, de momentos gratamente felices, esa ropa no es de mi talla o la tengo como ropa prestada de otra persona… Y esa es la tentación: renunciar a lo que puedo hacer porque sentirme así de bien es extraño. Lo mío, lo normalmente mío, es sentirme mal. Como si una persona no respirase bien hasta que la operasen de las adenoides y, más adelante, cuando le dan de alta se sintiera irreconocible: ¡esta no puedo ser yo, porque yo soy aquella que respiraba por la boca! Solo que en el caso de una operación quirúrgica nadie pide que le reimplanten lo que le extrajeron para mejorar la salud.
Esa sensación extraña, por ser desconocida, curiosamente causa miedo. No sentimos que somos nosotros, así que la gente debe darse la oportunidad para experimentarse. Como un niño que ha anhelado meterse en el mar, en la piscina o aprender a nadar. Exactamente así. Normalmente un niño puede sentir emoción o algo de angustia, pero si se siente con la seguridad suficiente, en él o en quienes lo apoyan, no va a renunciar a esa nueva experiencia. La siente como buena, como un logro, lo va a  unir a ese grupo selecto de nadadores o podrá, en el colegio, contar sus aventuras de playa a los demás compañeros que también lo hayan hecho.
Y tal cambio, desde el punto de vista terapéutico, no es opcional. No es algo que se puede o no escoger. No tendría sentido, por ejemplo, superar relaciones insanas para cambiarlas por otras igualmente de dañinas. O dejarse controlar la vida por culpabilizaciones relacionadas con los padres para que ahora quien culpabilice sea la pareja. Reafirmarme en que es positivo para mí incluye un cambio práctico de lo que yo pienso de mí misma, de la autoimagen y autoestima… Tanto que, si me decido, iré poco a poco arriesgándome, en el buen sentido, hacia experiencias enriquecedoras, aunque me suden las manos. Pero dentro de un año hacer esas experiencias será para mí actuar de acuerdo a lo que realmente soy.
Estamos tan acostumbrados a ser esclavos de nuestros miedos, que cuando finalmente hemos podido disipar todas aquellas situaciones perturbadoras en nuestra vida y ser finalmente libres, es cuando de pronto aparece como por arte de magia lo que más debemos temer: el miedo mismo, que puede ser el obstáculo final que nos impida ser plenos. Estamos tan acostumbrados a convivir con el miedo, que no nos damos cuenta que esta ahí y que es quien controla nuestras vidas, pero ¡OJO!, aunque el miedo en algunos casos pueda ser real, en la mayoría de los casos son irreales, miedos que nos hemos creado, que nos hemos inventado y que nos sirven de excusas para no ser felices ¿Qué hacer ante ésta realidad? Primero, admitir nuestros miedos; segundo, descubrir cuáles de ellos son reales y buscar alternativas de cómo enfrentarlos con cautela; tercero, cuáles son nuestros miedos irreales y enfrentarlos con nuestro raciocinio. Cualquiera que sea el caso, enfrentar nuestros miedos siempre será la mejor opción. Tener a alguien de confianza que nos ame y nos conozca puede ser importante en éste proceso, pues al compartir nuestros miedos, que en su gran mayoría son irreales, permite que la otra persona nos haga observaciones objetivas que los derriben y nos permitan seguir adelante.
Tener miedo no nos hace menos persona. El reconocerlos y enfrentarlos si nos hace ser persona, pues ser persona es enfrentar y asumir todo lo que somos, nuestras miserias pero también nuestras luces. El reto es no dejar que el miedo nos esclavice, sobre todo si ya hemos recorrido un camino importante hacia la plenitud. La gran tentación es estancarse en el camino por la paralización del miedo. Ser plenamente humano es tener la capacidad de mirarnos y desde nuestras miserias impulsarnos para ser cada día mejor, descubrir que nuestro corazón tiene una inmensa capacidad para amar y recibir amor, pero que el miedo a veces no nos permite vivir ésta experiencia profunda de amor; no sólo con nosotros mismos sino con todos aquellos que forman parte de nuestras vidas y de todas aquellas personas que aún no siendo cercanas puedan enriquecernos con su vida y su amor.
El miedo es un corazón a la deriva.

2 comentarios:

  1. Realmente el vernos no es algo fácil y alcanzar el cambio positivo es un proceso arduo y como todo proceso lleva tiempo y dedicación, nos es más fácil quedarnos en nuestra zona de confort que salir y buscar nuevos caminos que nos lleven a ser plenos, pero para aquellos que queremos crecer y ser personas no es una opción el quedarnos allí. Gracias por este artículo.

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  2. A veces decimos esta frace: el perfecto amor hecha fuera el temor. en ella hablamos de jesus el fue perfecto, pero tambien tubo miedo y aun asi vencio el miedo. debemos seguir este ejemplo, nosotros vivimos llenos de miedo yo vivo llena de temores pero tal como lo dice el articulo el reconocerlo nos hace mejor persona. y sentirse plenamente podemos alcanzar el confor que buscamos y desde donde? desde el AMOR el punto de partida que todos deberiamos tener. mil bendiciones doctora...

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