Quizás muchos puedan pensar que mi vida se desliza entre consultas, conferencias y atender la ONG “Derrotando la Depresión”. Sin embargo, mi vida es mucho más compleja de lo que se puede pensar. En medio de ésta actividad, surgen experiencias nuevas y enriquecedoras; no sólo para mi sino también para otros. Es válido entonces decir, que si de algo no sufre mi vida es de la monotonía.

Me pregunté a mi misma si sería posible ser aceptada en ese grupo de vendedores en el que yo era una desconocida y de alguna manera pudiera mermar las ganancias de éstos vendedores, quienes al final del día sólo querían suplir las necesidades de sus hogares. Sin embargo, como ya lo he dicho en otras ocasiones, la vida es toda una aventura que nos permite descubrir con fuerza su belleza.
Fuimos aceptados de manera inmediata. Y en su limitada capacidad podían entender la importancia de nuestro trabajo, por lo cual con humildad, honestidad y alegría, buscaban de cualquier manera posible colaborar con nosotros. Descubrí que éste no era un mercado común y corriente. Descubrí la solidaridad que existía entre unos y otros, sin ventajismos, sin envidia, sin egoísmo.. se manejaban como una familia y yo era ahora parte de ella.
Podía ver los ancianos con cálidas sonrisas esperar con paciencia poder obtener alguna ganancia en las largas jornadas de doce horas de trabajo, y si esto no se lograba, continuaba en ellos la misma cálida sonrisa. No habían quejas ni reproches; solo la seguridad de que otra persona dentro del mercado podría compartir con ellos la ganancia obtenida.. y allí estaba la dulce abuela Vicenta, a quien todos llamaban “mamaíta”; pues se consideraba la madre de todos.
Luego estaban los bebés, que pasaban de brazo en brazo no sólo para ser amados y consentidos, sino también para darle la libertad a la madre de poder atender su trabajo.
Y estaba Luis, quien se dedicaba a jugar con los niños pero sin dejar de atender su puesto de churros..Luego estaba Masiel, una joven madre que con su pequeña bebé atendía el puesto de las cotufas (palomitas de maíz).
Además se encontraba Alexis, cuya venta era de juguetes inflables, el morocho con los cepillados de frutas, y así otros más que con sus virtudes y sus defectos iban enriqueciendo éste mercado.
Y por supuesto no podían faltar los borrachitos del mercado, quienes llegaban de muy buena presencia a sentarse en una banca de la plaza, y después de un tiempo se habían intoxicado lo suficiente para decir con una sonrisa y con toda la sinceridad del mundo: ¡estamos desechos!
Y por supuesto, mi gran amigo que se daba cuenta de mi necesidad de tomar café; por lo cual con cierta frecuencia me visitaba para dejarme café… Y como dejar afuera a Luis? Quien con penoso dolor me comentaba lo difícil que era relacionarse con otras personas, pero que sabía y sentía que podía conversar conmigo. Había sufrido siete accidentes cerebro vasculares, todos sus familiares habían muerto y había quedado sólo en el mundo; no tenía hogar y dormía en distintas calles de la ciudad; y aún así la calidez de su sonrisa y la manera de expresarse y acercarse hablaba de alguien que no había perdido la capacidad interna de ser persona.

No existían las diferencias de sexo, cultura, etnia o posición social. Éramos una familia que ante los ojos de otro sería un simple mercado; pero yo más que nunca me atrevería a decir que no es un mercado común y corriente… Es el mercado del amor; donde a pesar de la necesidad económica de muchos se esbozan cálidas sonrisas y corazones abiertos para brindar lo mejor de cada uno.
Pasarán algunos meses antes de que de nuevo podamos reunirnos, pero ya hemos hecho el compromiso interno de no alejarnos, de estar en contacto, y una vez más en el mes de enero, juntos, con sonrisas cálidas, corazones abiertos y responsabilidades compartidas, volveremos a ser el mercado del amor.
Soy ahora vendedora ambulante, pero que con orgullo y alegría puedo decirles a aquellos que me acompañaron en estos largos y arduos meses: ¡gracias por enriquecer mi vida!
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