Este año está
a punto de culminar. Pareciera que
las horas me alcanzaran a una velocidad tan vertiginosa que no me permiten
expresar o decir lo que quiero y deseo. Miro hacia atrás: ha sido un año con
sus altos y con sus bajos, con sus alegrías y con sus tristezas, de salud y también
enfermedad pero, al fin y al cabo, un año más el que he vivido.
Me pregunto
que he aprendido en este año, y la respuesta viene a mí de manera rápida y
oportuna: amor inteligente. He
descubierto que, para amar de manera efectiva, no debo disminuir el amor a mí
misma, respetando en todo momento mi dignidad.
El amor
inteligente no es otra cosa que el ser prudentes. Y ustedes se preguntaran qué
quiero decir con ello: en este caso la prudencia significa no exponerme a
situaciones que creen caos internos en mi persona; o situaciones que puedan de
manera equivocada abrumarme hasta el cansancio (agotamiento de mis fuerzas).
Esto no significa
que no ame, o que deje de amar a aquellos que son importantes para mí.
Significa que voy definiendo mis límites y entendiendo que el verdadero amor no
siempre equivale a que debo de estar ahí de manera inmediata, apenas me sienta
urgida en mi corazón. Que acaso habrá veces en que tendré que poner distancia
por el bien del otro y por el mío propio.
En algunos
casos quienes son amados por nosotros no entenderán esta posición. Pero, como
ya yo he dicho en muchas ocasiones, nuestro amor se puede transformar en silencio,
incluso en distancia amorosa, que puede brotar de una simple oración de
corazón, o hasta del deseo intenso de permitir que dicha distancia haga crecer
al otro.
El amor
inteligente sabe y reconoce cuando debe permanecer en silencio, cuando debe tomar
distancia y reconoce el valor de la fuerza que radica entre el amor propio y el
amor hacia el otro.
Creo
firmemente que somos seres que hemos nacido para amar, sabiendo identificar con
claridad lo que es realmente el amor, sin querer encasillarlo en nuestras egoístas
o caprichosas definiciones de amor.
Sigo amando,
sin embargo esto no significa que debo necesariamente aprobar tu conducta y que
debo permitir que la misma haga estragos en mí. Te amo, pero soy capaz de
diferenciar entre lo que siento y lo que debo hacer, así como una madre sabe
distinguir entre el amor hacia sus hijos y la noción clara de lo que debe hacer
en relación con ellos.
Amor
inteligente es cuidarme, dejando que el otro decida su camino. Entendiendo que quizás
habrá momentos difíciles y dolorosos en esa decisión, que inclusive se darán
situaciones y circunstancias en la vida propiciadas por la única y propia ceguera
selectiva que no deja ver lo que realmente le conviene o perjudica, por mucho
que yo pretenda intervenir.
Puede ser que
al comienzo nuestro amor inteligente quiera darle luces a otro u otros, pero
cuando el otro y otros se empeñan en seguir el camino equivocado, es entonces
el momento indicado para decir, con inteligencia: debo transitar por el mío
propio amándome a mí misma, resguardándome de situaciones difíciles y ahorrando
mi energía para aquellos que quieran o tengan la capacidad de recorrer el
camino de la prudencia, de la reconciliación y del cambio.
Quiero dejar
en claro que el amor inteligente no es coartada para ser egoístas, para
desligarnos fácilmente de otros o de mis propias responsabilidades. Es por eso que
el amor inteligente es prudente, sabe discernir cuándo, cómo, por qué y con
quién.
Este año que
culmina quizás mi cuerpo se encuentre mucho más diezmado por mi enfermedad que
el año pasado. Pero el ímpetu de seguir adelante me permite ir descubriendo cada
minuto avenidas por las cuales mi psiquis y mi corazón deben transitar. El amor
inteligente es una de ellas.
Espero que
este año venidero sea un año lleno de amor, sueños y esperanzas, pero sobre
todas las cosas que el amor un día nació en tu corazón siga floreciendo como
amor claro, puro e inteligente.
Los amo. Dios
los bendiga.