viernes, 27 de mayo de 2011

ROMPIENDO ESQUEMAS

Los esquemas en la vida tienen su sentido. Al menos hasta cierto punto. Nos permiten tener patrones de conducta para ciertas situaciones que nos resulten novedosas o ante aquellas repetitivas. Sería impensable manejar un vehículo sin esquemas. La higiene preventiva, sería otro ejemplo. La misma rutina diaria requiere de esquemas para poder completar con todas las actividades. No se responde siempre de forma improvisada sino preconcebida. Y eso no es malo.
Y para los esquemas muchas veces se apela a la sabiduría colectiva, esa que se encuentra inclusive en los dichos. “Al que madruga Dios le ayuda”. O “a Dios rogando y con el mazo dando”.
Hacer las cosas de la manera colectiva, asegura parte del éxito. Al menos así se cree.
Estos patrones y esquemas de conducta se moldean desde la infancia, en el mismo ámbito familiar. El papá y la mamá corrigen (“¡no hagas esto!”) y premian las conductas (“¡eso es!”, “bien hecho”, “así se hace”). Igualmente establecen modelos. El niño o la niña imitan la conducta de los padres, pues se sienten identificados con ellos (“yo quiero ser como mi papá”, “yo quiero ser como mi mamá”).
Así pues, los esquemas tienen su razón de ser.
Pero los esquemas también pueden funcionar como mordaza. Puede que nos paralicen ante la posibilidad de ensayar nuevos y mejores comportamientos; o que simplemente no nos permitan corregir los viejos. El varón, por ejemplo, normalmente reprime sus emociones, porque de niño, tanto en su hogar como en contacto con otros niños, se le ha enseñado a negar su sensibilidad. Como adulto puede descubrir que eso no debe ser así. Mostrarse sensible es importante para la relación de pareja y en la educación de los hijos. Manifestar emociones es una gran ayuda hasta para prevenir enfermedades, como las cardiopatías.
Pero los mismos grupos sociales coaccionan para que las personas se comporten de acuerdo con las expectativas preestablecidas o los estándares, los esquemas preestablecidos ¡Cuantos hombres no han escuchado de sus amigos que su buena relación de pareja se debe a que “la mujer lo tiene dominado”! ¡Cuántas mujeres mantienen una relación de pareja insana, porque la “norma social” fija que esto es preferible a estar sola!
Quien piense en “trasgredir” el orden social, puede sentir la tácita amenaza de ser aislado y abandonado, con el pretexto de traición al grupo.
Así que se va actuando como gente sin criterio, diluidos en la masa, un poco como a la manera de un rebaño. Y de esta forma condenamos el crecimiento personal.
Porque crecer es apropiarme de mi vida, hacerla que dependa de mí y no principalmente de los demás o de las circunstancias. Y apropiársela no consiste en volverse viscerales y darle rienda suelta a los impulsos. Es arriesgarse a caer en cuenta y a pensar. A verse y analizarse. A valorar lo más objetivamente posible lo conveniente y sano para mí, con las implicaciones morales que tenga. Es asumir ciertos esquemas como míos, porque me ayudan a crecer. Pero también es arriesgarse a romper con otros.
Por ejemplo, si lo habitual entre los padres es que tengan poca autoridad sobre los hijos pequeños (estos les gritan, forman una pataleta, se vuelven malcriados y desafiantes hasta que consiguen lo que están buscando…), yo no tengo por qué conformarme con repetir lo que los demás hacen. Puede que no opte, pues de hacerlo sería reprobable, de actuar de manera déspota. Pero puedo buscar imponer respeto y no ceder. No sucumbir ante el chantaje de la culpa de creer que estoy desgraciando a mis hijos cuando un “no” es la respuesta adecuada y justa. No esquivar a la incomodidad de educar, sino ser educador porque soy papá o mamá.
Pues quien rompe esquemas no lo hace por retar la originalidad, de ser distinto o de llamar la atención. Lo hace como fidelidad a la conciencia y a los valores.
Una persona puede montar un negocio de comida rápida. Para muchas personas, la estrategia consiste en comenzar mostrando una relación atractiva entre precios y calidad de los productos. Y una vez que tienen cierta clientela, desatender la calidad o bajarla para ahorrar costos. Más esta persona podrían no repetir ese esquema por considerarlo deshonesto con quien contrata sus servicios. Un profesional de la salud que evita relacionarse con calidez humana con sus pacientes, como otros colegas, podría reconsiderar ese comportamiento en base a su compromiso como médico o psicólogo. Una mujer que pretenda a un hombre que está interesado por otra, podría decidir dar la retirada, si tal situación es degradante para ella o pone en juego valores, aunque otras actúen de forma distinta (inventan intrigas o siembran dudas y rumores).
No siempre se puede ni se debe actuar como lo hacen los demás. Una cosa es lo común y otra lo normal. Lo común es el comportamiento que estadísticamente más repite las personas. Pero no puede transformarse en normal, que proviene de la palabra norma-regla. No puede elevarse a la categoría de lo que hay o se debe hacer. No puede considerarse como regla, porque sea lo que habitualmente hace la gente. Lo común es algo distinto de lo que debería ser normal. Algo puede que sea común, pero lo normal, la norma, debería ser mejorarlo.
En algunos grupos sociales, generalmente de jóvenes, es común el consumo de drogas. Pero eso no puede ser normal. No puede gozar de la apatía de la sociedad. Lo normal es que la sociedad haga lo posible por evitar que dicho comportamiento se expanda… y que se puedan rehabilitar los consumidores.
El fracaso en las relaciones de pareja, sean o no casadas, es algo habitual: es común. Eso no excusa el que se analicen las causas y se busquen estrategias, a nivel personal y como sociedad, para que haya una mayor estabilidad para las relaciones que se den. Lo normal no puede ser el que la gente se haga adulta acumulando heridas y fracasos.
Hacemos esquemas de lo habitual y común, quizás por comodidad o por irresponsabilidad. Es una cadena que se reproduce y asfixia las más íntimas aspiraciones de superación humana.
Y solo se puede mejorar si nos decidimos romper con los esquemas que aunque sean comunes, no sean beneficiosos pero que nos hayamos adaptado a percibirlos de manera normal.
Tomar conciencia es fundamental para ir descubriendo qué circunstancias, ideas o esquemas preestablecidos debamos romper, recordando siempre que lo común no siempre es lo normal.
Estar atento a esta situación en mi vida y enseñar a los que me rodean, de manera particular a mis hijos, podrá darme la seguridad que, aunque no forme parte del “rebaño”, estoy haciendo todo lo posible por crecer, por ser persona…
A fin de cuentas lo que busco es ser… plenamente humana…

viernes, 20 de mayo de 2011

¡OJO! ¡SEÑALES EN LA CARRETERA!



Es curioso que busquemos en las estrellas las señales que deberíamos conseguir en la tierra. La gente indaga horóscopos y le hace cacería a los adivinos. De tal forma que eso de las señales se encuentra entre las necesidades que están a flor de piel ¿Hay algún problema en todo esto? ¿qué tan acertado es esa conducta para enfrentar la vida?

En realidad esta manera ciega de buscar señales puede tener otro fondo, tan sutil como tirarse de un trampolín con los ojos cerrados: tiene como objetivo aventurarse para ver que pasa al final. Es la renuncia a la propia obligación de tomar decisiones. Una irresponsable irresponsabilidad, ya que ni siquiera se asume concientemente ese estilo de vida. Que la vida lleve, arrastre por donde quiere, como la crecida de una quebrada que se lleva por delante lo que sea, en una alocada carrera hacia el mar.

Pero contrariamente a esta posición, otros no creen en las señales. Puede que tengan una imagen providencialista de la vida, en la que también me lanzo a lo ciego porque al final Dios se las va a ingeniar. Así que las consecuencias prácticas entre el grupo anterior y este son similares.

Y otros solo creen en sus ideales y propósitos. En los proyectos que tejen sus pensamientos. Son personas que pueden clasificarse de voluntaristas: todo se consigue a fuerza de voluntad. Como quien tiene un plano o una maqueta que solo debe ejecutarse. Se imaginan la vida de determinada forma, la organización de un evento social, el rendimiento escolar de los hijos, los problemas de la adolescencia… Y cuando las cosas no coinciden, la expresión que usan es “esto no puede estar pasándome a mí”.

Y las señales son importantes en la vida. Como los avisos de tránsito. No las señales colgadas en las estrellas sino las señales mezcladas con la vida y los acontecimientos. Lo que yo pienso, lo que yo creo y lo que yo siento no son reales y verdaderos solo porque estén almacenados en mi cerebro. Sería confundir la objetividad con la soberbia. Yo tengo la razón y todos los demás están equivocados es una peligrosa presunción.

Y es que el mundo de las estadísticas es profundamente cruel y real. Válido para los fracasos empresariales, los divorcios, accidentes de tránsito, deserción escolar, drogadicción, embarazo precoz...

En cualquier empresa o propósito que nos fijemos en la vida, además de evaluar la propia capacidad para ejecutarlo, conviene constantemente alimentar nuestro cerebro con los datos que vayan apareciendo. Tener la capacidad de modificarlo según lo que vaya apareciendo. No por renuncia a los ideales o valores. No para quedar sumidos en una vida color gris. Exactamente porque la vida es como un paso entre montañas: corregir constantemente el rumbo no es renuncia a la cima sino escogencia del mejor camino. Un escalador sabe que remontar el glaciar de una montaña es distinto si se hace en invierno o verano, si hay viento y lluvia que si no lo hay. El camino y las técnicas varían. Se escoge una cara u otra de la montaña.

Lo que se llama el mapa cerebral debe ser constantemente actualizado, para tomar decisiones más convenientes, pero no de manera impulsiva o caprichosa.

A medida que voy recorriendo el camino de la vida y encontrándome con diversas situaciones, aparecen “señales” que pueden orientarme sobre maneras de actuar o involucrarme en una situación. Dichas señales pueden hacerme pensar en la posibilidad de modificar un proyecto de vida, o de posponerlo para un mejor momento. O simplemente tener la claridad que debo desecharlo.

Ejemplo de esto es un proyecto tan personal como el del matrimonio: se tiene a la pareja ideal físicamente para ser eternamente novios o novias, pero en la relación prevalecen los conflictos diarios: eso es señal que esa elección es errada. Se puede tener al compañero ideal de fiestas y viajes, excelente amigo, pero con quien no se pueda montar un negocio, porque es desordenado, no tiene visión, asume riesgos innecesarios, no mantendría un buen nivel de autoridad sobre los empleados: esa son señales para no arriesgarse.

Pero así como existen en las carreteras señales de advertencia y precaución, hay también señales de información, no de detención. Una persona puede tener la duda de emprender un negocio que aspiraba desde hace tiempo, pero se le abren las posibilidades de crédito, hay personas serias que manifiestan su intención de formar parte de su cartera de clientes, se puede conseguir un local que ofrece el punto y las condiciones requeridas, la familia está apoyando… las señales son obvias. Alguien inicia sus estudios universitarios con serias dudas sobre si es lo que está esperando y si rendirá lo suficiente; luego del primero o segundo semestre confirma ambas cosas… las señales indican que no es descabellado seguir.

Recuerdo el caso de un paciente que dijo: “se que estoy en el lugar correcto”. “¿por qué?” le dije. “Porque estoy escuchando las cosas que no quiero escuchar, pero que necesito escuchar”, me respondió. Claramente este paciente había descifrado la señal.
Las señales no son iluminaciones que vienen del más allá, confundibles con nuestros impulsos viscerales. Las señales están en la vida misma y nos las podemos apropiar con el uso adecuado de los cinco sentidos y el sentido común: lo que veo, lo que creo que estoy viendo y, verificando, si lo que veo es lo correcto.

Crecer como persona implica muchas veces toma de decisiones, y dichas decisiones pueden ser las acertadas si hemos aprendido a descifrar y acatar las señales que nos da la vida. Para otros, su crecimiento estará estancado debido:  a la pobreza en el descifre de las señales o ignorando las mismas; lo que conllevaría a toma de decisiones equivocadas que podrían ir en detrimento de nuestro crecimiento personal.

En algunas oportunidades habrá que descifrar señales a nivel personal o individual, en otras, como familia, en equipos de trabajo, y como sociedad misma.

Mi vida no está plasmada en constelaciones estelares ni en el conocimiento de una adivina ni en los elementos del agua, fuego y tierra.

Mi vida se basa en mi libertad para escoger y tomar decisiones.

Estar atenta a las señales de la carretera de mi vida, podrá conducirme a lo que necesito y quiero ser.

viernes, 13 de mayo de 2011

MUNDO DE FANTASÍA

¿Qué precio pagamos por estar bien? Seguramente ante esta pregunta muchos pensarán tocarse los bolsillos como para manosear el dinero. Yo gasto tanto en salud, yo gasto tanto en confort, yo gasto tanto en seguridad… quizás si tengo familia también puedo decir “yo gasto tanto en mis hijos”.
Así que ante tal pregunta, la respuesta se razona matemáticamente. Aunque, seamos sinceros, todo lo que se pueda pagar monetariamente debe estar acompañado de una sensación de bienestar interno. Reducción de preocupaciones, cero pensamientos de los que algunos supersticiosamente llaman “negativos”, cuidado para mantener todas las apariencias de armonía… En fin, se podría decir que el esfuerzo se concentra en tratar a los síntomas, como en las virosis. Se trata la fiebre, el malestar, la rinitis… solo que en las virosis se sabe que no todo está bien, hace falta hidratarse y reposar.
A veces en la vida nos pasa eso: vivimos y nos esforzamos en mejorar aquellos síntomas de que algo no está bien y, a través de un tratamiento superficial, nos convencemos de que es así. Por ello esa especie de bienestar tiene un precio: el precio de hacer de la vida algo que no es seguro, preguntándonos si vale la pena vivirla.
En primer lugar, hay un proceso de liquidación de las cosas realmente valiosas. Se renuncia, de una u otra forma, por ejemplo, a tener una relación estrecha y compenetrada con la familia. Las relaciones entre esposos han suplantado la fascinación del amor por la funcionalidad de resolver problemas de cualquier tipo. La armonía con los hijos depende de nuestra capacidad de proveerles de los últimos artefactos tecnológicos, para que no se sientan relegados entre sus compañeros, y, evidentemente, a satisfacer sus gustos. Así que pasamos por la vida sin crear lazos sólidos de amistad.
En segundo lugar, se da un proceso de aislamiento emocional. Poco a poco dejo de vibrar con la realidad del otro, sea buena o mala. El sacrificar la sensibilidad por los valores, que son reales aunque no evidentes para los sentidos, produce un sobrepeso en las reacciones sensoriales ante estímulos poderosos. El mercado de películas de éxito taquillero que explotan el morbo del público, sea por el sexo o la violencia, se puede explicar por esta vía. Pero también la concentración en la estética personal sin un fundamento interior en la persona. Puede que también, al no tener referencias hacia los valores, aumente la voracidad hacia el consumo de bienes materiales innecesarios.
En tercer lugar, yo comienzo a sentirme ajena para el mundo y, a la inversa, el mundo es extraño para mí. Ese mundo ya no es mi mundo. El mundo no es mi mundo. El mundo exterior no es mi mundo interior. El mundo real no es mi mundo… mi mundo es un mundo irreal, lleno de fantasías, donde me convenzo que todo es bonito y gratificante. Donde estoy aislada, pero creo que estoy como colgando de la luna entre cantos de sirenas. Pero se me olvida que las sirenas son solo un mito, que no son humanas, que no puedo vivir en la luna, porque es un mundo es humano, debe y tiene que ser real, donde tengo que relacionarme con otros. Eso implica cosas hermosas, pero también otras difíciles. Implica lidiar con mi humanidad y la humanidad de otros. En todo el esplendor de su belleza, pero también de su miseria.
La desconexión con la realidad produce un daño tremendo a nivel psicológico. Por alimentar sentimientos placenteros me esfuerzo por negar el mundo circundante. La capacidad de adaptación e intervención sobre la realidad, que ha caracterizado al ser humano y le ha permitido llegar hasta donde está, que ha impulsado su creatividad, es secuestrada por el adormecimiento de una vida sin rumbo cierto.
Pero, además de lo anterior, la ilusión de poder negar la realidad esconde la ilusión de que saldremos indemnes de tales apuestas, cuando una parte de nosotros se ha deshumanizado.
El precio verdadero de negar la realidad es que salimos deshumanizados. Que no se puede sustituir el peso de la vida por imitaciones livianas. Que lo que se consigue es conflictuarnos por cuestiones de poca monta, en vez de hacerlo por lo que realmente supone un desafío.
El ser humanos conlleva el ser vulnerables ante lo que acontece a nuestro alrededor y, particularmente, en el otro ser que nos rodea. Todo el camino de procesar una información que hemos captado, con su importancia y resonancia afectiva, el proceso mismo de reflexión y hasta de consulta para luego responder, eso nos hace humanos. Hace que la vida no sea un vuelo que otros pilotean por nosotros, sino que seamos nosotros quienes busquemos darle dirección a la vida.
Lo que es únicamente sensorial tiene intensidad momentánea. Lo realmente valioso, a lo que hemos respondido en conciencia, resuena a lo largo de los días de nuestra vida.
Es claro que en esa ruta debemos ser inteligentes para responder al mundo real. Habrá que dosificar las experiencias que se estén enfrentando. Una familia con una capacidad de relación que sea altamente gratificante, puede ser un aliado para el equilibrio interno. Pero nunca lo irreal puede ocupar el lugar de lo real, porque se estaría confundiendo la locura con la cordura.
Creer en el hombre es prioritario, asumir mi humanidad me aterriza y me abre todo un mundo de encuentros reales que me permiten asumir mi mundo interior y crecer como persona. No todo es miseria, también hay belleza y grandeza en la humanidad.

viernes, 6 de mayo de 2011

ÍDOLOS


Pareciera que en estos tiempos de crisis interno el ser humano fuese una máquina de fabricar ídolos. Tal situación es altamente reveladora. El ser humano no se mira internamente para descubrir qué áreas de su vida necesita trabajar y perfeccionar el auténtico sentido de lo genuinamente humano.
Ya Maslow y otros apuntaban esta realidad, inclusive proponiendo una pirámide de necesidades que parten de las básicas, como la alimentación, hasta la realización, que podría ser una metanecesidad.
Pero esta elaboración teórica, con su valor práctico, se encuentra con un aspecto novedoso de tipo social: la inestabilidad de todo lo que se consideraba firme y proporcionaba sensación de seguridad.
Ya tal experiencia se tiene en el paso de la infancia a la adolescencia: nuestros padres, encargados de crear esa protección a nuestro alrededor, son seres quebradizos. Si a esto se suma la inestabilidad de la familia y las separaciones y divorcios, poco se consigue en la familia.
Más además de la familia, está el entorno social. En distintos países la estructura social que avanzaba de manera exitosa desde hace casi dos décadas, se quebró por diversas razones. En otros, se van dando tumbos buscando salidas o, también ocurre, el tejido social ha sufrido un deterioro acelerado.
La cosa está en que las fuentes que proporcionaban seguridad se han desvanecido. Si, cuando se optaba por dejar atrás una sociedad marcada por el elemento religioso, se buscaban sustitutos que idolatrar, hoy en día la necesidad no es menor, porque la angustia es mayor.
El ser humano está siempre en referencia a algo externo y que lo supera, a lo que busca servir. Puede que en términos generales hablemos, por ejemplo, de egoísmo, pero el egoísmo no es solo hacer de mí lo más y único importante en la vida, sin importar los otros e, inclusive, en contra de los otros. El egoísmo consiste en moverse por lo que creo que es importante para mí y deseo conseguir o conservar, porque me hace sentir superior o provoca en mí sensación de placer o bienestar aparente, que disipa la angustia a ras de piel y los complejos.
Ciertamente que, en la escala de valores creada de manera poco realista, tener ciertos “logros” sirve también para reforzar cierto sentimiento de superioridad: a todos los demás le pueden ocurrir ciertas cosas que a mí no, porque yo estoy en una escala superior de existencia.
Al final la función de los ídolos es esa: creer que se tiene el sartén de la vida agarrado por el mango.
Pero, en términos generales, los ídolos tienen que tener alguna forma o figura. Tienen que irradiar poder, para brindar seguridad. Algunos podrán conformarse con el uso de amuletos. Pero los demás necesitan cosas más relevantes.
¿Qué tal si empezamos refiriéndonos al dinero? Es un ídolo exigente, porque sus devotos, para experimentar las bendiciones de su seguridad, deben servirlo constantemente para salir victoriosos. Muchas veces a expensas de sacrificar lealtades, fidelidades, amistades…
Pero también puede ser la vida amorosa. Vida amorosa en cuanto a la colección de conquistas, con toda la variedad de formas y maneras. Una nueva conquista siempre hará falta para inmolarla al amor de ídolo. Se tendrá el desafío de la carrera contra el tiempo, y lo pasajero de las conquistas. Apenas conseguida una hay que ir en búsqueda de la siguiente. Eso diferencia este amor de aventurillas al amor estable y real.
La belleza es otro de los ídolos. Concentrar toda la atención, energía y dinero en mejorar una apariencia personal seductora. Valgo según aparento. Es la promoción del envoltorio, lo que lo hace diferente de la autoestima: no importa lo que soy por dentro, importa lo que hago creer, que me distingue de los demás, y lo que consigo a través de eso.
Más también está la fuerza. Puede ser la fuerza física o la fuerza conseguida por otros recursos. Intimidar y disuadir. Someter a los demás sin posibilidades de queja. Doblegar a la familia para conseguir un control férreo por su supuesto “bien” o para obligar a que me amen. Ejercicio constante de escaramuzas que muestre quien está al mando.
Un objeto que me prolonga o sustituye, como centro de atención. Por ejemplo, un carro. Los recursos del afecto y el dinero los absorbe el vehículo. Como si este sustituyera a la pareja o compensara mis frustraciones. El carro me representa, toma mi puesto, consigue ser lo que yo no soy. Me eleva sobre aquellos que se contentan con tener algo que los traslade. Necesidad que pone a la familia en segundos lugares…
El trabajo: el vértigo de vivir de manera desenfrenada como una máquina de producción. Como una pieza más del engranaje. La cosecha del éxito y promoción a costa de la salud y el tiempo para, por decirlo así, ver crecer a los propios hijos…
Todos los ídolos exigen fidelidad rigurosa. Lo que convierte a la persona en un ser humano degradado. Se pierde la noción de lo que es realmente importante. Se deja de atender a todo aquello que necesita constantemente ser alimentado.
Entrar en crisis en relación con las falsas seguridades implica mucho de vértigo. Es aceptar que el piso sobre el que apoyamos la vida es inestable e inseguro… si existe un piso. Pero sobre pisos frágiles no pueden construirse grandes proyectos de vida. Así que la revisión es obligatoria.
Una necesidad inmediata de entender que todo aquello que representa ídolos en nuestra vida nos esclavizan llevándonos a un torbellino de vida superficial y vana. Mientras que todo aquello que se nos da libremente como el amor, la salud, la fidelidad, la familia… pasa a un segundo plano, por no decir que, en ocasiones, a un plano inexistente, cuando son estas las cosas que realmente nos libera, nos permiten crecer y ser persona, en el más amplio sentido de la palabra.
El antídoto es la vigilancia: estar atento ante la amenaza idolátrica en cada uno. Nadie está inmune.
Solo derribando los ídolos que existen en nuestra vida podremos identificar el vacío que estaban llenando, y tomaremos las decisiones lúcidas y responsables para crecer a partir de ellos y conocer auténticamente nuestras necesidades, para trabajar en ellas y conseguir ser auténticamente plenos.


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